Joaquín Ortega Arenas
El Presidente de la República ha convocado a los mexicanos para que festejen la fecha de iniciación de lo que llamamos “Revolución Mexicana”, en un momento en el que vivimos en permanente zozobra. Una denuncia anónima puede acarrearnos graves problemas y hasta la muerte, como ha ocurrido hace unos cuantos días en la mártir Ciudad Juárez donde fueron asesinados, quién sabe por quién y por qué, veintitantos jóvenes deportistas. Un momento identificado plenamente con la violencia en que el número de muertes ocurridas en los últimos tres años, quien sabe por qué, por quién y para qué, sobrepasa los dieciséis mil asesinados.
Casualmente, llegó a mis manos un texto que trascribo tal y cual.
“Nuestra querida Patria ha llegado a uno de esos momentos: una tiranía que los mexicanos no estábamos acostumbrados a sufrir, desde que conquistamos nuestra independencia, y nos oprime de tal manera, que ha llegado a hacerse intolerable.
En cambio de esta tiranía se nos ofrece la paz, pero es una paz vergonzosa para el pueblo mexicano porque no tiene por base el derecho, sino la fuerza; porque no tiene por objeto el engrandecimiento y prosperidad de la Patria, sino enriquecer a un pequeño grupo que, abusando de su influencia, ha convertido los puestos públicos en fuente de beneficios exclusivamente personales, explotando sin escrúpulos las concesiones y contratos lucrativos.
Tanto el poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los Ayuntamientos y los derechos del ciudadano sólo existen escritos en nuestra Carta Magna; pero, de hecho, en México casi puede decirse que reina constantemente la Ley Marcial; la justicia, en vez de impartir su protección al débil, sólo sirve para legalizar los despojos que comete el fuerte; los jueces, en vez de ser los representantes de la Justicia, son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente; las cámaras de la Unión no tienen otra voluntad que la del Dictador; los gobernadores de los Estados son designados por él y ellos, a su vez, designan e imponen de igual manera a las autoridades municipales…”
Me pareció importante averiguar quién y cuándo se escribió el texto porque describe, dilo si no, querido lector, una situación muy similar a la que vivimos, agravada por el cinismo de nuestros actuales protagonistas y la desmesurada complacencia de las autoridades, ya que nadie es culpable de nada, en ninguna conducta existe mala fe y menos, no faltaba más, delito alguno que perseguir. La más absoluta impunidad e inmunidad se enseñorea en todos esos actos que nos tienen en constante alerta. Los impuestos han subido tremendamente. La inflación crece a un ritmo acelerado y en un solo mes, se ha duplicado. La flamante Ciudad Solidaridad, en el Valle de Chalco, se desmorona entre aguas negras y detritos. Los cortes de energía eléctrica están asesinando a la industria. Las autoridades judiciales, proclives a la alabanza y la consigna, como la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se han vuelto cotos privados inaccesibles. Para pasar frente al edificio en la calle de Pino Suárez deben los transeúntes bajar al arroyo de circulación. No se permite pisar la banqueta. Si usted pretende entrar, lo reciben mal encarados empleados y guapas damas que lo esculcan, le obligan a poner en charolas todo lo que trae en las bolsas, y después de todas esas vejaciones, …”lo retratan”.
¡Vaya sorpresa la que he recibido! El texto antes trascrito fue formulado por un tal Francisco Ignacio Madero en la Ciudad de San Antonio, Texas, publicado en San Luis Potosí, el cinco de octubre de 1910 como “Plan de San Luis” y en el resto del texto, invitaba a los mexicanos a levantarse en armas, precisamente a las seis de la tarde del veinte de noviembre de 1910. Pocos en verdad, lo siguieron. Los hermanos Serdán en Puebla, el teniente López en Payo Obispo, hoy Chetumal, y pagaron con su vida, al igual que el autor, tal desatino y, ¿es eso lo que se nos invita a festejar?
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