¿Seguidores de Jesús en la actual coyuntura? ¿Cómo serlo en Bolivia?
Una vez más me ubico en lo que soy, desde donde escribo, mujer, de clase media, profesional, abuela-madre-esposa, católica, boliviana de Sucre, la capital constitucional, hoy totalmente desprestigiada luego de los vergonzosos sucesos del 24 de mayo pasado. Y una vez más, escribo a solicitud de varias amigas y amigos, que desde fuera del país, con mucha preocupación e interés, intentan seguir el acontecer boliviano, pero se ven confundidos por las noticias contradictorias que los diferentes medios transmiten sobre este querido país.
Como le decía a alguien hace algunos días, el bosque (la realidad) es tan denso, los árboles que nos rodean tan grandes y tupidos, que no podemos ver el conjunto, incluso no podemos ver nada con claridad, y la maraña de ramas de los árboles que nos rodean, nos golpean, sofocan, marean. La tentación de cerrar los ojos, darles la espalda, distraerse con unas flores o unas piedras de colores, encerrarse en uno mismo y en su pequeña realidad familiar y de amistades, es muy grande, a veces casi insuperable. Por momentos hay destellos de claridad, una voz que prende luces, señala caminos, y uno puede ver un poco más allá, pero rápidamente esa luz se apaga y vuelve el desconcierto, la incertidumbre, la pena por las oportunidades perdidas que supone este momento histórico en el país.
Las tormentas se suceden, casi sin interrupción: linchamientos, insultos y agresiones; referéndums autonómicos ilegales, aunque legítimos (¿) en varias regiones; propuesta de nueva Constitución Política del Estado no asumida por el conjunto del país; propuesta de referéndum revocatorio de mandato por parte del Gobierno, arma de doble filo; prohibición de exportación de algunos artículos de la canasta familiar; control de precios; ocultamiento de productos; contrabando de combustible al exterior del país; subvención de precios de hidrocarburos; despido de jefes de policía por impedir incendio de una embajada; éxodo de bolivianos a España y a otros países; asaltos e inseguridad ciudadana; vacaciones de invierno adelantadas para contrarrestar acciones de los maestros contra el gobierno dejando a toda la población estudiantil de país en completa desorientación; obligación de subir sueldos a las empresas privadas; prohibición de subir sueldos por encima de lo que gana el presidente en todo el aparato del Estado; más éxodo de bolivianos; polarización; fundamentalismos; resurgimiento de una ideología de extrema izquierda; renacimiento de acciones y sentimientos racistas y discriminatorios de lo indio, lo cholo, lo mestizo. Insultos hirientes entre bolivianos, “son animales, son llamas, indios sucios, oligarcas, racistas, extranjeros”. Uno contra todos, todos contra todos, la ciudad contra el campo, el campo contra la ciudad, Oriente contra Occidente, Occidente contra Oriente; ciudadanos motorizados contra ciudadanos de a pie; constantes bloqueos de caminos, interminables, por todo y nada; militares venezolanos con carné de identidad boliviano; aviones misteriosos que llegan, aviones misteriosos que salen; fábricas de cocaína en las ciudades y poblaciones rurales; poblaciones que se levantan contra la policía que quiere controlar el narcotráfico y el contrabando; ayllus-comunidades indígenas de Occidente- que se declaran autonomías indígenas y reclaman el control de los recursos naturales y del subsuelo en sus territorios; corrupción, prebendalismo, radicalización, todo es hasta las últimas consecuencias, sectores que reclaman sólo por sí mismos, la parte se ríe del todo; abandono de la agropecuaria tradicional y su sustitución por la producción de hoja de coca, que todo el mundo sabe termina en cocaína; descomposición de la institucionalidad pública; justicia comunitaria; crisis del Tribunal Constitucional; crisis de las Cortes Electorales; matrimonios jóvenes que se preguntan si tienen futuro en el país y empiezan a buscar alternativas de vida; xenofobia exacerbada; más éxodo de bolivianos.
Estos son algunos de los árboles, ramas y maraña, que nos rodean y ahogan. Para unos, todo esto es constitutivo de un proceso de “revolución en democracia”. Para otros, es signo de la falta de autoridad, descomposición social, caos, que estamos viviendo desde hace varios años. Supongo que es un poco de ambas visiones. Lo malo, lo realmente negativo, es que no está permitido estar en desacuerdo, en lo más mínimo, con una u otra posición. Si uno reconoce algunos avances logrados por el Gobierno, como ser presencia de sectores populares en el Gobierno, autoestima entre indígenas y campesinos, mayor inclusión, recuperación de recursos naturales, es un masista, izquierdista trasnochado, odiador de los ricos, de tal por cual. Si uno reconoce que hay problemas económicos y que al gobierno le falta una política más orgánica, es un oligarca de derecha, egoísta y eterno enemigo de los pobres, de tal por cual. La polarización es muy aguda, casi no se puede dialogar, aun entre hermanos, miembros de una familia. Y sin diálogo, verdadero diálogo que esté dispuesto a ceder “sus verdades” para reconocer algunas verdades en la posición del otro, no hay solución a esta espiral de violencia, tensión, agresividad, desencuentro, irracionalidad, que estamos viviendo.
Cuando uno intenta proponer una alternativa, sugerir un camino diferente, el ataque, de uno u otro bando, es tan duro y violento, que uno se queda sin aire, y lo que es peor aún, con una duda tremenda de si no habrá perdido la capacidad de análisis, si no se habrá parcializado con “su” propio sector, si uno no habrá terminado por rendirse a las fuerzas retrógradas, que son la tentación de la que hablaba al principio. La tentación de la pasividad, de “el no me importa”, de dejar hacer y dejar pasar, es muy grande. Finalmente uno ya ha hecho su vida, tiene sus ahorritos para la vejez, puede ver el mundo de palco. ¿O no?
No, definitivamente no. A nosotros, clases medias, intelectuales no nos esta permitido dar la espalda a lo que sucede en el país. Tenemos mucha responsabilidad frente a lo que está sucediendo. Más aún si nos decimos creyentes y seguidores de Jesús.
Ahora bien ¿qué necesitamos para comprender mejor lo que aquí ocurre? Aunque suene trasnochado porque se supone que el discurso de la teología de la liberación está pasado de moda, tenemos que contemplar la historia desde los pobres. Ponernos en la piel, los zapatos de esos miles de bolivianos, y en mi caso, en especial de las mujeres y niñas, abuelas, madres e hijas, que todos los días se preguntan con qué van a alimentar a sus hijos, cómo van a sanar a sus enfermos, cómo van a llegar a fin de mes con la inflación que se vive.
El cambio iniciado, o quizás mejor dicho, profundizado, a partir de diciembre del 2005, cuando Evo Morales ganó las elecciones con un histórico 54. % era algo que se veía venir, y que quizás muchos no pensamos llegar a ver (en nuestro tiempo de vida). Es un cambio por el que hemos trabajado muchos años. Y es un cambio irreversible, en el sentido de que el peso del voto indígena-originario-campesino fue definitivo, y volcó la balanza de la historia, posiblemente para siempre. La Bolivia de antes del 2005 no volverá jamás, menos mal.
El problema es que todavía no nos ponemos de acuerdo sobre la Bolivia del presente y la del mañana. Unos quisieran un cambio de 360°, otros “sólo” de 180°. Y un grupo fuerte y poderoso no está dispuesto a aceptar ningún cambio. Y creo que esta es la raíz del desencuentro evidente y del conflicto vivido día a día. Este choque de intereses y motivaciones entorno al cambio. Esto es lo que está detrás de la confusión de esa maraña de conflictos. Además de que en río revuelto, ganancia de pescadores… Este es el panorama del bosque más grande que no tenemos que perder de vista.
Jesús luchó por una sociedad justa, por el proyecto del Reino, una sociedad de hermanos. Pero lo hizo desde un lugar físico, social, determinado. Dios eligió enviar a su Hijo en medio de un pueblito de campesinos ignorantes, sencillos, pobres, para desde allí, señalar el camino de la liberación para toda la humanidad. Jesús pudo haber nacido en un palacio, o ser hijo de un estadista poderoso. Pero no lo hizo, se identificó con los más pequeños, fue uno de ellos, supo lo que era no tener dinero en el banco para la vejez, no contar con seguro de salud o jubilación, no tener dólares para viajar en avión, y lo hacía en flota, sabiendo que era posible que se quedara varios días bloqueado porque algunas personas tenían muchos reclamos, válidos o no, que lo perjudicaban en su misión. Supo lo que era dormir a la intemperie, (¡si hasta nació en un pesebre¡), supo lo que era no ser recibido cuando llegaba a algún pueblo, cansado, hambriento y sucio de la tierra del camino; no obstante Él quiere para todos nosotros una vida plena, conforme al proyecto del Padre. Y finalmente, murió crucificado porque estaba convencido de que sólo eso le daba sentido pleno a su vida.
Hoy, la realidad de conflicto y polarización que vivimos en Bolivia, nos exige ponernos en el lugar del “otro”, ver la realidad desde allá y actuar en consecuencia. Nuestra fe tiene que ayudarnos a ser contemplativos, místicos de esta historia y en la historia. Con frecuencia hemos pensado y dicho que la Iglesia es o tiene que ser, la voz de los sin voz. Sin importar si somos tildados de amarillos, tibios, izquierdistas, derechistas, tenemos que poder ver el horizonte y no encerrarnos entre cuatro árboles. Tenemos que poder señalar errores y aciertos de unos y otros. Tenemos que abrir espacios de diálogo, de encuentro de unos con otros, que posibilite un proceso de reconciliación, basado en el perdón, la justicia, el amor. Saber buscar caminos con unos y con otros. Manos a la obra.
Marta U de Aguirre
La Paz, 23 de junio de 2008
No hay comentarios.:
Publicar un comentario