Bernardo Bátiz Vázquez
El problema de la seguridad es un problema nacional, sin duda grave, pero no tanto como el riesgo de perder lo que queda de nuestra soberanía económica si malbaratamos Pemex, como pretenden algunos malos o desorientados mexicanos. En la ciudad de México, una de las fases que la inseguridad muestra, es el fenómeno del porrismo estudiantil, en las preparatorias, en los CCH, en las vocacionales y en otras escuelas públicas, pero también en algunas privadas.
El porrismo es una escuela de delincuencia; lamentablemente fue alentado y prohijado por malos gobiernos que necesitaban de grupos de choque para sentirse apoyados y protegidos. Todavía en la actualidad, en algunos casos de este fenómeno, encontramos detrás de grupos porriles la sombra protectora de diputados locales o federales o burócratas con cargos de segundo o tercer nivel.
Si se combate el porrismo, se estará también combatiendo un aspecto de la delincuencia organizada y sellando un centro de reclutamiento para narcomenudistas y sicarios.
Se necesita, con los líderes de las bandas de golpeadores estudiantiles mano dura dentro de la ley, pero también atención y orientación para los jóvenes que llegan a las escuelas de educación media por primera vez y que pueden ser atraídos por los pandilleros, como lo hacen con frecuencia, con cerveza gratis, droga fácil y el atractivo de sentirse formar parte de una comunidad que les da identidad, tan necesaria en la adolescencia, los cobija y protege.
Me consta que en el CCH se lleva a cabo una campaña de orientación para ubicar a los jóvenes en la realidad de sus escuelas y del ambiente estudiantil, interesándolos en actividades culturales, deportivas y académicas como alternativas, muy superiores al porrismo.
Dentro de este combate al pandillerismo estudiantil, juega un papel fundamental, que ya está dando frutos, como informó el jefe de Gobierno en días pasados, el programa Prepa Sí, que es un sistema de beca universal a todos los estudiantes preparatorianos de escuelas públicas. Según el informe a la Asamblea, las calificaciones de los estudiantes, desde que se les otorgan becas, han subido de 7.65 en promedio a 8.39 y la deserción escolar va a la baja.
Desde el sexenio pasado, el Gobierno del Distrito Federal implementó apoyos sociales directos, como el de adultos mayores y otros que han tenido el doble efecto de beneficiar a la microeconomía popular directamente y de inyectar una importante cantidad mensual de dinero fresco a la macroeconomía de la ciudad capital.
En el caso del apoyo económico a jóvenes estudiantes surgidos de clases medias bajas y pobres, y algunos francamente marginados, es una forma de atender a las causas y no a los efectos del fenómeno delictivo; quien llega al bachillerato o sus equivalentes, a intentar estudiar en total desventaja con otros jóvenes de su misma edad, por falta de recursos económicos, puede ser fácil presa de los lazos que la delincuencia suele tender. En cambio, si son recibidos con solidaridad social y cuentan de entrada con un apoyo que les permite mejorar su alimentación o tener recursos para transporte o para útiles escolares, su actitud sin duda será muy diferente a la de quienes llegan sin ningún apoyo y enfrentarse a un medio nuevo, posiblemente hostil, provenientes de un ambiente familiar, vecinal y social, que poco les ofrece.
La beca es un paso importante, que por supuesto no debe de ser el único para combatir las fuentes de la criminalidad y de las desviaciones sociales de quienes no se sienten obligados con su comunidad y por tanto no cumplen voluntaria y cabalmente con las reglas de convivencia, por que esa comunidad, a su vez, los margina y excluye.
Las becas son por ello un factor importante para orientar y encauzar a los muchachos y con ello, sin necesidad de gastos excesivos en armas y cárceles, se contribuye a disminuir las causas que desencadenan los procesos sociales disyuntivos, puertas de entrada a la formación de mafias y grupos de delincuentes.
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