Lorenzo Gonzalo
El tema de la OEA y Cuba se ha tornado algo así como un pasatiempo festinado donde Estados Unidos da la impresión de no saber lo que dice o quizás lo sepa demasiado bien.
La OEA se funda en 1948 en la ciudad de Bogotá, en Colombia. Muchos consideran sus antecedentes en el Congreso de Panamá, convocado por Simón Bolívar. Sin embargo, Bolívar nunca concibió una unión de países americanos, lo cual hubiese implicado la participación de Estados Unidos. Más bien concibió la unión de pueblos suramericanos dentro de un cuerpo organizativo, ya que “es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo” y agregaba “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbre y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”. Religión, lengua, origen, fueron elementos fundamentales que consideró Bolívar para elaborar el gigantesco proyecto de un gran país suramericano. No consideró que, junto a esos elementos comunes, subsistían las torceduras estructurales que habían convertido aquellos pedazos de tierra, en simples suplidores de una Europa necesitada de materias primas para satisfacer las nuevas formas de producción que despuntaron desde los siglos XIV y XV en adelante y que ese factor y otros conspiraban contra esa unión. No consideró que la ausencia de condiciones materiales apropiadas se interponía a la consecución de los propósitos comunes que habían enraizado en el Norte, tras un suceso histórico diferente al de los pueblos del Sur. Un aspecto que quizás haya hecho concebir a Bolívar la exclusión de Estados Unidos, fue seguramente un mecanismo de autodefensa, por el temor ante el movimiento de conquistas territoriales llevado a cabo por las Trece Colonias británicas una vez que lograron su independencia, lo cual obligaba a la creación de un Sur poderoso capaz de lidiar con las pretensiones de grandeza de un Norte laborioso, pertinaz en su interés de crecimiento y sin sujeción a reglas que contradijesen esas pretensiones y ese interés. La Constitución del Norte no especificaba, ni especifica, fronteras geográficas. Era la Constitución de un país no limitado en tamaño.
A pesar del sueño de Bolívar, aquello no pudo ser porque, al parecer, Estados Unidos laboró para que Argentina no asistiese; Gran Bretaña como observador, aprovechó para alcanzar fructuosos acuerdos comerciales y casi a continuación Estados Unidos, de nuevo, se las agenció para que Centroamérica se convirtiera en una quebrada de pequeñas repúblicas al mando de una oligarquía ávida de riqueza y carente de sentido nacional.
La OEA nace en la época en que Estados Unidos ha probado su capacidad militar y política, frente a un mundo devastado por la Segunda Guerra Mundial. Fue también un momento que requería de enormes cantidades de materia prima para su industria manufacturera, la cual no daba abastos para proveer las necesidades europeas.
La creación de un organismo constituido por 21 países, donde Estados Unidos financiaba el 70% de la operación y su sede radica en Washington, era necesaria para aquella nueva fase de crecimiento vertiginoso, iniciado luego de la Segunda Guerra Mundial, para alcanzar un control hemisférico que mantuviese a salvaguarda los intereses de sus corporaciones, inversionistas y leoninas condiciones comerciales.
En el año 1962, Cuba es expulsada porque la conferencia consideró que el comunismo no era compatible con el espíritu de la organización que, en definitiva, proclamaba los mismos ideales de la Cuba revolucionaria del momento: democracia, paz y derechos humanos, para un mundo sin escuelas, hospitales, comida y carente de condiciones infraestructurales mínimas para que se realizaran apropiadamente las vidas de sus ciudadanos. Por supuesto aquella Cuba, en medio de la Guerra Fría, hubiese sido una nota disonante y de discordia en medio de las oleadas de protestas, cuyas encrespadas olas ya se hacían visibles en el Continente Sur.
Cuba no se sintió ofendida con la separación, sino con la actitud servil de los gobiernos suramericanos de entonces. Posiblemente haya mediado una línea muy estrecha entre la separación y la renuncia de Cuba a pertenecer a un organismo que no se avenía a los nuevos tiempos.
Los Estados Unidos de hoy saben eso. Han escuchado al gobierno cubano diciendo que no aceptará ingresar de nuevo al organismo. Conoce que otros, como el Grupo de Río, substituyen a la OEA de hecho, ante las nuevas necesidades de cambio y la disposición de los países del Sur a realizarlos.
Las últimas declaraciones de Hillary Clinton diciendo que no aceptarían el ingreso de Cuba en ese organismo, si no cambia su sistema político, es mucho más que una perogrullada y reconoce implícitamente a la Cuba que rechaza ese ingreso. La Secretaria de Estado está conciente que Estados Unidos está lidiando con un organismo moribundo y que el proceso de integración suramericano y caribeño, son una fuerza centrípeta que expulsará a la OEA hacia el pasado y la disolverá no muy lejos en el futuro. Sus declaraciones son simples movimientos histriónicos para complacer a esa pequeña derecha cubana, que hoy sufre de una aguda disnea frente a la irremisible pérdida de su vigencia.
La próxima reunión del organismo será la primera para su disolución real o para convertirse en un cuerpo político meramente formal. Eso, lo sabe la Secretaria de Estado de Estados Unidos.
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