Luis Linares Zapata
La crisis, ahora con ribetes claros de globalidad, no solamente es de corte económico-financiera, sino que despliega sus raíces y consecuencias en un amplio segmento de la vida organizada del país. Ésta, que es ya un corte drástico a normalidad, se acompaña con activos rasgos políticos y, más en lo profundo, la irán desplegando tanto sus aristas sociales como las inevitables afectaciones a su basamento cultural. Todo un reto de inteligencia e imaginación para los mexicanos de hoy. Momentos cruciales que requerirán de voluntades conjugadas y la movilización de recursos con los que puede contar la sociedad para hacerle frente. Tiempos de trabajos arduos, tensiones innegables y minuciosa preparación para un futuro congestionado que traerá veloces transformaciones.
De ahí las dudas que embargan a los mexicanos sobre la calidad de liderazgo que el oficialismo ofrece para hacerse cargo de tal situación. Urge darle sustento comprensible a lo que sucede, orientar a la ciudadanía ante la emergencia y apuntar salidas viables. Eso y no otra cosa lateral es lo que se solicita a gritos y por todos lados.
De la densidad de la crisis presente se desprenden las innumerables críticas al frívolo desempeño de las autoridades. De ella emanan los llamados para coordinar acciones concertadas, urgentes, bien cimentadas, que se oyen por doquier y que no encuentran eco en los aparatos de gobierno. Una vez más, en su relativamente corta estancia en los altos mandos federales, la derecha panista equivoca el diagnóstico de la actualidad y, en consecuencia, exhibe mediocres recetas para la acción.
Tanto la administración de los gerentes foxianos como el achicado club de los amigos de confianza que se cobijan tras el señor Calderón dan pruebas fehacientes de incapacidad para la apreciación conceptual de lo que está en juego y de sus timoratos y hasta torpes desplantes ante tan compleja realidad. De ahí la intranquilidad colectiva ante la habilidad de conducción del oficialismo. Por ello se forman nubarrones adicionales al de por sí cerrados horizonte que, hacia adelante, se forman ante los alarmados ciudadanos.
De esos titubeos y francas pérdidas de tiempo se desprenden las tardanzas para movilizar las energías nacionales que permitirían navegar, con las menores afectaciones, en medio de la tormenta que ya envuelve, casi por todos lados, al país. El señor Calderón y sus adláteres no logran, siquiera, armar un discurso creíble. Se atascan en lo circunstancial de una visita a Naciones Unidas combinada con aparentes promociones de negocios sólo para tomarse la foto en Wall Street, precisamente cuando tal santuario se derrumba con estrépito. Usan frases trilladas de catarros en un viaje intrascendente o reaccionan con enojos y fuerza desproporcionada ante pequeñas distracciones difusivas. Se irritan y hasta amenazan ante las invenciones de golpes de Estado ficticios que les diseñan sus propios difusores. Oyen los consejos de aventureros que persiguen jugosos contratos a cambio de reformas polarizantes de una sociedad ya bien irritada.
No alistan a la Fábrica Nacional contra las afectaciones que ya sufre en varios sectores de su actividad productiva, algunos de ellos cruciales como el turismo o la construcción. Tampoco llevan a cabo los preparativos fiscales o programáticos de emergencia que les permitan un rápido y adecuado desplazamiento para contener los problemas que se van presentando. Las cuentas externas, deficitarias en sumas estratosféricas, padecerán la estrangulación del crédito mundial.
La carestía, que se hizo cruento fenómeno permanente, dura más de un año de tocar a las puertas de las clases medias y ahonda la miseria. Ante ella no se instalaron paliativos, compensaciones ni rutas de salida. Por el contrario, se han ido exacerbando con los incrementos a las gasolinas, el descobijo a la agricultura y las ineficiencias en el uso de la inversión pública. El gasto corriente sigue indetenible su carrera de privilegios y alcanza la estratosférica suma de 400 mil millones de incremento en unos cuantos años de dispendio, reduciendo los de por sí escasos márgenes de maniobra que se tienen. En resumen, la inventiva conceptual del oficialismo no da para más. Se le ve acorralado por el derrumbamiento de su meca ideal: el entramado financiero de los americanos.
El otrora símbolo del poder, la arrogancia, hegemonía y los elevados estándares de gestión, lucha por su propia sobrevivencia. Sus émulos locales, desamparados, no atisban para dónde correr en busca de un refugio cierto que les sustituya paradigmas y recetas. Algunos aconsejan al oficialismo panista que ya no forcejee con sus aliados de siempre: los priístas de elite.
Más aún, todo parece indicar que, al panismo, sus mentores lo han dejado de lado para substituirlos por esa otra facción, ahora al parecer mejor colocada, de la derecha nacional: la rancia y altiva tecnocracia hacendaria junto con la llamada clase política tradicional del priísmo decadente. Ese trabuco derechoso es la facción que pretende darle continuidad al modelo de gobierno después de sostenerlo por más de un cuarto de siglo.
Frente a esa agrupación, la izquierda se pierde en sus disputas inveteradas sin atisbar, con precisión, a los rivales que se mueven en su cercanía. Algunos de sus dirigentes todavía quieren unírseles, aunque sea en calidad subordinada, pensando en su conveniencia particular. Otros se distraen en riñas derivadas de pequeños protagonismos e intereses de grupo que las elecciones recientes de Guerrero han desenmascarado hasta con crueldad. Otros no logran aplanar el camino de las alianzas efectivas que les llevarían, una vez más, al triunfo. Otros se empeñan en ningunear el movimiento que se ha enraizado en buena parte del electorado y que puede aportar el sustento efectivo para la transformación futura de México.
Es urgente visualizar que la contienda venidera será entre la derecha y la izquierda y no por el centro del espectro político. Los priístas acudirán al rescate de un panismo que desea, que se empeña, en la continuidad de un modelo inoperante, esta vez a escala mundial. Un modelo que está llevando al país a malgastar otros seis años de oportunidades.
De la altura de la elite de izquierda, apoyada con firmeza popular, dependerá la renovación de la esperanza y la salida de esta crisis que durará por largo tiempo.
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