José Steinsleger
Nueva estocada contra la educación, la identidad, la memoria y la cultura de los mexicanos: en los nuevos libros gratuitos de educación básica, temas como la Conquista y el periodo colonial están ausentes. ¿Ripley también trabaja para el Banco Mundial y la editorial Santillana de España?
La medida de la SEP representa una vuelta de tuerca más en los mecanismos de la dominación neoliberal. Telón de fondo: el fuego a discreción de los intelectuales que desmitifican la llamada historia de bronce (¿?): Hidalgo y Morelos cometieron excesos; los jefes de la Independencia fueron bárbaros; los liberales de la Reforma, exaltados; los líderes agrarios de la Revolución, asesinos; Cárdenas, estatista; el sup Marcos, mesiánico, López Obrador, caudillo tropical, y los responsables de la masacre de Acteal, inocentes.
Quien se atreva a decir que tales calificativos son infames, 10 a uno que sus autores lo descalificarán por intolerante. La fe de Morelos les repugna; la de Juana de Arco y Thomas Jefferson los deslumbra. El nacionalismo de Vicente Guerrero y Benito Juárez les da asco; el de Horacio Nelson y el rey de España los hace caer de hinojos... ¿Qué ofrecen a cambio de envilecer los contenidos libertarios de nuestra memoria nacional?
Revisemos un texto de Gabriel Zaid, donde lamenta que el nombre de Francisco Villa y muchos otros asesinos (sic) figuren en letras de oro en la Cámara de Diputados. Hidalgo, dice, fue un irresponsable, al igual que Madero. El Padre de la Patria “… abandonó el fomento de talleres artesanales, viñedos y la crianza de gusanos de seda para ir a ‘coger gachupines’, y el otro abandonó la lucha cívica… (sic). “El 16 de septiembre de 1810 y el 20 de noviembre de 1910 –añade– no son fechas gloriosas”, pues destruyeron muchas cosas valiosas y “causaron muertes injustificables…”, etcétera (sic, Los asesinos que nos dieron patria, Reforma, 28/6/09).
En la página Wikipedia, de Internet, leemos que la principal cualidad de la prosa de Zaid consiste en la ausencia de arrebato, “…eligiendo cuidadosamente las palabras para designar las cosas, y siempre fundamentando sus argumentos antes de emitir juicio alguno”. Pero las ideas no existen en abstracto. Principio que también corre para los intelectuales que mamaron la crisis del marxismo… de la teta derecha. Omiten, adrede, que en algún lado Marx dijo que los hombres hacen su historia en circunstancias que no pueden elegir, aunque sí pueden decidir qué hacer con ellas.
En 1810, el patriotismo fue el ejercicio esclarecido de la libertad. Luego, los independentistas articularon sus luchas con la mira puesta en la racionalidad y la concordia. Y mucho más tarde, cuando los conservadores se apropiaron del imaginario independentista, el patriotismo degeneró en asunto de machos y cojones.
Las clases populares resisten como pueden: retroceden en medio de la derrota, avanzan cuando avizoran cambios que les favorecen. Si en 1810, 1857 y 1910 la democracia fue el refugio del pueblo, hoy es la coartada de los canallas. Idem con los intelectuales que hace 30 buscaban formas justas de organización social y hoy ejercen la metafísica de la transición democrática.
La historia, aseguran, carece de sujetos y objetivos. Sólo hay sectores. La revolución es cosa del pasado, y sólo cabe elegir entre la religión de la libertad de Benedetto Croce o el supuesto de Ortega y Gasset: las grandes naciones se hacen de afuera para adentro. Y así, a cambio de la historia de bronce, nos entregan una historia de plástico, plastilina y mierda.
Educación y cultura no son sinónimos. Se complementan. Y mucho menos, campos neutrales. Es por esto que después de asesorar al imperio en la preparación de los comicios electorales de Irak (mayo 2004), el secretario de la SEP, Alonso Lujambio, decidió conjurar el papel de la educación como plataforma consciente de la realidad nacional y de los instrumentos de transformación social.
¿Hay, por fin, una verdad de la Historia? La historia se alimenta de las ideas de sus narradores y de las preguntas acerca de si la realidad es modificable o inmutable.
Algunos la viven con los brazos en alto; otros los bajan para vivirla a conciencia. Algunos aseguran que está plagada de mitos; otros creen que los mitos arrojan luces sobre el pasado. Algunos viven con sus horizontes de libertades no asumidas; otros guardan vigilia porque entienden que si no luchan por la justicia, la historia los escupirá al pasar.
Algunos se dejan poseer por las historias que inventan; y otros piensan que salir a la calle es importante para vivar, hoy más que nunca, a los héroes que nos dieron patria.
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