José Steinsleger
Un venerable grupo de bonzos laicos acaba de llamar a la solidaridad con motivo de los atropellos del gobierno de Nicaragua contra el periodista Carlos Fernando Chamorro. Es justo. Pregunta uno: ¿y por qué guardaron silencio cuando en 2006 los conocidos desconocidos de siempre asesinaron en Oaxaca al periodista neoyorquino Brad Will?
A más de las consideraciones políticas, uno de los arietes para condenar al régimen nicaragüense gira en torno a la supuesta “perversidad” del presidente Daniel Ortega, acusado de abuso, acoso y violación sexual por su hijastra Zoilamérica Narváez (hija de su esposa Rosario Murillo), en mayo de 1998.
Demasiado bien escrita en un país donde los buenos escritores abundan, los contenidos de la denuncia estremecen. Mario Vargas Llosa, patriarca de la moral universal, escribió: el marqués de Sade en Managua. Muy bien. Transcribiré entonces lo que uno de los indignados firmantes mexicanos escribió hace algunos años de Lolita, la novela de Vladimir Nabokov (1955): “… astuta y seductora chiquilla de 12 años. Análisis penetrante, de tensa pasión y exasperada sensibilidad… proceso narrativo con sutil inteligencia, cáustico cinismo, seguro sentido estético y gran riqueza de recursos, briosos juegos de palabras…obra deliciosa.”
Pregunta dos: releyendo aquella crítica… ¿cabe suponer que la madre de Zoilamérica se comportó como la de Lolita? El crítico literario añade que este personaje es “… amable pero distante, atractiva pero ridícula, afectada e indefensa, insegura y frustrada sexualmente”. Por tanto, Ortega sería como Humbert Humbert, el adulto que se enamora de Lolita para buscar: “… el objeto sexual que responda a sus fijaciones, fantasías, y todo un laberinto de oscuras solicitaciones”.
Pregunta tres: ¿Lolita fue metáfora autobiográfica o imaginación de Nabokov? Pero quizá la realidad encaje mejor con el caso Woody Allen, quien luego de seducir a su hijastra criada junto con Mia Farrow, se casó con la niña cuando alcanzó la mayoría de edad. Pregunta cuatro: ¿por qué Nabokov y Allen son “genios” y Ortega “perverso”?
Final anunciado de la novela que ya prepara un gran escritor nicaragüense: el 8 de marzo de 2004, Día Internacional de la Mujer, Zoilamérica anunció que había perdonado a su mamá, y dijo confiar en que su papá la perdonaría. En Radio Mujer de Managua, agregó: “Ya ni siquiera cabe hablar de perdón, sino de rencuentro, de construcción, de la capacidad de amor”. El culebrón no acabó ahí. Cuando todos creían que estaba cerrado, la oposición “democrática” lo recuperó para dar una batalla “más efectiva” contra Ortega.
Acomodemos las piezas: 1) Indiscutible: Ortega no encarna al “hombre nuevo”, pero sus opositores responden al guión desestabilizador de Washington en Nicaragua; 2) los firmantes del llamado de marras jamás han dicho pío con respecto a la red de pederastas que existe en México al más alto nivel político, y que poco falta en este país para que los “ejecutados” dupliquen el número de soldados yanquis caídos en Irak.
Los firmantes dicen estar inquietos por la seguridad de las mujeres que promueven su “plena ciudadanía” en Nicaragua. Razones hay. Pero lo que tampoco entendemos es por qué callaron en el caso de la joven mexicana Lucía Morett Álvarez, a quien Ortega le brindó asilo tras sobrevivir al bombardeo que el ejército de Colombia descargó en Ecuador sobre un campamento de las FARC.
En 1930, durante el juicio contra Tina Modotti (acusada de conspirar para asesinar al presidente Pascual Ortiz Rubio), un editorial de El Universal dijo de la fotógrafa italiana: “… si la hemos de ver con el prisma de las doradas ilusiones, resulta una compañera ideal para la vida tropical, una dulce hurí con alma de artista y cuerpo de pequeña bailadora…por medio del criterio técnico policial, ya no es una inocente adolescente sino una aventurera peligrosa que sabe más de lo que le han enseñado…” (Tinísima, Elena Poniatowska, ERA, 1992, p.62)
Ochenta años después, un atribulado intelectual salinista escribió: “…Lucía Morett y el resto de sus acompañantes mexicanos hacían algo más que turismo revolucionario… Allí es donde la Universidad (NR, la UNAM) ha fallado como espacio de examen analítico de las realidades políticas contemporáneas” (Raúl Trejo Delarbre, “Lucía Morett, víctima del aventurerismo”, Crónica, 13/3/08).
Los liberales moralizantes que usan la misma vara para medir al gastrónomo y al dietético forzoso, sorprenden cada vez menos. ¿Qué esconden detrás de su descuadernada hipocresía intelectual? ¿La inconfesada pretensión de cuidar privilegios de casta y clase con más eficacia que la policía y las cajas fuertes?
Con el doble de las firmas que suscribieron el documento Hacia la dictadura en Nicaragua no se podría conseguir la integridad moral de mujeres como Rosario Ibarra de Piedra, Digna Ochoa, la comandante Ramona, o la de maestros como Othón Salazar.
Lucía Morett: no tengas miedo. Te admiramos y cuidaremos de ti. Y felicitaciones por alzar bien alto la bandera solidaria de México entre los pueblos de América del Sur. Bienvenida.
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