Por Miguel Angel Granados Chapa
14 octubre 2008
karina.morales@librossobrelibros.com
ma@granadoschapa.com
El ciudadano promedio no entiende por qué la creciente suma de reservas del gobierno federal equivale a dinero guardado en el colchón, improductivo en vez de ser acicate y aun motor de actividades que aviven una economía mortecina y por tanto generen empleos como se ofreció en 2006 a cambio de votos. Menos se comprenderá ahora porque esa reserva, que se consideraba intocable como señal de prudencia financiera y de responsabilidad gubernamental, disminuyó 10% en unos cuantos días, en beneficio de especuladores y de empresas que se salvarán, o aminorarán sus dificultades, a cargo de la riqueza nacional.
En un mercado cambiario libre todo el mundo puede adquirir las divisas que quiera, ya sea para operaciones normales o como negocio en sí mismo. No hay sanción legal a quien compre cualquier volumen de dólares y no hay tampoco sanción social a quien lo haga para asegurar beneficios particulares en medio de problemas que se generalizan. Pero el ataque de la semana pasada contra el peso, independientemente de los dilemas éticos que plantea, revela por un lado la fragilidad del tipo de cambio, y por otro enseñó que las reservas sí pueden tener usos coyunturales sin perjuicio de cumplir su papel de garantes del valor de la moneda mexicana.
Deberíamos conocer el nombre del nuevo George Soros que el viernes puso las bases para obtener una utilidad enorme en medio de la adversidad que afecta a empresas y personas que aprovecharon el bajo precio del dólar y ahora enfrentan su carestía. Como se recuerda, el afamado bolsista ganó más de mil millones de dólares en una sola noche, el 16 de septiembre de 1992, cuando embatió contra la libra esterlina y obligó al Banco de Inglaterra a participar en el mercado de cambios para preservar la estabilidad de su moneda, sin que pudiera conseguirlo. Es posible que alguien o algunos hicieran el viernes pasado algo semejante y se haya quedado con divisas norteamericanas que les reditúen ganancias cuando las realicen en otro momento, en mejores condiciones para su interés.
Mientras estaba en Washington en las asambleas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (que en el trastrueque de papeles propiciado por la crisis financiera mundial ahora hacen denuncias y prédicas como si fueran intelectuales de izquierda de los 60), el secretario Agustín Carstens reveló que “operaciones especulativas para obtener utilidades” aceleraron la depreciación del peso antes del martes 7, cuando el Banco de México anunció su intervención. Es probable, interpreto por mi parte, que ese mismo género de compras especulativas obligaron el viernes siguiente al Banco a saltar de su anunciada provisión de 400 millones a poner en el mercado más de seis mil millones.
Carstens anunció que autoridades financieras se reunirían, o lo habían hecho ya con los bancos, para puntualizar las necesidades empresariales y de los bancos mismos en materia de divisas. Encuentro que la demanda de dólares se habría acelerado por la aparición de al menos tres factores extraordinarios, adicionales a los que normalmente están presentes en la actividad cambiaria. Son ellos, primero, la remisión de utilidades de la banca mexicana a sus matrices extranjeras, necesitadas éstas de consolidar sus reservas ante los vientos tempestuosos que podrían arrastrarlas. Por otro lado, está presente la necesidad de empresas que obtuvieron créditos en dólares por medio de instrumentos derivados a los que no dieron un tratamiento acorde con las leyes mexicanas y de súbito se ven comprometidas en pagos que no pueden solventar. Y por último, la especulación, esa modalidad propia del capitalismo financiero, que saca provecho de condiciones adversas para muchos, tal como hacen los comerciantes de armas en medio de una guerra o los acaparadores de bienes de consumo ante desgracias causadas por la naturaleza (o con las que la naturaleza responde al manoseo humano).
El grupo anunciado por Carstens “realizó el fin de semana una minuciosa revisión de las condiciones de liquidez de corporaciones y empresas... con deuda en moneda extranjera”. Fuentes no identificadas citaron como ejemplos del examen hecho por el grupo de trabajo los casos de Comercial Mexicana y Cementos Mexicanos. En la primera, “por ahorrarse unos pesos en su costo de financiamiento, una deuda externa de 200 millones de dólares se volvió de 2,085 millones, porque las opciones son instrumentos altamente apalancados.
“Otros corporativos... como... Cemex tienen la capacidad para cubrir solos sus posiciones, pero mil millones de pesos identificados se han convertido en siete mil millones de dó- lares adicionales.
“El problema es que no sabemos con exactitud, todas son estimaciones, porque muchas de las operaciones de derivados se realizan en Bahamas o cualquier otro centro financiero foráneo y quedan registradas en libros externos de bancos, casas de bolsa, pero que demostraron que en un momento presionan el mercado origen del corporativo” (El Financiero, 13 de octubre).
Los expertos informan que más que la insolvencia de los deudores hipotecarios en Estados Unidos, que empezó a manifestarse hace un año, la crisis financiera fue causada por los instrumentos derivados, mecanismos de inversión que al sobreponerse unos a otros iban perdiendo la garantía real del crédito que les daba origen. Estos derivados hicieron ganar dinero a sus emisores y generaron un mercado de dinero barato que se encareció al concluir la ficción bursátil.— México, D.F.
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