Ricardo Andrade Jardí
Si la catástrofe que se avecina puede evitarse y la humanidad tiene otra oportunidad, será por esas otras que, abajo y a la izquierda, no sólo resisten, también esbozan ya el perfil de otra cosa.
De algo diferente a lo que arriba ocurre.
Subcomandante Insurgente Marcos
Inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la ofensiva capitalista empezó una campaña definitiva para anunciar terminantemente el fin de la historia, la victoria definitiva, pues, del capital y la propiedad privada como únicas razones de la vida frente a las derrumbadas utopías de la socialización y la colectividad.
La campaña publicitaria consistió, entre muchas otras cosas, en venderle al mundo la idea de que las desviaciones burguesas de la burocracia totalitaria, agrupadas bajo el imperialismo estalinista, era la utopía del comunismo y mal informadas y cada día más enajenadas las mayorías, así lo asumieron, los intelectuales que alguna vez simpatizaron, mal formados por los dogmas absolutistas, abandonaron éstos y asumieron como suyos los absolutistas dogmas del capitalismo, al que incluso, ahora, defienden como liberalismo.
Ciertas palabras y su concepto fueron desterrados del vocabulario incluso de algunas izquierdas y éstas se extraviaron en la desideologización y el confort que el sistema ofrece para quienes aceptan los dogmas imperialistas como verdades absolutas.
Las luchas fueron abandonadas y la ilegalidad burguesa se convirtió en la única “lucha” reconocida por la institucional izquierda, la que pasó del trabajo de masas al trabajo de votos corporativos; abandonó la lucha real por el poder y fue asumiendo el poder real y el del dinero, como su interés de lucha.
La historia había llegado a su fin y la transa la concertación, el voto corporativo, las comisiones legislativas, los recursos económicos para las fuerzas políticas legales reconocidas por la ilegalidad burguesa, dejaron atrás y, hasta donde les fue posible, en la desmemoria las luchas sociales, la sangre derramada, casi siempre de un lado, que abrieron mínimas conquistas en busca de una sociedad más justa o menos injusta cuando menos.
El fin de la historia había sido decretado y el único camino posible, parecía ser, para los chatos de vista, el asumir las reglas del mercado y vivir bien entre discurso y discurso en intentos sin convicción por suavizar la rapacidad del mercado.
Imperialismo, socialismo, lucha de clases, organización de masas, revolución, rebeldía, marxismo, anarquismo, abolición de la propiedad, de la explotación, de la desigualdad y un largo etcétera, se convirtieron en conceptos y palabras arcaicas, prohibidas, excepto para denigrar o acusar a todo aquel que se atreviera a proponer debates en torno a la insostenibilidad de una economía acientífica, injusta, voraz y presumidamente infinita e ignorante de la naturaleza y sus condicionantes finitas.
“La historia sabe vengarse”, afirmó un economista brasileño hace unos años. Y el fin de la historia no sólo no llegó a su término, sino que la economía del libre mercado, el capitalismo, pues, se derrumba junto con toda su hipocresía y la nación del dólar socializa las pérdidas, que no las ganancias, en un intento por salvar lo insalvable, el capitalismo está en su peor crisis y sus “fundamentos” económicos no alcanzan para detener la caída estrepitosa que arrastrará a todas las economías que privilegiaron la ganancia privada, frente a la distribución justa de todos los procesos, incluso el del mercado.
Las demandas sociales del pasado reciente pasaron de ser: por mejores condiciones de vida, frente a las recientes demandas, ya no de mejores, de cuando menos: condiciones de vida.
La historia exige nuevos rumbos y nos regresa no al pasado pero sí a la reconstrucción de procesos interrumpidos o abandonados; a la reconstrucción cuando menos del lenguaje, al pan: pan y al vino: vino.
Muchos serán los caminos de la lucha, pero lo cierto es que las definiciones se hacen necesarias y la lucha antiimperialista no puede esperar más, pues la crisis del militarismo capitalista nos alcanzará.
La justicia social y la abolición de la explotación son luchas colectivas desde todos los frentes posibles. Es nuestra última oportunidad. No podemos esperar a ver cómo la soberbia del agandalle empresarial amenaza con la exterminación de toda forma de vida planetaria.
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