Lorenzo Gonzalo
Hoy sábado 11 de julio y ayer viernes, la prensa se pasó con fichas en el caso de Honduras.
Ya lo veníamos anunciando desde que se desvió la atención con la lamentable muerte del joven cantante y Rey del Pop, Michael Jackson.
En Costa Rica se reunieron las partes involucradas con el Presidente de ese país, Oscar Arias.
Primero se reunió Zelaya y su comitiva en casa de Arias y más tarde Michelleti.
La noticia que quería la prensa para llenar bien los titulares era la de un encuentro “cara a cara”, como si fueran dos pugilistas, de manera que el cintillo fuese acompañado por el anuncio de la pelea.
En realidad no hay pelea. Zelaya no quiere pelear ni planteó nunca la violencia para ejercitar su cargo, excepto la de usarla si el gobierno, las instituciones y la vida civil se veían interrumpida por provocadores. Lo único real es que Michelleti, el 80% del Congreso y un Tribunal Supremo que más semeja ser un apéndice del generalato a la antigua que aún sobrevive en Honduras y no el reservorio de la Ley, dirigieron y apoyaron el golpe y las acciones posteriores que, entre otras cosas, ya ha dado un muerto inocente.
No es sano ese adormecimiento de la prensa o su desconocimiento de los sucesos acaecidos en ese país, porque Suramérica y el Caribe se debaten desde hace a penas cinco años, en una batalla cívica por cambiar su organización estatal y sus instituciones políticas.
La impresión causada por todo esto nos lleva al punto de la desconfianza que siempre ha existido alrededor de las posiciones estadounidenses cuando se trata de ilegalidades que contribuyen a reforzar sus intereses espurios en la región.
El adjetivo espurio no es usado aquí con intenciones despectivas y la manera en que aludimos a los “intereses, individualiza las partes del conjunto de corporaciones y empresas estadounidenses en esa zona, porque no todas en definitiva son necesariamente contrahechas.
La actitud del Ejecutivo encabezado por el Presidente Obama, sumándose de inmediato a la condena del golpe e incluso llamando por su nombre a Manuel Zelaya como el Presidente legítimo del país y la obligación de restituirlo en el cargo, nos dio la impresión, a la mayoría, de que todos los cañones se enfilarían a exigir su restitución, aún a costa de crear una Fuerza Interamericana de Paz o apelar al capítulo siete de la ONU, sacando militarmente a los golpistas.
Sin embargo, nada ni siquiera cercano a una acción de las Fuerzas Internacionales para imponer la Ley, exigiendo respeto a las instituciones creadas en cada país, las cuales sólo pueden cambiarse por el consenso volitivo de sus ciudadanos, apareció en el horizonte de las declaraciones altisonantes de los primeros días, salvo la de Venezuela.
El arreglo que se vaticina parece ser un acuerdo de compromisos que no “laceren” aquellos intereses que en esencia, impiden una mejor distribución de la riqueza y conspiran para que no se desarrollen todas las infraestructuras necesarias al crecimiento sostenido del país. Entre esas infraestructuras estaría la pertenencia de Honduras al ALBA, lo cual favorecería la creación de mecanismos justos de distribución, por cuanto está probado que los países de la región, excepto aquellos que tienen una geografía privilegiada como Brasil y otros, requieren de la integración de sus fuerzas productivas para alcanzar un real progreso.
El señalamiento de que los acontecimientos culturales referentes a la muerte del Rey del Pop y otros al coincidir con los sucesos de Honduras permitieron entretener la noticia del golpe, no constituye por sí solo la razón de abandonar las reclamaciones legítimas de la sociedad hondureña, pero compraron el tiempo necesario para el trabajo tras bambalinas.
En estos días aparecerá de nuevo la noticia, sin mucha fanfarria, diciendo que Zelaya regresa. Por supuesto regresará sin mando, en medio de un ejército comandado por golpistas, un Tribunal Supremo que sin discusión ni aviso alguno ordenó expulsar al Presidente del país y de un Congreso que de Poder Legislativo tiene lo que cabe de razonamiento en las pezuñas de un tigre.
Para colmo y como manera de asegurar las singulares negociaciones con los delincuentes que asaltaron el poder, han nombrado como mediador a Oscar Arias, quien puede que sea un magnífico hombre pero es un pérfido político que ha usado su capacidad camaleónica para ganarse algunos sectores “decentes” de la región, facilitándole siempre a las Administraciones de Estados Unidos salirse con la suya.
Sigamos confiando que el nivel de movilización de las sociedades latinoamericanas, a pesar del revés que se avecina para la democracia, ayudarán a colocar de nuevo sobre sus pies la evolución hacia el progreso.
El otro aspecto es confiar que la capacidad de las instituciones cívicas hondureñas y las voluntades ciudadanas que se beneficiaron con las medidas de un representante de la oligarquía que se reveló contra las injusticias, como es el caso de Manuel Zelaya, logren retomar el camino de las reformas en un breve lapso sin violencia. Esperemos también, que la próxima vez los perdedores sepan perder y no recurran a la fuerza.
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