Víctor M. Quintana S.
Desafío de la humanidad o un nuevo instrumento de dominación: eso son los biocombustibles. O los empleamos adecuadamente para revertir el cambio climático, o los utilizan los poderes económicos trasnacionales para reconvertir su hegemonía.
La cuestión no reside en si aceptamos o no los biocombustibles. Reside en qué tipo de biocombustibles, bajo qué sistema productivo, decidido y controlado por quiénes, con qué relación con nuestros objetivos y valores básicos como nación adoptamos. Desde la óptica de la agricultura campesina pueden formularse seis criterios básicos a tener en cuenta para cualquier decisión sobre los biocombustibles:
1. Soberanía y seguridad alimentarias: En nuestro país hay 17 millones de personas en pobreza alimentaria; por otra parte, ya importamos casi la mitad de los alimentos que consumimos. Orientar buena parte de nuestra producción maicera al etanol, es reducir y encarecer el suministro de alimentos a las familias más pobres. Aceptar el cultivo masivo de plantas para producir biocombustibles es incrementar la presión sobre la tierra y aumentar nuestra ya grande vulnerabilidad alimentaria. El derecho a la alimentación, energía básica de los seres vivos, es de rango superior al derecho a la energía para las máquinas.
2. Derecho de las familias campesinas e indígenas a la tierra y a vivir dignamente de su trabajo agrícola: la experiencia de las naciones, como Argentina, donde se ha impuesto un monocultivo dictado por el mercado internacional, como la soya, es muy clara: quiebra de pequeños y medianos agricultores, desempleo, devastación de suelos y vegetación, etcétera. Si en México se quieren promover dichos cultivos ha de garantizarse el respeto y la no presión a las tierras comunitarias, ejidales y familiares.
3. Sustentabilidad hídrica: Las empresas interesadas en los biocombustibles no se van a dirigir a las tierras temporaleras: van sobre las irrigadas. Y, salvo en contadas regiones, en México todavía no están generalizados los sistemas de uso eficiente del agua. Tenemos muy poca y agotar ese recurso vital en aras de la producción de combustibles sería poner en riesgo no sólo nuestra soberanía, sino incluso nuestra viabilidad como nación. El cultivo de las plantas base para biocombustibles debe estar siempre supeditado no a la disponibilidad, sino a la sustentabilidad en el manejo del agua.
4. Sustentabilidad de recursos naturales: Todas las experiencias de cultivo intensivo de soya, palma aceitera, maíz, y otros vegetales base de biocombustibles nos muestran que conllevan una considerable devastación de recursos naturales: desmonte de bosques y de arbustos; contaminación de suelos por el uso de agroquímicos, pérdida de la biodiversidad; emisiones de gases de efecto invernadero, como el óxido nitroso producido por los fertilizantes. No podemos luchar contra el cambio climático agravando la raíz de lo que pretendemos combatir.
5. No uso de transgénicos: La urgencia por producir cada vez más biocombustibles dispara la utilización de semillas transgénicas, como el soya o el máiz, incluso los árboles o pastos transgénicos. Caer en esta trampa implica dos amenazas: la primera, ponerse en manos de trasnacionales como Monsanto, depender de ellas y pagarles patentes por emplear sus semillas. La segunda, peor todavía, es la agresión a las semillas, pastos, árboles nativos y a ecosistemas completos por la intrusión de transgénicos que pueden acabar con la diversidad y extinguir especies animales o vegetales. No puede permitirse por ello que el desarrollo de agrocombustibles se haga con base en plantas y semillas transgénicas.
6. Control comunitario, local y nacional: A gritos y a sombrerazos en México mantenemos la soberanía nacional sobre el petróleo, aunque las comunidades donde se asientan los pozos petroleros son las últimas beneficiarias de la extracción del crudo, sino las principales perjudicadas por los daños ambientales producidos por la actividad extractiva. Ahora bien, las principales promotoras de la producción de biocombustibles son varias empresas trasnacionales. Por eso otro criterio que debe normar la producción de biocombustibles en México es el del control nacional y comunitario sobre los mismos. Esto quiere decir que no sean las trasnacionales quienes se apropien del proceso de producción y distribución de los mismos, sino que se mantenga dentro del control de la nación. Pero no basta, es necesario que las propias comunidades campesinas, con apoyo del Estado, cuenten con los mecanismos que les permitan desarrollar y ejercer un control comunitario sobre la bioenergía que ellas mismas produzcan, que ellas sean las que decidan las formas, las cantidades, los usos y los destinatarios de esa energía, y que ésta se distribuya, en primer lugar, en la propia localidad.
El desenlace del nuevo ciclo global de alimentos y energías aún no se ha fijado. Con la fuerza social y criterios como éstos, podemos orientarlo, no a la reproducción de la lógica y los poderes capitalistas, sino a una nueva era de justicia y convivencia sustentable.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario