Ángel Guerra Cabrera
Los llamados medios de comunicación masiva constituyen hoy el arma principal del imperio contra las luchas sociales y los gobiernos populares y progresistas. Sus loas a la libertad de prensa son de dientes para fuera puesto que en lugar de la información veraz y diversa favorecen la noticia y el pensamiento troquelados. Artífices de la esclavitud y la enajenación de las conciencias, sus contenidos son banales, sesgados, eurocéntricos, racistas, culturalmente empobrecedores y distorsionadores de la realidad. Más neoliberalismo es su receta para remediar la crisis del capitalismo.
Excelsos demócratas, han sido actores protagónicos de la desestabilización contra los gobierno de Hugo Chávez y Evo Morales, de la agresión yanqui/uribista a Ecuador y convertido en dogma de fe las mágicas revelaciones de las computadoras del jefe guerrillero Raúl Reyes. Los medios de desinformación masiva (MDM), nombre que se han ganado a pulso, son los arietes principales del sistema dominante en la inducción del terror con el fin de desmovilizar la lucha popular y promover la represión del pensamiento crítico y de la protesta social.
No es casual su feroz animadversión hacia los gobiernos de Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia, e incluso los más moderados de Argentina, Nicaragua, Honduras, Paraguay y Guatemala. En fin de cuentas estos han contribuido a crear en América Latina y el Caribe, junto a los de Brasil, Uruguay, los del Caricom y en alguna medida Chile, un panorama político mucho más favorable a la independencia, la unidad e integración regional y las luchas populares. La Alba y Unasur son sus frutos y ni los gobiernos de derecha han podido separarse del todo de esta corriente regional.
Si el ejemplo de Cuba en solitario alarmaba tanto a los paladines de la democracia y el libre mercado, la aparición de un equipo de líderes latinocaribeños que no se subordina incondicionalmente a Estados Unidos se ha vuelto intolerable para ellos. No ha de extrañar el proyecto que desarrollan para desarticularlo por distintas vías, cuyo componente fundamental son los MDM.
La batalla por los auténticos cambios democráticos y sociales se decide, en última instancia, en el terreno de las ideas, y los MDM participan en ella como escuadras de choque de la derecha, mientras los medios alternativos no han adquirido el desarrollo necesario para contrarrestarlos. La cultura dominante parte con ventaja en esta batalla pues el sentido común de gran parte de las sociedades está moldeado por instituciones que, o son dominio exclusivo de las clases opresoras, o están a su servicio, o reciben gran influencia de sus ideas: el Estado, el sistema educacional, la jerarquía eclesiástica, las clases medias, las tradiciones conservadoras, los aparatos represivos, la inmensa mayoría de los partidos políticos y, por supuesto, los MDM son, como regla, reproductores de aquel sentido común, aunque como se ha demostrado, esto puede sufrir cambios dramáticos como consecuencia de las luchas populares y de los cambios sociales.
La alta peligrosidad de los MDM radica en que en las últimas décadas su influencia se ha vuelto omnipresente en la cotidianidad debido a la flexibilidad de las nuevas tecnologías y a la concentración de la propiedad sobre ellos por seis grupos internacionales, predominantemente estadunidenses, y apenas tres regionales en Latinoamérica, siempre ligados a oligopolios trasnacionales de otras ramas. Para esta minúscula elite la libertad de prensa equivale a la impune dictadura que ejerce sobre los contenidos de los MDM.
Los presidentes Rafael Correa, Hugo Chávez y Evo Morales han coincidido en catalogar a los MDM como instrumentos de desinformación y desestabilización. Correa ha afirmado que en cuanto asuma la presidencia de Unasur en julio abogará por legislaciones nacionales que protejan a los ciudadanos y a los gobiernos contra esas prácticas. Es una iniciativa valiente, que para prosperar necesita el acompañamiento de las fuerzas populares en una intensa batalla de ideas. Ante todo es crucialmente importante demoler el mito de la inexistente libertad de prensa, que sólo podrá alcanzarse cuando la propiedad de los MDM se democratice y los pueblos conquisten el derecho de decidir y supervisar sus contenidos. Es a partir de esa premisa que se iniciará el tránsito de la etapa de los MDM a la de los Medios de Difusión Democráticos(MDD).
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