Editorial
Rusia y EU: llamado a la razón
El presidente de Rusia, Dimitri Medvediev, advirtió ayer, en el marco de su primer discurso anual sobre el estado de la nación, que emplazará misiles de corto alcance en la región de Kaliningrado, cerca de la frontera con Polonia, en respuesta a la iniciativa estadunidense de desplegar escudos antimisiles en ese y otros países de Europa del este. En el mismo mensaje, el gobernante lanzó un ataque a la política exterior “egoísta” de la Casa Blanca, defendió la guerra reciente de su país contra Georgia –aliado de Washington en el Cáucaso– y señaló los “errores económicos”del gobierno de George W. Bush como causantes de la actual crisis financiera en el mundo.
Por su parte, el Departamento de Estado de Estados Unidos calificó como “decepcionante” la postura asumida por el Kremlin y, tras reiterar que Washington no dará marcha atrás en sus intenciones de colocar el referido escudo, indicó que el objetivo de éste no es Rusia, sino que “está diseñado para proteger contra estados rojos, por ejemplo Irán, que trabajan en tecnología de misiles de largo alcance”.
Tal intercambio de amenazas y acusaciones tiene como telón de fondo el recrudecimiento de las tensiones entre ambos países, en buena medida como consecuencia de la desastrosa política belicista de la administración Bush: la cruzada contra el “terrorismo internacional” emprendida por el político texano, además de provocar la desgracia de poblaciones enteras en países devastados como Afganistán e Irak, ha sido vista como un intento por imponer en el mundo un orden hegemónico unilateral y representa, en ese sentido, una amenaza para potencias militares como Rusia, la cual cuenta, cabe recordarlo, con el segundo mayor arsenal nuclear del mundo y con recursos naturales indispensables para el resto de Europa.
Desde esa perspectiva, el reconocimiento de las independencias de los enclaves caucásicos de Abjazia y Osetia del Sur, el anuncio de que Rusia realizará maniobras militares en el Caribe, y la reciente amenaza de desplazar misiles a Kaliningrado, pueden ser vistos como reacciones del Kremlin ante las persistentes acciones de hostigamiento de la Casa Blanca –su pretensión de incorporar a Georgia y Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, su intervención en el proceso de independencia de Kosovo, y la ayuda proporcionada al régimen de Tbilisi durante el reciente conflicto en el Cáucaso– y apuntan a reactivar la dinámica de confrontación que prevaleció durante la guerra fría.
Tal escenario, de suyo indeseable por cuanto implicaría una grave regresión histórica, lo es aún más en un momento en que la era Bush se acerca a su inminente final, y en el que el pueblo estadunidense ha ratificado, con la elección del demócrata Barack Obama, la urgencia de un golpe de timón en las directrices del gobierno, incluidas las que rigieron la política exterior estadunidense durante más de siete años. Es por demás significativo a ese respecto que, de acuerdo con encuestas realizadas durante la jornada electoral del martes, el terrorismo ha sido relegado a un plano muy secundario entre los temas relevantes para los ciudadanos del país vecino.
En la circunstancia presente, en suma, es necesario que el resto de los actores de la comunidad internacional –la Unión Europea, en particular– intervengan oportunamente para facilitar la distensión, la sensatez y el desarme tanto del lado ruso como del estadunidense, a efecto de evitar una escalada en la confrontación que no sólo afectaría a esos dos países, sino que acabaría por involucrar al mundo entero.
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