Karen Méndez
Aporrea
Cinco meses después de que la guerrilla colombiana de las FARC secuestró a Ingrid Betancourt en San Vicente del Caguán, soldados estadounidenses secuestraron a Omar Khadr en Afganistán. Desde el 2002, Ingrid Betancourt se convirtió en la retenida más famosa del mundo y Omar en el más olvidado de todos.
Desde los 15 años de edad, Omar permanece en poder del ejército estadounidense. Lo hirieron y capturaron en Afganistán luego de un combate entre tropas estadounidenses y la resistencia afgana. La administración Bush alega que Omar era miliciano de Al Qaeda y que durante ese enfrentamiento lanzó una granada que provocó la muerte del sargento estadounidense, Christopher J. Speer.
El caso de Omar, como el de otros más de 700 secuestrados en Guantánamo, nunca se ha presentado ante un tribunal ordinario. Estados Unidos insiste en que este joven de 21 años es un terrorista, aunque los documentos del propio Pentágono y los testimonios de oficiales militares presentes en el momento del combate, confirman que no fue Omar quien lanzó el explosivo, sino otro militante que minutos después fue asesinado.
La detención de Omar se convirtió en un secuestro en el mismo momento que Estados Unidos violó todas las leyes internacionales sobre trato a los detenidos y los Principios y Directrices sobre los Niños Asociados a Fuerzas Armadas o Grupos Armados, también conocidos como los Principios de París.
A Omar lo capturaron, lo escondieron y torturaron durante tres meses en la base aérea estadounidense de Bagram, en Afganistán y luego lo trasladaron en un vuelo secreto a la base ilegal que mantiene Estados Unidos en la bahía de Guantánamo, en Cuba.
Los años en los que Omar tenía que estar jugando con sus amigos, asistiendo a la escuela, creciendo al lado de su familia, los pasó encerrado en una cárcel de máxima seguridad soportando torturas, humillaciones y aberraciones por parte de militares estadounidenses. Pero nadie convocó una marcha para exigir su liberación, ningún presidente se ha solidarizado con los padres de Omar, ningún artista ha hecho un concierto en su nombre ni tampoco ningún medio de comunicación sigue el caso de este joven secuestrado. La marginación mediática ha logrado que pocas personas conozcan y se solidaricen con la dramática historia de este niño canadiense de padres egipcios.
Si el caso de Ingrid Betancourt conmovió y despertó la indignación de millones de personas, y además sirvió para señalar a la guerrilla más antigua del mundo como un grupo terrorista y sanguinario ¿qué dirían si Omar les contara lo que le hacen los militares estadounidenses en Guantánamo? ¿Cómo calificarían a quienes le robaron la infancia y la vida a Omar?
No hay un solo día, desde aquel 27 de julio de 2002, que Omar no sea brutalmente golpeado. Según señala un informe de Amnistía Internacional, cada vez que lo van a interrogar los militares estadounidenses le tapan la cabeza con una bolsa y le llevan perros para asustarlo, le colocan grilletes en los pies y lo levantan por el cuello hasta que el dolor sea insoportable y lo amenazan con llevarle a un militar egipcio, “conocido como el soldado número 9” para que lo viole si no colabora.
Omar duerme en habitaciones extremadamente frías o calientes para desesperarlo y enfermalo, y frecuentemente lo mantienen en un régimen de aislamiento durante todo un mes. En una ocasión lo encadenaron con grilletes en una sala de interrogatorios hasta que se orinó encima. Para castigarlo le rociaron un producto de limpieza por todo el cuerpo y lo usaron como trapo humano para limpiar los orines del centro de tortura.
De Omar se habló durante unos días en 2005, cuando unos 200 retenidos en Guantánamo hicieron una huelga de hambre por las violaciones sistemáticas a sus derechos humanos. Después de dos semanas de protesta, los militares le administraron fluidos por vía intravenosa y le dijeron a la prensa que los presos de Guantánamo habían levantaron la protesta. Así las empresas de comunicación cerraron otra vez el capítulo y más nadie, excepto Amnistía Internacional y una que otra asociación de derechos humanos, volvió a hablar de Omar, el secuestrado número 766.
Supimos nuevamente de él el pasado lunes. No por una prueba de vida, sino porque uno de sus abogados logró obtener un video en el que aparecen unos sujetos interrogando al adolescente, que para aquel momento tenía 16 años de edad.
A través del video que divulgó el abogado de Omar, muchos pudimos ver y sentir la desesperación de este joven. Salía llorando, jalándose los cabellos y llamando desconsoladamente a su madre. Decía que no veía, que no sentía las piernas y mostraba todas las evidencias de tortura que lleva en su cuerpo.
Las imágenes dieron la vuelta por varios noticieros del mundo, pero no pasó de ahí. No tuvo la suerte de Ingrid. Quizá si lo hubiera secuestrado una guerrilla marxista en vez de un gobierno capitalista y genocida, las empresas de comunicación lo hubieran ayudado más.
Entre estar en Guantánamo o en las selvas colombianas, seguro que la familia de Omar hubiera preferido que a su hijo lo secuestraran las FARC, la supuesta guerrilla más “terrorista”, “sanguinaria” y “peligrosa” de toda América Latina. Al menos recibiría cartas de su hijo, podría hablarle a través de programas de radio, su hijo tendría medicamentos y atención médica si le hubiese hecho falta y contarían con todo el apoyo internacional. Si Omar hubiera sido secuestrado por las FARC, su país, Canadá, exigiría su liberación inmediata, no como ahora, que ni toca el tema para no afectar sus relaciones con Estados Unidos.
Ni Omar ni su familia saben si esta tormenta algún día va a terminar. La vida de este joven está en manos de un gobierno que pasa por encima de cualquier ley internacional, de cualquier código ético, que invade países en nombre de la libertad de otros y que a un centro de tortura le llama “cárcel modelo”.
Si Omar tiene un poco de suerte, quizás en algunos años pueda salir de Guantánamo. Pero ni será un héroe nacional ni bajará del avión saludando alegremente, no hará una gira internacional para reunirse con los presidentes que quiera, no le darán ninguna condecoración, no exigirá en la ONU el retiro de tropas estadounidenses de Afganistán e Irak ni el cierre de Guantánamo, de Abu Ghraib y no pedirá que condenen a los Bush por genocidas.
Los retenidos de las FARC, con todo y sus dolores, han salido llenos de esperanza, con ganas de vivir, de hablar. Omar, si sale, saldrá muerto en vida, porque en Guantánamo le quitaron la vista, su infancia, sus sueños, todo.
El próximo 19 de septiembre Omar cumplirá 22 años de edad. Si tan sensible es la comunidad internacional ante el tema del secuestro ¿por qué la OEA, la ONU, El Vaticano, la Unión Europea y los demás países latinoamericanos no exigen la liberación inmediata e incondicional de todos los secuestrados en Guantánamo? ¿O es que acaso esos valores humanos también están determinados por el doble rasero de Estados Unidos?
Karen Méndez es periodista venezolana residente en Quito
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