Luis Linares Zapata
Mientras más débil se siente, el señor Calderón ensaya un enorme salto retórico hacia un increíble futuro de transformaciones y grandeza. La verdad es que no sólo se siente débil sino que la confianza ciudadana en su capacidad para conducir asuntos públicos ha desaparecido: fue malgastada. El límite al que aspira es pasar, con este golpe de timón discursivo, al nivel de visionario, de estadista que se atreve a una enorme aventura fundacional para el país. Partió, para tal empresa de gran aliento, desde un diagnóstico por demás endeble que no describe, ni de cerca, la problemática de los tiempos recientes, plagados de injusticias. Todo el mal vino de fuera (crisis económica o alimentaria) o lo impuso el cielo (sequía, influenza). Nada, o muy poco, le atribuye a su torpe accionar o al de su mentor partidista (Fox) que tanto hizo por él cuando se trató de empujar su tambaleante candidatura.
Basado en premisas tan falsas como las enunciadas por el señor Calderón el 2 de septiembre, su ofrecimiento de un cambio personal para cambiar al país también resulta nebuloso o depositado en manos de terceros interesados. Tres años perdidos de su gestión. Eso quiere decir que el sufrimiento, la desesperación y los horizontes cerrados para millones de sus compatriotas son asuntos transitorios o a medio tranco entre la tragedia y el cuento rosa. Lo cierto es que el discurso empleado por el señor Calderón no modificó ninguna de las condiciones imperantes de gran tirantez entre las cúpulas decisorias o de desengaño y dramas entre los seriamente afectados, que son las mayorías. El escenario empleado (Palacio Nacional) se escogió para regocijo de un individuo que requiere de pétreas muletas para mitigar el menosprecio de su golpeado ego.
El señor Calderón se plantó ante la adversidad con un atavío repleto de valentía, tal como ha hecho desde el primer día de su administración cuando lanzó al Ejército contra el crimen, dicen los nada mesurados difusores. Su visión, de gran envergadura, está atrancada en el conocimiento de la realidad, propalan sus muchos asesores de imagen. La fiereza de voluntad no se acobarda por las duras consecuencias negativas que todo cambio acarrea, dirán también los interesados en los jugosos negocios derivados. El ánimo de trascendencia que lo inspira ya quedó asentado por la lectura, publicada de inmediato, que hicieron los agudos críticos orgánicos, siempre dispuestos a revestirlo con las buenas intenciones que, según ellos, adornan al michoacano, célebre por el haiga sido como haiga sido.
El señor Calderón sabe que el llamado es tardío, pero quiere dejar constancia que no es un político cobarde sino uno que desea despertar y conducir, hasta su mero fondo, la discusión de los asuntos básicos del país. Precisamente una discusión que ha estado ausente, oculta, disimulada, alegarán esos otros, los que corren el riesgo de ser tachados de negativos, ríspidos y hasta mal intencionados. Esos opositores que, claro, no son de las simpatías ni las confianzas del jolgorio que se oye en Los Pinos. Una disputa a cielo abierto que ha estado encubierta por el griterío y las consignas desatadas desde las alturas decisorias; la disfrazada tras las costosas campañas publicitarias a que tan inclinados han sido los mercadólogos panistas.
El señor Calderón dijo que no se arredra ante lo que espera un tanto más allá de las propias responsabilidades para detonar el cambio. Espera que el pueblo, como un solo hombre (o mujer) responda a su llamado de penúltima hora sin requiebros que valgan. Nunca es tarde para empezar la construcción de la propia grandeza: la del político que entrevió la salida, marcó la agenda, concitó voluntades y puso el acento en las debidas reformas que el país requiere para su crecimiento, según rezan sus panegiristas. No cualquiera de ellas, ya no como antes, atorado en las posibles, sino las fundamentales y hasta topar con las imposibles. Al menos eso es lo que le han recomendado hacer críticos audaces, sinceros, desinteresados: atrévase a emprender la ruta hacia la cima de la epopeya constructiva que la nación requiere. No cabe duda que usted es un hombre equilibrado, modesto y juicioso, le dirán sin asomo de pena ni recato.
Pero de inmediato surgen los malos augurios, los contrastes con las realidades que desmienten lo dicho por el señor Calderón y achican ambiciones que alteran planes, cambian de ruta. La campaña publicitaria de acompañamiento sigue su camino, pulveriza el diagnóstico y ensalza los resultados de la gestión anterior del señor Calderón. Las reformas a enviar son, sin titubeos, las continuadoras del más puro patrón neoliberal; de tercera generación, califican; las estructurales, les llaman, nunca las que trastocarían las infames condiciones de injusticia distributiva y los privilegios. Los cambios en el gabinete no traen consigo un bagaje de innovación, sino de mera continuidad.
No se ha oído de algún programa de aliento al empleo a través de pequeñas empresas industriales, precisamente ésas que ampliarían el mercado interno. ¿Dónde está el plan comprensivo, detallado, para el encadenamiento del sector manufacturero para adicionar valor? ¿En qué sectores habrán de converger los esfuerzos y recursos para destrabar la dependencia externa (de EU en particular)? ¿Cuáles son las ramas productivas derivadas de un diseño estratégico, petroquímico por ejemplo, que trabaje con tecnologías propias? ¿Qué sucede con los apoyos (públicos y privados) para los pequeños productores del campo, ésos que aún son millones, que se debaten en la miseria y que podrían aliviar la dependencia alimentaria externa. Éstas y otras muchas más son las acciones necesarias y no las que pretendan volver sobre la intentona de privatizar aún más a Pemex y lancen a los mexicanos a una confrontación mayor.
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