Michel Balivo
(Vivimos en libertad condicional)
Percibimos la realidad existencial, la convivencia cotidiana que siempre es en relación, a través de “lentes ideológicos” demasiado complicados. Si observamos con atención como se maneja el reality show a una semana de la liberación de los 15 rehenes en Colombia, eso se nos hace evidente. Los micrófonos y cámaras solo enfocan unidireccionalmente a Ingrid Betancourt.
Ella se ganó con seis años de rehén en las selvas colombianas, el premio mayor de la caprichosa lotería del prestigio mediático internacional. Solo tienen un espacio colateral presidentes, ministros y generales. El resto del mundo no existe, todo se reduce a un aséptico estudio con aire acondicionado y utilería, un locutor con un guión preestablecido, respuestas contradictorias.
La cámara y los micrófonos enfocan unidireccionalmente, uno por vez, no hay la menor realimentación con otros actores de la realidad colombiana, sudamericana, mundial. No hay historia que gestione y sostenga, el momento presente no tiene causas, es como una nube que flota incorpórea, ingrávida en el plácido o accidentado cielo despejado o tormentoso.
Es de ese modo que nuestros hábitos colectivos de atención, modos de organizar, percibir, interpretar y reaccionar a la realidad, han sido educados explícita y masivamente por décadas de observación pasiva de los medios de comunicación. Motivo por el cual, hoy en día todo ese escenario inevitablemente copresente nos pasa ya des-apercibido.
A fuerza de choques y desencajes, que ponen en evidencia los abismos entre nuestras expectativas, hábitos, creencias, lentes ideológicos intermediadores con la realidad, y los desastrosos resultados obtenidos; poco a poco y esforzadamente vamos cayendo en cuenta de que algo anda mal, algo está equivocado. ¿Pero, qué?
Basta ver como trata las noticias Telesur, para asistir a otro enfoque alternativo de esa realidad mediática que nos presentan o venden masivamente. Pero aún así, eso no nos resuelve la problemática cotidiana, ni nos da unos nuevos y mágicos lentes ideológicos que nos permitan reconocer de inmediato lo desapercibido. Porque no se aprende a pensar estructuralmente como un espectador pasivo y/o tomando pastillitas que curan todos los males por un dólar.
La vida es una totalidad experimentada, que no se puede dividir en casilleros separados y estáticos salvo artificial o virtualmente, como una conveniencia éxplicita para su estudio, Pero pareciera que eso nunca lo supimos o en algún momento lo olvidamos. Al menos así lo testimonia nuestra minusvalía, analfabetismo funcional, nuestra enajenación natural e histórica social presente.
Yo creo que hoy en día cuando menos se esboza la ingenuidad cartesiana, que se forjó en el fuego de la inquisición de los reverendos frailes medievales. ¿Has intentado pensar sin sentir nada al respecto? ¿Has logrado dejar de lado tus intereses cuando intentas tomar decisiones importantes y equilibradas para el resto de tu vida?
Si lo has intentado con sinceridad y permanencia, creo que has de coincidir conmigo que esa razón cartesiana que surge como una alternativa ideal a un modelo medieval agotado y en crisis, (a mil quinientos años de superstición y oscurantismo, convirtiéndose en el fundamento de nuestra conciencia colectiva y su actual organización social), tiene serias inconsistencias y limitaciones.
Yo cuando menos, no he logrado más que intentar imponerme, superponerme formas, imágenes rígidas, casilleros estáticos de cómo deben ser las cosas. Para tener que terminar reconociendo que me he ido convirtiendo en una estatua de restringidos, difusos y pesados movimientos, y que toda mi escenografía no es sino una representación virtual, una apariencia. Una farsa en lo que hace a mis verdaderos sentimientos, pues nada tiene que ver con ellos sino con los medios por los que se supone conseguiré lo que quiero. Pero así como viviendo, el postulado fundamental de la razón de que “A siempre es igual a A y jamás puede convertirse en B”, se demuestra más bien una ingenua y humana expresión de deseo, de cómo a mi me gustaría que fuesen las cosas, una falacia ante el continuo transformismo de los fenómenos naturales y sicológicos.
Del mismo modo llega un momento en que mis sentimientos esenciales quedan enterrados y olvidados bajo los hábitos y creencias de lo que debería ser, de los medios y caminos para obtener lo que quiero. Y ya no sé qué es lo que realmente quiero, solo me queda la inercia, el tropismo y la identificación con el ejercicio de los caminos intentados para obtenerlo.
Hoy cuando intento quitarme las gafas que esos caminos intentados, esa dirección de vida ejercitada le ha impuesto a mi sensibilidad, me da la impresión de que una condición mayor, colectiva, afecta y se impone a cada una de mis intenciones y actos. Tú puedes ser muy bueno o malo según el modelo social imperante, pero estás sometido a esa condición del mismo modo que todo pescador, por bueno o malo que sea, está sujeto a las corrientes marinas y climas.
Cuando intentas observar sin las gafas de los hábitos y las creencias, lo primero que te encuentras es que los anhelos e ideales colectivos de cada etapa social, son los que en realidad ponen en evidencia las condiciones de vida en que se originan y a las cuales intentan compensar.
Si aspiramos a libertad, justicia, equidad, no será seguramente porque esas son las condiciones de la organización social que estamos viviendo, ¿verdad? Si como ideales y compromisos de toda relación íntima, exigimos fidelidad, permanencia, eternidad, exclusividad, ¿no pone eso en evidencia cuál es nuestra organización social y los estados de ánimo de nuestra conciencia, sensibilidad, intimidad?
Si concebimos dioses coléricos e irascibles, que exigen todo tipo de mandamientos personales y sociales, así como en otros momentos dioses únicos, padres de todos los padres concebibles, que son amorosos y tolerables, ¿no pone eso en evidencia como experimentamos la vida, el mundo, la organización social imperante?
¿O acaso quien se siente libre, seguro, feliz, satisfecho, autosuficiente, se dedica a imaginar e implementar vínculos de dependencia, intermediadores con la felicidad y la riqueza, entidades todo poderosas que nos premiarán o castigarán si hacemos esto o lo otro?
Si bajamos por la escalerita mental y social de la pirámide jerárquica, no nos resultará difícil reconocer los mismos estados de ánimo desde los cuales organizamos cielos e infiernos, en los reyes feudales o egipcios y sus cortes. El mismo modelo es claramente reconocible, aun cuando con mayor movilidad, en la presente organización representativa y hasta en la familia.
Padre, patriarca o presidente, son autoridades todopoderosas que deciden sobre las vidas de los demás y otorgan o no privilegios según caprichosos e irracionales estados de ánimo. Hijos, amantes y súbditos compiten entre sí por sus favores. ¿O acaso no nos referimos a esos favores y privilegios cuando decimos que nos quieren o no nos quieren?
¿No es esa la historia del romance entre los países subdesarrollados latinoamericanos y papá EEUU? Pero claro, ser humano es aspirar antes o después al cambio, a la superación de lo ya experimentado. Esa función de rebeldía de los hijos con los papis, la posibilitó y cumplió el conocimiento abstracto a medida que fue acumulándose.
Porque de ese modo, gradualmente los hijos sabían cada vez más que sus padres y ya no dependían ni tenían que reverenciarlos hasta el momento de su muerte, para ser los preferidos receptores de su conocimiento, bienes y báculo patriarcal, es decir de su omnipotencia. Pareciera entonces que en el conocimiento, en la transición del dogmático pensamiento medieval a los fundamentos de la razón cartesiana del Renacimiento, hizo explosión la rebeldía de las juventudes oprimidas por la tiranía de las viejas generaciones de todos los tiempos.
El conocimiento fue entonces una herramienta de liberación, de expresión de rebeldía acumulada, de concreción en los hechos sociales de la renovación generacional biológica, de la sustitución de lo viejo por lo nuevo. ¿No sucede lo mismo hoy que Latinoamérica niña creció y quiere tomar sus propias decisiones, experimentar sus consecuencias de primera mano? ¿No se encienden nuevamente las hogueras y persecuciones de brujas de la inquisición?
Reconocer, tomar conciencia de nuestras cadenas, de la imposición de una condición a cada una de nuestras intenciones y acciones, implica y es entonces, una dinámica estructural con la intensidad y permanencia del ejercicio liberador personal y colectivo. ¿O no reacciona EEUU y los intereses corporativos establecidos y hegemónicos, a nuestra dirección de hechos de soberanía?
Lo que sucede entonces es que vivimos tiempos intensos y mayores de cambio global, y por ello se intensifican las dialécticas generacionales y de todo tipo y comenzamos a ver, comienza a entrar en conciencia la condición que nos sugestionó y pasó por ello desapercibida.
¿O no son y llamamos automatismos, tropismos, hábitos y creencias, justamente a todo aquello que reacciona sin pasar necesariamente por conciencia, sin exigir energía atencional? ¿A todo aquello que sigue los caminos de menor resistencia o menor conciencia?
Estoy escuchando al presidente Chávez conversando con una reclusa guyanesa, que no habla español y tiene dos años ya en la cárcel, sin ninguna conclusión. Esto sucede en medio de un acto de indultación de condenas por una reorganización del sistema de justicia. Le pregunta a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia si eso es justo, si eso es justicia.
Pregunta a los responsables de los penales si hay ricos en la cárcel. Ante sus respuestas negativas dice que la justicia tiene que humanizarse, salirse de su castillo de cristal e ir a la calle, poner carpas en las cárceles si es necesario, y resolver de una vez los casos pendientes.
Dice que vivimos en un derecho, en una justicia injusta e inhumana, bajo una legislación para apuntalar la injusticia social que convierte a las cárceles en bancos, alcancías, “depósitos de pobres”. La fiscal general, también una mujer, le contesta que para eso es necesario cambiar las leyes. Chávez contesta ¿Y? ¿No tenemos mayoría en la Asamblea Legislativa? ¿No son las leyes ajustes a la naturaleza de la sensibilidad y los hechos sociales, a las coyunturas históricas que vivimos? ¿O son aún dictámenes y mandamientos bajados de los cielos?
¿No hablamos de humanizar al mundo? ¿Cómo lo haremos? ¿Llenando cárceles para excluir el problema de nuestro horizonte perceptual? Ese es justamente el mundo que hemos organizado, de casilleros separados y que supuestamente no se afectan mutuamente. Pero las raíces de los problemas no se resuelven y las cárceles desbordan, la represión se intensifica.
Las enfermedades sociales requieren estudios y soluciones, remedios sociales y no bárbaros castigos para lo que no entendemos y tememos, que muchas veces se convierten en venganzas resultantes de nuestros temores y frustraciones acumulados.
¿Por qué violar lo bien visto para un momento social, ha de corresponder a respuestas iguales o peor de bárbaras, a la pérdida de todos los derechos sociales? ¿No debería ser justamente todo lo contrario? ¿No debieran ser ellos los que mayor atención y derechos sociales habrían de recibir? ¿No han sido infinitas veces los innovadores sociales burlados y encarcelados? ¿Qué pasó con Jesús, Bolívar, el Ché? ¿Y qué nos dice eso de nuestras sociedades, de nosotros mismos? ¿Hasta cuando creeremos que la violencia se resuelve con más violencia, y que por ese camino podríamos llegar alguna vez de algún mágico modo a la paz? ¿No sigue siendo eso el código del ojo por ojo y diente por diente, una simple venganza o vendetta mafiosa que hereda cual código de honor cada jefe de familia, de generación en generación?
Una vez más entonces, ¿hay o no hay una condición subterránea y colectiva, desapercibida, que se impone a cada una de nuestras intenciones, decisiones, intereses y conductas de cada día, produciendo resultados diferentes a los intencionados? Y si no la reconocemos siquiera, ¿cómo la resolveremos, cómo extirparemos sus raíces?
Yo no tengo las respuestas. ¿Y tú? Pero como en tantas otras cosas más, cuando intento quitarme las complicadas gafas de las creencias e ideologías con que intermedio las relaciones, la realidad, y lo logro por un instante, me parece reconocer que justamente es todo eso aprendido y ejercitado lo que hoy experimento como limitaciones.
Ayer fue un modo de pensarme, sentirme y expresarme en el mundo. Pudo ser más o menos satisfactorio. Pero hoy me resulta limitador. Esos hábitos y creencias no me permiten llegar a ti, comprenderte, hacen que te tema y me proteja, me construya armaduras emocionales. Todo lo cual termina deshumanizando nuestras relaciones.
¿Resolveremos eso con dinero, con posesiones compensatorias a nuestras incertidumbres, fantasmas, soledades, alienaciones? Un sacerdote sueña despierto y dice que en el nuevo mundo las cárceles tienen que dejar de existir, ser sustituidas por algo nuevo, diferente. El presidente Chávez lo confirma, agrega que esta es la posibilidad de cambiar un sistema violento desde sus mismas raíces, impactando la realidad global.
Ordena que se forme una comisión multidisciplinaria para estudiar y buscar soluciones creativas y humanizantes de esa problemática. Dice, leyendo a Foucault, que si no cambiamos el sistema carcelario, el sistema de premios y castigos sociales, inútil será todo intento superficial de cambio de sistema ideológico.
Porque a fin de cuenta, ¿no hay una emocionalidad, un sistema de intereses originado en la relación con el entorno, traducido a ideología tras todo el sistema carcelario? ¿No es la contracara oscura al final de la escalera jerárquica, el último y más bajo escalón, el mayor castigo opuesto al mayor premio social por ser bueno o malo según el modelo de moda?¿No es la lucha, la dialéctica personal y social por la libertad y sus variadas limitaciones, el motor y la conectiva de toda nuestra historia?
La revolución en la práctica no es sino liberarnos de los intermediarios, dinamitar las fronteras, desalambrar las parcelas, las propiedades que cubren de alambres de púas la delicada y sensible piel de la madre naturaleza y sus criaturas. No otra cosa son las misiones venezolanas como intento de eludir la burocracia institucional y hacer llegar a todos lo que de todos es, siempre ha sido.
No otra cosa es Petrocaribe, Telesur, el Alba. Quitar viejas formas institucionales que intermedian relaciones entre tú y yo, sin importar cuan grandes túes y yoes se hayan agrupado e identificado bajo sus banderas. Ir cambiándolas por otras nuevas que demuestren ajustarse mejor a la sensibilidad y exigencias del momento que vivimos, que alivien el elevado sistema de tensiones, el sufrimiento mental que experimentamos.
No es difícil darse cuenta que es cuando decaen la sinceridad e intensidad de los vínculos emocionales, que brotaron naturalmente estableciendo una relación, que los bienes materiales y sicológicos que ocupaban un papel de trasfondo totalmente secundario y funcional, pasan a convertirse en prima donna, en vedet. El afecto en transacción de negocios y conveniencias.
Lo que no es tan fácil de reconocer, es que la misma libertad, los mismos deseos de una vida mejor, que se expresaron como formas de relación con el mundo en un momento dado, son los que luego se van convirtiendo en cárceles limitantes, callejones estrechos que nos dificultan respirar, que intermedian toda posible relación asfixiando, frustrando todo intento de cambio.
Sin embargo, cuando comenzamos a reconocerlo, queda claro que todo tipo de libertad o felicidad personal y social, (que son una y la misma pues no vivimos en nubes ni entelequias), responden a modelos culturales o formas económicas de organización del trabajo. Decir organización es igual a decir conciencia. ¿O acaso hay otra inteligencia capaz de hacerlo?
Cuando una forma se agotó o ya resulta limitante, insuficiente, insatisfactoria, nada haces en consecuencia con reprimir, exterminar, encarcelar, castigar. Solo cabe reconocer sus hábitos y creencias intermediando toda posible relación, y recrearlas acorde a la sensibilidad y necesidades de la conciencia.
Pero más allá de ello, se trata de aprender a percibirnos de modos más simples, menos intermediados por el pasado heredado, menos temerosos, más humanos, plenos y satisfactorios. De reconocer la condición mental, emocional y física que se impone a nuestra conciencia, a cada una de nuestras decisiones y conductas resultantes. Para entonces poder dar un nuevo paso de libertad, justicia, humanidad, felicidad. Para aprender el mayor de los artes, de las libertades, la de recrear nuestras personalidades y mundos.
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