Jaime Martínez Veloz /IV
La crisis nacional se profundiza y no se vislumbran en el horizonte opciones ni alternativas para enfrentarla. La parte alícuota de corresponsabilidad que tienen políticos, empresarios, partidos e instituciones se niega a ser reconocida. La autocrítica es impensable.
Para cada sector, los culpables de la crisis son aquellos que son ajenos a su forma de pensar o que pertenecen a organizaciones diferentes a las que cada quien dice representar. No hay posibilidad alguna de construir el menor acuerdo posible, de ningún tipo, en ninguna circunstancia. Quien lo intente deberá prepararse para el linchamiento en la plaza pública o en los medios electrónicos. La cerrazón y la descalificación son la expresión de una enfermedad social llamada cortoplacismo. “Todos contra todos” es el titulo de la horrible película que sufre la sociedad mexicana.
Mientras esto pasa, el EZLN, sin aspavientos ni alharaca mediática, consolida su estrategia organizativa y continúa sus esfuerzos de más 24 años construyendo con sus propios medios una circunstancia nueva: de búsqueda, de lucha, de aprendizaje, de rebeldía, de esfuerzo cotidiano. Toda una generación nueva alimentada por la anterior y alimentando la que hoy crece. Es la otra cara de un mismo México. Muchos de los nuevos mandos zapatistas eran niños, e incluso algunos de ellos ni siquiera habían nacido en las primeras etapas del zapatismo en Chiapas.
Mientras en la clase política existe una descarnada disputa por ver quién es más incompetente, hoy el rostro de los pueblos zapatistas es otro; rostro de dignidad y protagonismo de frente a los problemas que, por supuesto, continúan marcando las difíciles condiciones de vida de las comunidades indígenas. Pero a diferencia de hace casi un cuarto de siglo, los pueblos zapatistas hoy asumen y buscan soluciones a problemáticas diversas: sea en el terreno de la participación y toma de decisiones; sea en la búsqueda de alternativas de producción, educación, salud, justicia y gobierno. No esperan, construyen; no se desesperan, se consolidan y reafirman sus convicciones.
Nada es igual. Hace más de un cuarto de siglo cualquier proyecto ideológico, partidista, clientelar o divisionista podía acomodarse en el seno de cualquier comunidad indígena y dar como resultado las divisiones internas de orden organizacional o religioso; el voto seguro, el éxito de financiamientos intermediarios.
Hoy en los territorios zapatistas nada de ello es posible: el ejercicio cotidiano de participación y toma de decisiones lo impide; la estructura y mecanismos de las autonomías filtra. Los objetivos son claros y provienen de abajo y de dentro de los mismos pueblos. Organismos, iglesias, partidos se topan hoy con mujeres y hombres protagonistas, con un proyecto propio; los zapatistas demuestran a diario su capacidad para analizar y decidir lo que quieren y no quieren. Tal es una de las difíciles construcciones que encierra el devenir de ese “mandar obedeciendo” que a diario se construye en asambleas, comités, consejos autónomos, juntas de buen gobierno. La discusión y la reflexión interna permiten procesar diferencias, construir acuerdos y perfilar alternativas.
Hace más de un cuarto de siglo eran posibles, por ejemplo, las campañas de esterilización forzada por parte de los gobiernos. Hoy, el Sistema de Salud Autónoma no sólo cuenta con promotores y técnicos capaces de enfrentar situaciones delicadas de salud, sino con toda una estructura –aunque modesta– de clínicas, campañas, laboratorios y, en especial, todo un rescate y revalorización de formas ancestrales y eficaces de medicina. Las limitaciones económicas se superan con organización, capacidad profesional, dedicación y esfuerzo colectivo.
Las cooperativas, germen de resistencia y organización en la mayoría de los pueblos, han avanzado a experiencias satisfactorias de comercialización y abasto regional que permiten, con mucho esfuerzo, alimentar la capacidad de resistencia zapatista. No piden ni aceptan canonjías; exigen lo que brindan: respeto. La actividad productiva no es la excepción y consolidan sus estructuras económicas.
La educación, otro pilar fundamental de las autonomías, se hace realidad a través de cientos de escuelas autónomas de nivel básico y secundario, ofreciendo a los niños y jóvenes contenidos educativos y de formación con una perspectiva liberadora que rescata la historia, la lengua, la cultura. Jóvenes zapatistas formados en la lucha y la educación libertaria conforman la estructura educativa zapatista enarbolando el pensamiento de José Martí, cuando planteaba: “El remedio está en cambiar radicalmente la instrucción primaria de verbales experimental, de retórica científica, de enseñar al niño, a la vez el abecedario de las palabras y el abecedario de la naturaleza”. Los zapatistas han hecho suya la consigna martiana de que “un pueblo culto es un pueblo libre” y actúan y trabajan en consecuencia.
La práctica de la colectividad no sólo en las tierras recuperadas en 1994, sino en el sinfín de parcelas comunitarias, resisten la embestida privatizadora y ahondan la conciencia de responsabilidad social con los que nada tienen y que no sea su propia capacidad organizativa.
Valorar, contribuir y aprender de las construcciones autónomas zapatistas es quizá una forma más de crear horizontes distintos en el terrible horizonte mexicano.
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