Alfredo Jalife-Rahme
La inundación de liquidez por Europa, encabezada por el primer ministro británico, Gordon Brown, ha dado un respiro al sistema financiero internacional al borde del colapso. Los apologistas del caduco modelo neoliberal aseguran que ven una tenue luz al final del túnel, como han venido afirmando desde el fuerte aviso de la quiebra de Bear Stearns. Esperemos que dicha luz no sea la de otro tren que viene en sentido contrario, puesto que existen muchas preguntas sin respuestas, como el destino de los “derivados financieros” catalogados por Warren Buffet (todavía el hombre más rico del mundo) como “armas financieras de destrucción masiva” y que ascenderían a la cifra antigravitatoria de un cuatrillón de dólares de papel especulativo virtual frente a 54.31 billones de dólares (trillones en anglosajón) del PIB mundial, 16.8 billones de la Unión Europea (UE) y 13.84 billones de dólares de Estados Unidos.
Fracasó el Plan Paulson-Bernanke-Bush, mientras el plan Brown parece marcar la pauta de los rescates cuando asistimos a una nacionalización forzada de la banca a los dos lados del Atlántico, en medio del asombroso resurgimiento del “nacionalismo económico”.
Los tratamientos difieren, pero el diagnóstico es el mismo: deflación financiera con un brutal desempalancamiento (deleveraging) y estanflación económica. Son los “derivados financieros” los que han provocado el “agujero negro” que hace insuficiente toda la inyección masiva de liquidez global. Hoy el “cash es rey”, así como los elementos “sólidos” de primera necesidad: los hidrocarburos, los alimentos y el agua. Ante el desplome de la credibilidad de las principales divisas del mundo, el oro y la plata, marcaron el último refugio de los ahorradores al haber mantenido relativamente estable su cotización, pese al desprecio de keynesianos, neoliberales y marxistas.
En este tsunami financiero global provocado en forma irresponsable por el régimen torturador bushiano, nadie saldrá ileso: ya vimos que tampoco los jihadistas neoliberales panistas son víctimas del pánico. Hoy saldrá vencedor quien pierda menos, como será el caso del BRIC, las petromonarquías árabes y países que como Irán, en forma paradójica, resultaron beneficiados por las “sanciones” impuestas del exterior debido a la fuerte regulación de su sistema bancario. Perdieron estrepitosamente los desregulados y ganaron los “regulados”, mucho mejor si éstos poseen las materias primas esenciales del siglo XXI: hidrocarburos, alimentos y agua.
En México, para no variar, tanto Guillermo Ortiz, del Banco de México, como Agustín Carstens, de la Secretaría de Hacienda (SHCP), exhibieron su patética ineptitud al pretender que habían sido tomados por “sorpresa”. Tanto Ortiz como Carstens no son hombres libres y representan los intereses de Estados Unidos en México, lo cual se subsume en el indecente pago del Fobaproa/IPAB por los hermanos Werner Wainfeld (Martín y Alejandro Mariano), mediante el circuito financiero muy bien lubricado y presuntamente fraudulento de Goldman Sachs-Banca Mifel.
No hay que ser genio para temer que los otrora 90 mil millones de dólares de reservas en el Banco de México, que se han diluido oficialmente hasta 73 mil millones de dólares, peligran en manos de Ortiz: un día de éstos podemos amanecer con el cuento chino o texano de que se han esfumado en la contabilidad bancaria en EU. Llama la atención que el cordobista-zedillista Guillermo Ortiz haya sido “sorprendido” después de su experiencia inigualable durante el efecto tequila.
Urge colocar a mexicanos libres y profesionales tanto en el Banco de México como en la SHCP para sustituir a los “ineptos” esclavos de Estados Unidos, quienes han servido de caballos de Troya para desmantelar el sistema financiero mexicano y poner en jaque nuestros hidrocarburos. Urge también abolir la demencial “autonomía” neoliberal del banco central para poder, primero, controlar fehacientemente las reservas de divisas y, segundo, diversificar su tenencia en divisas más creíbles, así como en oro y plata (de la que México es el segundo productor mundial).
Amén de finiquitar el modelo neoliberal, que nos ha costado dos graves crisis financieras (el efecto tequila y el efecto Calderón), es la oportunidad dorada de México para cortar el cordón financiero umbilical con el modelo israelí-anglosajón.
México cuenta con tres cartas únicas en esta coyuntura: los hidrocarburos, la plata y, paradójicamente, la ausencia de una banca nacional. Éste es el peor momento para privatizar Pemex, cuando las trasnacionales gallegas y texanas, vinculadas al quebrado sistema bancario de España y Estados Unidos, no son confiables en sus libros contables debido a su alta exposición en “derivados financieros”. La enmienda Calderón-Beltrones, que pende como espada de Damocles sobre la cabeza de la nación mexicana, no es una “reforma” ni una “modernización”, sino una desafiante provocación.
Más allá de la hipoteca judicial que mantiene Estados Unidos sobre los expedientes macabros del trío nihilista Beltrones-Labastida-Gamboa, que muy bien pudieran pasar sin rubor como jihadistas neoliberales panistas, la plata mexicana representa otra de las cartas fuertes para paliar el averiado sistema financiero internacional, por lo que habría que renegociar su explotación con las trasnacionales que se han despachado con la cuchara grande de su extracción. El mejor ejemplo lo constituye Zacatecas, inmensamente rico en minería, y que exporta el mayor número de mexicanos al otro lado de la frontera norte, lo cual se traduce en que la mayor parte de los ingresos de la plata no se quedan en el país, por lo que es urgente renegociar su extracción con las trasnacionales anglosajonas. Como se nota, México es un país extensamente ocupado por las trasnacionales financieras y mineras anglosajonas y solamente les falta el último eslabón: los hidrocarburos.
México ha resultado beneficiado al carecer de una banca nacional, que fue entregada en un 92 por ciento a la banca israelí-anglosajona, a consecuencia del efecto tequila. Lo peor sería nacionalizar la banca extranjera, cuyas matrices se encuentran en la insolvencia. Pero la ausencia de una banca nacional podría afectar las transacciones financieras, lo que pudiera llegar a la parálisis debido a la “sequía crediticia” (credit crunch), por lo que es el momento dorado para abrir una banca mexicana, incluso mixta (privada y con capital mayoritario público), con regulación estatal, apuntalada por los pletóricos ingresos de nuestros hidrocarburos.
Lo ideal sería que los 32 estados y el Distrito Federal tuviesen su propia banca, así como también los principales municipios y regiones, y ya no se diga poderosas bancas federales que incluyeran una verdadera banca de fomento y desarrollo que fincara su capitalización en los ingresos del petróleo y la plata.
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