Julio Pimentel Ramírez
A pesar de los esfuerzos del gobierno espurio y sus corifeos de la mayor parte de los medios de comunicación por ocultar y tergiversar la realidad, las ondas expansivas de la crisis de la economía estadounidense que afectan a todos los continentes del orbe -no podía ser de otra manera en la actual economía globalizada- se dejan sentir cada día con mayor intensidad en México y sus efectos recaen con mayor impacto en los sectores sociales que dependen de ingresos limitados o salarios declinantes, que cada día pierden mayor poder adquisitivo.
En estos días se reúne en Japón el G-8, integrado por Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, Rusia y Japón, al que asisten como invitados países de las llamadas economías emergentes (entre ellos México, una de las piezas fundamentales en América Latina de la estrategia neoliberal estadounidense para nuestro subcontinente), cita en la que las economías dominantes del orbe con gran cinismo y relativo realismo se pronuncian por instrumentar medidas que “enfríen” tanto al Planeta como a los precios de combustibles y alimentos.
En reuniones anteriores los gobiernos encumbrados en el centro del poder capitalista han prometido canalizar recursos económicos relativamente cuantiosos para combatir la pobreza por ellos generada. Sin embargo los países africanos, la región del mundo más golpeada por el flagelo del hambre, se quejan de las promesas incumplidas por la élite del G-8.
Cabe observar que mientras al militarismo se destinan cifras multimillonarias -por ejemplo Estados Unidos presupuestó para el próximo año más de 160 mil millones de dólares para sus guerras de conquista- en el 2005 el Grupo de los Ocho aseguró que para el 2010 la ayuda para atenuar el efecto de la crisis alimentaria en las 59 naciones más afectadas llegaría a 50 mil millones de dólares.
Mientras tanto, en México, uno de los sectores sociales que ha sufrido los efectos devastadores de una crisis cuyo ciclo ha comenzado ya pero que no sabemos cuándo concluirá, es el que depende en gran parte de las remesas que les envían los mexicanos que laboran “ilegalmente” en Estados Unidos.
Informes del Banco de México señalan que las remesas enviadas a sus familiares por los trabajadores mexicanos en el exterior resintieron una caída anual de 5.9 por ciento en enero de este año, la mayor disminución porcentual observada desde el inicio formal de su registro en enero de 1995. Esto en el contexto de un progresivo deterioro de la actividad económica y el empleo en Estados Unidos, así como de crecientes dificultades para que los trabajadores inmigrantes encuentren ocupación en ese país.
Esta ha sido la quinta caída anual que se registra en el ingreso de divisas por remesas al país en los últimos nueve meses. Su afectación abarca desde el ámbito familiar que recibe esos recursos para atemperar las condiciones de pobreza de sus integrantes, hasta las condiciones macroeconómicas por su impacto en el consumo local, regional y nacional. Las remesas son la segunda fuente de divisas de la economía mexicana, después del petróleo y por encima de la llamada “industria sin chimenea” que nada más no despega.
Más allá del ámbito familiar, la recepción de remesas se ha convertido en una fuente determinante de ingreso monetario y de consumo para la economía de 11 estados del país, donde esos recursos representan más de la mitad de la masa salarial pagada en el sector formal de las economías locales.
Donde los ingresos por remesas representan 24 por ciento, donde se ubica la media nacional, y hasta 45 por ciento de la masa salarial, figuran 8 estados. En las entidades donde el ingreso de divisas por remesas familiares representa menos de 24 por ciento de la masa salarial formal se encuentran, de más a menos: Tabasco, Querétaro, Sonora, Tamaulipas, Chihuahua, Yucatán, Coahuila, Campeche, Baja California, Quintana Roo; el Distrito federal con 6 por ciento, y Nuevo León y Baja California Sur con 4 por ciento cada uno.
La nueva tendencia a la baja del envío de remesas de mexicanos residentes en Estados Unidos a México ha provocado que 600 mil familias mexicanas no recibieran dinero en el último año, estimó el Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin).
En qué puede derivar sino en hambre y sufrimiento la ecuación que en un lado de la fórmula mantiene elementos que crecen sostenidamente: precios de combustibles (agudizado por la vía del gasolinazo) y alimentos (por más que apliquen congelamientos engañosos); mientras que en el otro presenta a la baja persistente: empleos, salarios, ingresos por remesas.
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