Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
En sentido inverso a lo que está sucediendo en casi todo el continente, incluidos los Estados Unidos, en México se registra una involución política. Nuestra incapacidad para procesar una correcta transición democrática, luego de agotado el régimen de partido hegemónico, se traduce en la inoperancia del sistema político y en la frustración ciudadana respecto de la democracia.
El hastío caracteriza la actitud de la población ante el acontecer político; nos estrenamos como ciudadanos en el 2000 para, al poco tiempo, devenir en simples consumidores. Consumidores de las chucherías del libre mercado, pero también de las baratijas de una oferta política carente de proyecto. El supuesto nuevo régimen, surgido de las elecciones de ese año, no tuvo los arrestos ni el talante para conducir el entusiasmo ciudadano hacia una mejor condición de convivencia; por el contrario, no sólo mantuvo los mismos instrumentos del autoritarismo y la corrupción priísta, sino que los agravó con un gobierno frívolo adocenado a los intereses externos y lejano al sentir de la población. La mentira y la propaganda mediática tomaron carta de naturalidad en la conducción de la república, acompañadas por la estupidez y la ignorancia. El gobierno de Fox resultó un rotundo fracaso en lo económico y, peor aún, en lo político: el país se desestructuró y las instituciones se vieron desdibujadas.
Ante el rosario de torpezas del desprestigiado Fox, principalmente aquella que pretendió eliminar al opositor más destacado, el pueblo respondió con coraje y entusiasmo; su movilización evitó el desaguisado y convirtió a López Obrador en el abanderado del proyecto popular, convirtiendo al proceso electoral del 2006 en oportunidad emancipadora. No bastaron la campaña sucia, ni la desinformación televisiva, ni la compra de votos ni las presiones de gobierno y patrones para detener el triunfo del pueblo organizado; tuvieron que acudir al fraude electoral para imponer la continuidad y los privilegios.
Anoto aquí, como un sesgo que explica muchas cosas, que la protesta multitudinaria por el fraude y la exigencia del recuento de los votos fueron olímpicamente ignorados; de inmediato los gobiernos del contubernio neoliberal felicitaron al espurio que dijo ganar con menos de 1% de ventaja; se conjuró el peligro de un gobierno nacionalista en México. En contraste, hoy en Irán, el gobierno nacionalista dice haber ganado la elección con un 66% de los votos, pero se levanta la protesta multitudinaria y merece todo el espacio de los noticieros operados por el gran capital e instruidos por la CIA; los mismos gobiernos neoliberales se apresuran a poner en duda la legalidad de la elección. Me queda muy claro el panorama: las elecciones son para que las gane quien mejor sirva a los intereses del gran capital.
Regreso al tema. El régimen de la continuidad, marcado de origen por la ilegitimidad, corrigió la tara de la frivolidad pero mantuvo y perfeccionó el arsenal de la autodestrucción nacional. Golpe a golpe y de agravio en agravio, avanza el proyecto del mal común; las calles ocupadas por tres ejércitos: el nacional, devenido en vil gendarme; el de los narcos y criminales, provistos de armamento sofisticado, y el de los desempleados, buscando la forma de sobrevivir. La economía por los suelos, la violencia en su apogeo y la desesperación campeando, hacen del mexicano un pueblo sumido en la frustración.
El coraje, alegre y entusiasta de hace tres años, devino en coraje a secas. Hoy el debate se limita a la disyuntiva entre votar o anular el voto. Entre los que postulan la anulación, los hay que buscan hacer patente su rechazo al estado de cosas vigente; me recuerdan aquella película en que María Félix es una cabecilla revolucionaria que, al ver acabado el parque, ordena a sus tropas que les “echen mentadas, que también duelen”. Para que la mentada duela hay que tener madre, condición muy escasa entre panistas y priístas en el poder. Independientemente de la intencionalidad, lo real es que la abstención o la anulación sólo sirven al PRIAN con sus votos duros, así como a la concentración de las prerrogativas económicas en esos partidos.
Nadie puede suponer que la recuperación del país sea una tarea fácil; implica una esforzada lucha que, además, tiene que darse por la vía pacífica y sin más instrumentos que los de la movilización popular, que incluye la acción electoral, aunque no se agota en ella. No puede ser desechada la hazaña del 2006, no obstante el fraudulento resultado; la decisión de entonces fue por un proyecto alternativo de nación que tiene que construirse todos los días y por todos los medios. La Cámara de Diputados es importante para el proceso, en último término para impedir que siga avanzando el desmantelamiento de la nación. Habrá de realizarse un esfuerzo adicional para que todos acudan a votar y para que, en medio de la confusión, cada quien pueda identificar a los candidatos avalados por el Gobierno Legítimo. López Obrador los ha diferenciado entre los tres partidos del Frente Amplio Progresista. La consigna es votar por ellas y ellos, aunque carezcan de simpatía, al fin que no se trata de un concurso de belleza.
Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx
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