Carlos Fazio
La aprobación de la enmienda constitucional que permitirá eventuales postulaciones sucesivas a todos los cargos de elección popular en Venezuela, revalidó en las urnas el liderazgo de Hugo Chávez y dio legitimidad al proyecto de un socialismo para el siglo XXI. Eso es una mala noticia para Washington y sus palafreneros intelectuales, que consideran a Chávez una fuerza negativa en el concierto interhemisférico, según la visión ratificada por el presidente Barack Obama.
En Venezuela se está llevando a cabo un proceso de cambio pacífico, que combina un capitalismo de Estado con reformas sociales y la democracia directa, que no sólo es votar, sino participar de manera activa en la elaboración de los proyectos y en la toma de decisiones locales y nacionales.
Quienes adversan ese modelo, sectores ligados al capital financiero internacional y los propietarios de grandes medios de difusión masiva, han venido impulsando una aguda lucha de clases con base en la ideología, la desinformación y el racismo. Con razón, durante la campaña, Chávez dijo que sufragar por el sí era votar por la paz. En cambio, de triunfar el no se profundizarían los escenarios de violencia, la guerra mediática y la confrontación ideológica, ante el recurso sistemático de sectores golpistas de la oposición de desconocer las instituciones democráticas del país.
Lo que viene es predecible: dado que Venezuela está incluida entre las amenazas globales a la seguridad nacional de Estados Unidos, Obama persistirá en la guerra asimétrica contra Chávez. En enero, durante su audiencia de confirmación en el Capitolio, el flamante número dos del Departamento de Estado, James Steinberg, dijo que Washington había cedido durante demasiado tiempo el campo de juego a Chávez. Según el ex asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca y antiguo analista de la Corporación Rand –un think tank al servicio del Pentágono–, las acciones y la visión chavista no sirven a los intereses de los venezolanos ni a la población de América Latina. Eso, en el lenguaje orwelliano, debe leerse como que Chávez resulta hostil a los intereses geoestratégicos del imperio y del complejo militar industrial. De allí que Washington insistirá en su guerra encubierta, sin reglas ni prohibiciones, que algunos expertos militares han definido como un conflicto de cuarta generación.
A diferencia del combate militar tradicional y de las guerras relámpago y de desgaste, la guerra de cuarta generación –que puede adquirir dimensiones sicológicas y físicas, y echa mano de técnicas de comunicación y marketing y hace un uso sicoanalítico del biopoder– aprovecha la asimetría estratégica entre las partes para obtener ventajas. Ése ha sido el modus operandi de Washington respecto de Venezuela desde antes y durante el fallido golpe de Estado de abril de 2002, continuado después con el sabotaje petrolero y el referendo revocatorio.
En la coyuntura del 15/F, los círculos de inteligencia de Estados Unidos instrumentaron la Operación Jaque al Rey, una maniobra conspirativa tramada en Puerto Rico el pasado 9 de enero. Allí, con la presencia del director de Globovisión, Alberto Federico Ravell, del titular de Primero Justicia, Julio Borges, y otros golpistas venezolanos, y con la participación de dirigentes del Partido Social Cristiano de Chile, que dirige el presidenciable Eduardo Frei, estrategas estadunidenses ajustaron nuevos planes de desestabilización. Saben que una eventual relección de Hugo Chávez en los comicios de 2012 significaría la consolidación de los procesos de cambio en varios países del área andina y de las alianzas subregionales, en detrimento de los intereses económicos y de clase de la Casa Blanca, las corporaciones y sus aliados nativos.
La reacción de la plutocracia venezolana y los grandes medios inscritos en la guerra mediática de matriz estadunidense deja entrever una nueva fase de la confrontación. En un intento por posicionarse ante el nuevo escenario, el comando derechista asesorado por Washington reivindicó como una victoria parcial haber superado el techo histórico de 5 millones de votos antichavistas. Sobre esa base, con apoyo de fundaciones estadunidenses y europeas conservadoras (Cato Institute, Heritage, Konrad Adenauer, la española FAES), de políticos conservadores (Madeleine Albright, José María Aznar, Eduardo Frei, Václav Havel, Lech Walesa) y mesías intelectuales al servicio de la contrarrevolución (Mario Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner, Enrique Krauze) intentarán influir en la opinión pública con eje en la gastada consigna; Chávez totalitario versus una derecha que se disfraza de izquierda.
Ese frente unido derechista utiliza herramientas como el Comité Internacional para la Democracia en Cuba, adscrito al Plan Bush (la Comisión para la Asistencia por una Cuba Libre) y la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA). Todos han venido apoyando las revoluciones de colores y los golpes suaves en las ex repúblicas soviéticas, y alentando la subversión en Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Es previsible que el gobierno de Obama intensifique las actividades de inteligencia, contrainteligencia y el cerco financiero contra Venezuela, mientras genera desestabilización política mediante protestas callejeras y movimientos de caos planificado.
Al respecto, el ex vicepresidente venezolano José Vicente Rangel denunció un plan que consiste en fortalecer ciertas instalaciones como el aeropuerto internacional de Tocumén, en Panamá, donde se habría habilitado una terminal separada como base permanente de una unidad operacional de vigilancia aérea y espionaje electrónico con equipos Awacs. En ese contexto, el 15/F fue una nueva batalla ganada por Hugo Chávez, pero la guerra continúa.
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