Enrique Montalvo Ortega
No es una casualidad que la epidemia de “influenza porcina” esté golpeando de manera tan brutal a nuestro país. Las evidencias, que empiezan apenas a mostrarse, apuntan a un conjunto de factores estrechamente relacionados con el modo en que ha venido funcionando el capitalismo neoliberal, a partir de que se comenzara a imponer hacia inicios de los años ochenta.
El experimento de desorganización y destrucción del tejido social que se ha conocido como neoliberalismo o capitalismo neoliberal, ha generado una terrible crisis económica que a su vez es parte de la crisis de nuestra civilización. Esto es, sus consecuencias van mucho más allá de lo estrictamente económico y afectan todos los terrenos de nuestra vida, desde el medio ambiente hasta la salud. La epidemia actual es un resultado más de la política seguida durante los 26 años que hemos vivido sometidos al régimen neoliberal en México.
Como en casos anteriores de epidemias recientes, que más bien deberíamos llamar crímenes contra la salud, el origen de las mismas es eminentemente social, aunque incluyan algunos elementos patógenos. Han surgido de llevar a la práctica la idea de que es mejor relajar o anular la regulación estatal –es más eficiente, repiten hasta el cansancio los neoliberales-, que mantener o introducir controles. En Inglaterra la neoliberal Margaret Thatcher “liberalizó” la reglamentación que obligaba al Estado a vigilar la calidad del pienso, alimento dado al ganado, permitió a los grandes ganaderos introducir vísceras y otros productos más baratos en el pienso. Ciertamente la eficiencia creció: con menos recursos obtenían “mejores” resultados, alimentaban más ganado (trastocando su naturaleza herbívora en omnívora y ¡caníbal!) y obtenían más ganancias. Sólo que ello provocó el problema de las “vacas locas”, la ingestión de su carne enfermaba y mataba a los humanos.
Algo similar sucedió con la producción de aves. El Estado renunció a vigilar y regular su reproducción. Los consorcios avícolas multiplicaron su “eficiencia” y sus ganancias con alimentos más baratos pero menos adecuado a su naturaleza, con dosis masivas de hormonas y anabólicos que reducen el tiempo de reproducción (y por tanto el ciclo de los virus en sus organismos), como si se aplicaran químicos a las mujeres para que tuvieran hijos en cinco o seis meses en vez de nueve. Y aplicando indiscriminadamente antibióticos. Todo ello para regocijo de los gobernantes neoliberales y de las mismas empresas y para desgracia de los humanos, que quedamos a merced de graves daños a la salud que provoca su consumo, siendo el mayor y más letal de ellos, la gripe aviar,
Y ahora vemos la maravillosa “eficiencia” de los grandes consorcios criadores, habría que decir más bien maquiladores o industrializadotes de cerdos. Según denunció Julio Hernández en su columna Astillero de La Jornada de ayer a principios de este mes de abril enfermaron 400 de los 3,000 habitantes del poblado La Gloria, próxima a la granja Carroll, (según nota de Los Angeles Times del 27 de abril, vecinos de La Gloria señalan que ya habían realizado marchas contra los daños de la granja y que más de la mitad de su población se enfermó, ver http://www.chron.com/disp/story.mpl/world/6395793.html). La granja, de Agroindustrias de México y Smithfield Farms, instalada en 1994 en el valle de Perote, cuenta con un pie de cría de 40 mil vientres y es la mayor productora del país, entre 800 mil y un millón de puercos al año. La concentración de la producción pecuaria es un factor altamente negativo que ha creado el caldo de cultivo ideal para esta pandemia: “En 1965, por ejemplo, había en los EEUU 53 millones de cerdos repartidos entre más de un millón de granjas; hoy, 65 millones de cerdos se concentran en 65,000 instalaciones. Eso ha significado pasar de las anticuadas pocilgas a ciclópeos infiernos fecales en los que, entre estiércol y bajo un calor sofocante, prestos a intercambiar agentes patógenos a la velocidad del rayo, se hacinan decenas de millares de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios.” (Mike Davis en The Guardian, 28 de abril) Los voraces monopolios anteponen sus intereses a los de la humanidad.
En los tres casos el “causante” o detonante físico es un proceso biológico o un microorganismo (los llamados priones en las vacas locas, el virus H5N1 en la gripe aviar, y el virus H1N1 en la porcina), pero dichos detonantes no se presentan de manera natural sino por un inadecuado manejo humano y social, debido al afán de lucro, al desprecio de la naturaleza y a la irresponsable desregulación por la que los gobiernos se desentienden del asunto y permiten a los consorcios hacer lo que quieran en un terreno en el que acciones y políticas erróneas pueden resultar peligrosas, o de plano letales para miles o millones de ciudadanos. Como se ve claramente, el factor social (la organización neoliberal) desencadena el problema patógeno.
Como es evidente semejante “eficiencia” es muy buena para elevar las utilidades de los consorcios, pero resulta absolutamente ineficiente y depredadora para la economía del conjunto de la sociedad y del planeta. El costo para la sociedad, en vidas, sufrimiento y recursos, es gigantesco. Es injustificable que con el pretexto de mantener los empleos que genera o de elevar la producción de carne, el mundo entero quede expuesto a semejantes riesgos.
En un célebre libro escrito apenas se estaba dejando atrás la crisis de 1929, el economista Karl Polanyi subrayaba: “Nuestra tesis es que la idea del mercado autorregulador significaba una utopía total. Tal institución no podía existir durante un espacio apreciable de tiempo sin destruir la sustancia humana y natural de la sociedad; hubiera destruido físicamente al hombre y transformado su medio ambiente en un desierto. Inevitablemente la sociedad adoptó medidas para protegerse…” (La Gran Transformación)
El problema es que tan sólo unas décadas después el mundo pareció olvidarse de esas medidas tan necesarias para la sobrevivencia del planeta y de la humanidad, y bajo la dirección de representantes de los intereses de los consorcios y de sus ideólogos neoliberales, regresó la idea de que lo mejor era el mercado libre, la gran fiesta de las “desregulaciones” y de la “eficiencia” del capitalismo sin freno ni control alguno. Vinieron los ventrílocuos del capital a ocupar los gobiernos de los imperios inglés y estadounidense, Thatcher y Reagan, y sus gerentes en los demás países que se les sometieron. En México ha resultado inverosímil el grado de fidelidad a las estupideces neoliberales, a la creencia dogmática de que más mercado siempre es mejor para nuestra sociedad y estamos pagando muy alto el precio.
Al iniciar este artículo señalé que no es una casualidad que la pandemia hubiera comenzado en México, y ello se debe a que en nuestro país el neoliberalismo se ha impuesto con un rigor, disciplina y dogmatismo, como en muy pocos otros lugares del mundo. Desde Miguel de la Madrid, hasta Calderón, pasando por Salinas, Zedillo y Fox, quienes han ocupado la presidencia, junto con sus respectivos equipos de gobierno, se han ensañado en debilitar o liquidar una a una las múltiples instituciones y las políticas públicas creadas por la Revolución Mexicana para evitar, o al menos moderar, las acciones de los grandes grupos de interés que pudieran desembocar en situaciones como las que estamos viviendo. Por el contrario, se convirtieron en los empleados de los gigantescos consorcios y en representantes de sus intereses, aún a costa del bienestar y la salud de la mayoría.
El asunto es que ahora ya no se trata simplemente de un problema de cifras o cantidades, de esperar pacientemente que los inútiles que se han apoderado del gobierno “haiga sido como haiga sido” respondan a la necesidad de los mexicanos, de más o de menos ganancias, sino de nuestra sobrevivencia.
Corresponde ahora exigir cuentas, ¿Quién o quiénes han sido los responsables de esta epidemia? ¿Quién o quiénes desde el gobierno están poniendo en riesgo el medio ambiente para hacer crecer las ganancias de unos cuantos –y por supuesto engrosar sus cuentas bancarias? Es indispensable que se realice una investigación, bajo vigilancia de la sociedad, que esclarezca sin lugar a dudas las causas y los responsables de la epidemia, de lo contrario no tardaremos en ver nuevas desgracias y epidemias. ¿Nos sentaremos pacientemente a esperar que llegue la siguiente? ¿A cuántos asesinará y cuál será el costo económico?
Ya basta de que nos veamos obligados, a costa de inmensos costos y sacrificios, a tratar de extinguir el fuego, cuando el gobierno mismo alimentó o permitió las chispas que provocaron el incendio. Es hora de señalar los innumerables desastres que se ciernen sobre nuestra salud y el medio ambiente como consecuencia de la laxitud neoliberal. Hacer un recuento y empezar a prevenir, regulando a las fuerzas destructoras existentes en la sociedad.
Es urgente también dejar atrás las recetas neoliberales que nos están llevando al abismo. O enfrentamos y expulsamos a los neoliberales del gobierno de México, o simplemente caminaremos como cerdos hacia el matadero al que nos conducen.
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