Guillermo Almeyra
Las elecciones realizadas el 5 de julio pasado demuestran una vez más la ilegitimidad del gobierno y la crisis del sistema. Sólo votó 43.74 por ciento de los empadronados, a pesar de los miles de millones de pesos gastados por el gobierno para instar a votar y dar legitimidad al espurio presidente Felipe del Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, impuesto por el fraude hace tres años.
Así, si se suma la abstención de más de 56 por ciento con los votos anulados, que se duplicaron y ascendieron a 5.04 por ciento del padrón, y si dividimos ese casi 44 por ciento entre los tres grandes partidos y los partiditos menores, veremos que el Partido Acción Nacional (PAN), clerical derechista, partido de gobierno, no representa sino una porción reducida de los electores, y el ganador, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), expulsado del gobierno hace nueve años por corrupto y antidemocrático, llega cuando mucho a cerca de 15 por ciento del padrón, mientras el Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuya dirección conciliadora con el gobierno provocó el repudio de muchos de sus votantes tradicionales, queda tercero (estaba segundo), lejos de los dos primeros que, en realidad, consiguieron un resultado cuatro veces menor que el heterogéneo partido de la abstención y del voto nulo, el cual, en realidad es la fuerza mayor.
Es evidente que entre las abstenciones se cuentan las de quienes, por haber emigrado fuera de sus sedes, no podían votar, y la de los enfermos, más las clásicas de los desinteresados de siempre, y no pueden ser contabilizadas todas en el sector que repudió las elecciones. Pero lo cierto es que más de la mitad del país no escuchó las exhortaciones gubernamentales, patronales, de la Iglesia y de los aparatos partidarios a acudir a las urnas y, por lo menos, demostró desinterés. El gobierno nacido del fraude ahora es doblemente ilegítimo, por su carácter minoritario y por su derrota ante el desprestigiado PRI.
El PAN, en efecto, vio caer el número de sus diputados de 206 a 141 y perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, que pasó a manos del PRI, que obtuvo 237 de los 500 diputados y que, con sus aliados del Partido Verde Ecologista (22), tiene mayoría absoluta en dicha Cámara. En cuanto al PRD, perdió 40 por ciento de sus diputados (conserva sólo 71, muchos de ellos, además, adversarios de la dirección y partidarios de Andrés Manuel López Obrador, quien llamó a votar por los partidos del Trabajo y Convergencia y venció de modo aplastante al PRD en la zona obrera de la capital, la delegación Iztapalapa, con Juanito, un candidato popular desconocido).
El PRI es un partido de derecha, al igual que el PAN, aunque de una derecha laica, no clerical. Es un partido de caudillos con su respectiva clientela, de burócratas sindicales corrompidos, de caciques campesinos que hace tiempo no ven el campo ni en fotografías. Ha estado aliado con el PAN (y con la dirección derechista del PRD) en todas las porquerías posibles y, por supuesto, podrá volver a estarlo y formar una especie de mayoría de geometría variable, un PRIAN, en todas las cuestiones donde el interés de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros estén en juego.
En el PRI, además, militan gobernadores asesinos, como el de Oaxaca o el del estado de México, o cómplices de pederastas, como el de Puebla, todos ellos ligados con la extrema derecha y los empresarios, y uno de sus exgobernadores –de Quintana Roo, la zona donde está Cancún– estuvo preso largo tiempo por dirigir el narcotráfico en el sur. Su triunfo, por tanto, aunque debilita al PAN como partido, no debilita a la burguesía sino que le da ciertas garantías, al menos en los sindicatos y organizaciones campesinas que controla burocrática y gansterilmente. De todos modos, en el PRI –a diferencia del PAN– existen aún restos de una ala laica, anticlerical, nacionalista, lo cual provocará tensiones en ese partido en el momento de pretender privatizar el petróleo o la energía eléctrica o de anular la legislación laboral para flexibilizar todavía más el mercado de trabajo y rebajar aún más los salarios reales…
En cuanto al PRD, desaparecida la ilusión de poder cogobernar con una política de derecha panista-priísta, probablemente presenciaremos una doble emigración de oportunistas (o no): hacia el PRI o hacia López Obrador, que refuerza su estructura paralela; fuera del PRD, consiguió que el Partido del Trabajo y Convergencia conserven su registro electoral (que podrá utilizar si no obtiene el del PRD) y sigue organizando a millones de personas, muchas de las cuales no votaron esta vez.
De la otra campaña y de los grupos de izquierda, mejor no hablar, pues sigue presente la tarea no realizada y muy resistida de la unificación de la izquierda social y política detrás de un programa común, de frente único, para aparecer como alternativa anticapitalista.
De todos modos, ahora, después del reacomodo interburgués, vienen los problemas reales: la crisis que se agrava, el problema social, la pérdida de la válvula de escape de la emigración y de las remesas, la presión del capital financiero internacional para acabar con la estatización de Pemex, el crecimiento del narcotráfico y el desgaste consiguiente del Ejército. Como siempre, en la cancha se ven los caballos, y la cancha, esta vez, está en pésimas condiciones…
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