Abrir o cerrar. Incluir o excluir. Un poco más de la mitad de los estadunidenses dieron con su voto entrada a la presidencia a un hombre afroamericano. Mulato, matizan algunos; graduado de Harvard, matizan otros; quienes no conocen la experiencia de tener piel oscura en Estados Unidos, de tener hora por hora y día tras día en la piel el signo de la exclusión, es decir: hasta ahora que Obama fue jurado presidente. Obama ha correspondido a su vez abriendo a cada paso puertas, abriendo posibilidades antes cerradas. Su gabinete incluye a un asiático y a tres mujeres, a una latina y ni más ni menos que a su principal rival en lo que fue la contienda interna del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Es un gabinete formado por eminencias, para que el presidente escuche una diversidad de opiniones, fuertes, bien articuladas, probablemente distintas a la suya inicial, antes de cualquier decisión de peso. Y para que la experiencia e inteligencia de cada secretario brillen en las acciones que emprenda en su área particular con propia luz.Obama invitó a un predicador conocidamente homofóbico a hablar en su toma de posesión y resistió la crítica de los grupos gays que lo apoyaron en su elección. Pero en el desfile de ese mismo día desfiló un contingente abiertamente gay. He ahí la alquimia del espíritu democrático. Al incluir aun a los intolerantes en el espíritu laxo de la tolerancia, se les desarma. Tú piensas esto, está bien; aquél piensa lo contrario, está bien; a qué la confrontación, si la inclusión une a un pueblo en lo esencial, a la par que permite la diversidad, ese caldo para la creatividad. Abrir o cerrar. Incluir o excluir. Estas son estrategias políticas y mucho más. Son posturas ante la vida. La inclusión parte del convencimiento de que los distintos a uno mismo no sólo tienen derecho a existir: al aceptarlos, al escucharlos, al atender sus razones, al dejarlos entrar al aro de la propia conciencia, al dejarlos actuar en el mundo, su diferencia enriquece las posibilidades de la propia vida. El contraste de la semana que vivieron los estadunidenses con la que vivimos nosotros, los mexicanos, es fuerte. Es un contraste que irrita. Que duele. Que empequeñece nuestra esperanza en tiempos mejores, porque nos señala qué lejos nos hallamos aún de estar de acuerdo en que la democracia es la forma de convivencia que deseamos. El presidente Calderón asistió a una junta de católicos del mundo, reunidos para afirmar que hay un solo tipo de familia deseable. Papá, mamá e hijos. Y que todas las otras familias existentes en la realidad son degeneraciones de aquélla. Las familias de madres solteras, las familias formadas por personas del mismo sexo: degeneraciones. El presidente Calderón pudo haber asistido a esta junta para abrir su conciencia. Para representar ante ella otra actitud más amplia y generosa, la actitud democrática, que reconoce el derecho a la diversidad de las familias. De cierto fue raro que no lo hiciera, teniendo a sus espaldas mientras hablaba a su esposa, Margarita Zavala, que participó en la Comisión de Género del Congreso, cuando diputada, y ha liderado el ala de mujeres progresistas del PAN. El presidente no lo hizo y la prensa mexicana leyó su discurso, muy personal y bromista, como una adhesión, sin crítica ni reparo, a la poco piadosa y poco democrática postura de exclusión de la junta. Una lectura excesiva, rijosa, pero tampoco desmentida después por el presidente. Un mes antes César Nava, el que fuera hasta entonces secretario particular del presidente, explicó por qué el gabinete mexicano está conformado sólo con personas que Felipe Calderón conoce de tiempo ha. Es preferible, dijo, “la inexperiencia temporal que el sabotaje permanente”. Lo dicho: excluir o incluir son posturas de vida. Posturas personales y también culturales. Cuando una cultura hace de la exclusión una forma de ser, sin remedio se fragmenta en grupos antagónicos. La desconfianza priva en cada transacción. El combate aparece en cada roce. Para que exista yo, tú no debes existir: lo que dice la exclusión y lo que provoca. Es el caso de nuestra cultura hoy día. Para llevarla a otro sitio faltan líderes, políticos y civiles que den un paso al frente y se arriesguen a la inclusión. Cada cual su forma de estar en el mundo, de acuerdo. Pero la postura democrática es la de la inclusión. La de abrir las puertas. La de dejar entrar al aro de la conciencia la diversidad. Para aprovechar su riqueza.
miércoles, enero 28, 2009
La inclusión
Abrir o cerrar. Incluir o excluir. Un poco más de la mitad de los estadunidenses dieron con su voto entrada a la presidencia a un hombre afroamericano. Mulato, matizan algunos; graduado de Harvard, matizan otros; quienes no conocen la experiencia de tener piel oscura en Estados Unidos, de tener hora por hora y día tras día en la piel el signo de la exclusión, es decir: hasta ahora que Obama fue jurado presidente. Obama ha correspondido a su vez abriendo a cada paso puertas, abriendo posibilidades antes cerradas. Su gabinete incluye a un asiático y a tres mujeres, a una latina y ni más ni menos que a su principal rival en lo que fue la contienda interna del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Es un gabinete formado por eminencias, para que el presidente escuche una diversidad de opiniones, fuertes, bien articuladas, probablemente distintas a la suya inicial, antes de cualquier decisión de peso. Y para que la experiencia e inteligencia de cada secretario brillen en las acciones que emprenda en su área particular con propia luz.Obama invitó a un predicador conocidamente homofóbico a hablar en su toma de posesión y resistió la crítica de los grupos gays que lo apoyaron en su elección. Pero en el desfile de ese mismo día desfiló un contingente abiertamente gay. He ahí la alquimia del espíritu democrático. Al incluir aun a los intolerantes en el espíritu laxo de la tolerancia, se les desarma. Tú piensas esto, está bien; aquél piensa lo contrario, está bien; a qué la confrontación, si la inclusión une a un pueblo en lo esencial, a la par que permite la diversidad, ese caldo para la creatividad. Abrir o cerrar. Incluir o excluir. Estas son estrategias políticas y mucho más. Son posturas ante la vida. La inclusión parte del convencimiento de que los distintos a uno mismo no sólo tienen derecho a existir: al aceptarlos, al escucharlos, al atender sus razones, al dejarlos entrar al aro de la propia conciencia, al dejarlos actuar en el mundo, su diferencia enriquece las posibilidades de la propia vida. El contraste de la semana que vivieron los estadunidenses con la que vivimos nosotros, los mexicanos, es fuerte. Es un contraste que irrita. Que duele. Que empequeñece nuestra esperanza en tiempos mejores, porque nos señala qué lejos nos hallamos aún de estar de acuerdo en que la democracia es la forma de convivencia que deseamos. El presidente Calderón asistió a una junta de católicos del mundo, reunidos para afirmar que hay un solo tipo de familia deseable. Papá, mamá e hijos. Y que todas las otras familias existentes en la realidad son degeneraciones de aquélla. Las familias de madres solteras, las familias formadas por personas del mismo sexo: degeneraciones. El presidente Calderón pudo haber asistido a esta junta para abrir su conciencia. Para representar ante ella otra actitud más amplia y generosa, la actitud democrática, que reconoce el derecho a la diversidad de las familias. De cierto fue raro que no lo hiciera, teniendo a sus espaldas mientras hablaba a su esposa, Margarita Zavala, que participó en la Comisión de Género del Congreso, cuando diputada, y ha liderado el ala de mujeres progresistas del PAN. El presidente no lo hizo y la prensa mexicana leyó su discurso, muy personal y bromista, como una adhesión, sin crítica ni reparo, a la poco piadosa y poco democrática postura de exclusión de la junta. Una lectura excesiva, rijosa, pero tampoco desmentida después por el presidente. Un mes antes César Nava, el que fuera hasta entonces secretario particular del presidente, explicó por qué el gabinete mexicano está conformado sólo con personas que Felipe Calderón conoce de tiempo ha. Es preferible, dijo, “la inexperiencia temporal que el sabotaje permanente”. Lo dicho: excluir o incluir son posturas de vida. Posturas personales y también culturales. Cuando una cultura hace de la exclusión una forma de ser, sin remedio se fragmenta en grupos antagónicos. La desconfianza priva en cada transacción. El combate aparece en cada roce. Para que exista yo, tú no debes existir: lo que dice la exclusión y lo que provoca. Es el caso de nuestra cultura hoy día. Para llevarla a otro sitio faltan líderes, políticos y civiles que den un paso al frente y se arriesguen a la inclusión. Cada cual su forma de estar en el mundo, de acuerdo. Pero la postura democrática es la de la inclusión. La de abrir las puertas. La de dejar entrar al aro de la conciencia la diversidad. Para aprovechar su riqueza.
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