Gustavo Gordillo
El nuevo club de Tobi. No sólo está compuesto por misóginos. Además de misóginos, son miembros distinguidos de este club reconocidos homófobos, simuladores políticos, manipuladores mediáticos, travestistas políticos y sobre todo cínicos descarados. Grandes discursos sobre la transición democrática y pequeñas chicanerías en la política cotidiana. Con la mano derecha citan a Bobbio, a Weber o a Dahl, y con la mano izquierda se limpian el fundillo con las citas célebres. Llaman discrepancias políticas a los conflictos de intereses. Acusan de nepotismo al dueño del rancho vecino, pero en el suyo propio lo atascan de tíos, primos, hijos, hijas, amantos y amantas, y hasta pericos, gatos y perros. Se lamentan de las imperfecciones de la transición. Brindan por la tolerancia y el pluralismo. Pero si te descuidas te sueltan semejante pedorrón apestoso en homenaje a los contubernios políticos que establecen en las cloacas de la política nacional. Son los ladrones que llaman ladrones a los demás.
¿Cuándo se jodió Peru? Pregunta un personaje a otro en Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa. Lo mismo deberíamos preguntarnos respecto al sistema de partidos políticos en México. ¿Cuándo se jodió? Para entender el actual deterioro del sistema de partidos que se expresa en luchas intestinas intermitentes, cinismo rampante y ausencia de lazos de lealtad, es conveniente recordar cómo se garantizó durante el régimen de partido hegemónico, la lealtad en ausencia de un código prográmatico como ocurrió con otros partidos históricos. Me parece que la certidumbre de la permanencia en el poder fue el cemento que garantizó lealtad y disciplina. Permitió además, una lenta pero discernible circulación de las elites partidistas. Este pacto de lealtad y complicidad con su doble juego hacia las disidencias: cooptación o represión, fue impugnado desde tres ámbitos.
La ruptura del pacto hegemónico. El primer ámbito, con las señeras reformas electorales de Reyes Heroles, destapa un zigzagueante proceso de apertura electoral que finalmente instaura con la negociación de las nuevas reglas electorales en el gobierno de Zedillo, una real competencia. El segundo ámbito es producto de la modernización de la sociedad mexicana. La ampliación de las oportunidades de acceso a educación básica, el desigual y caótico proceso de urbanización y las sistemáticas crisis económicas de fin de sexenio; generaron unas clases medias informadas, antisistémicas y en ocasiones capaces de articular movilizaciones cívicas de diversas intensidades. El tercer ámbito de impugnación es más complejo. Es producto de la percepción ciudadana de un gobierno ineficiente atrapado en redes de clientelismo y corrupción, profundamente injusto con aquellos que no tienen poder político o poder económico. El resentimiento social contra la impunidad de los poderosos es probablemente el resorte más profundo en las movilizaciones de los últimos años.
Fragmentación y poder distribuido. Por otra parte, como consecuencia de la alternancia un cierto grado de poder político expresado en diputaciones, senadurías, gubernaturas y puestos administrativos está distribuido entre los tres principales partidos. Esto genera dos reacciones. Una, hacia un pacto oligárquico para erigir barreras de entrada a otros potenciales actores políticos -en el ámbito de nuevos partidos, de candidaturas independientes y de un falso federalismo que rápidamente deviene en arreglos cupulares para erigir fortalezas inexpugnables en las entidades federativas-, con lo cual se bloquea una mejor expresión del pluralismo social. Por otra parte una cierta estabilidad política. Esta estabilidad no se logra através de la deliberación pública o de reglas claras para la competencia interna sino de una fuga hacia adelante. Acuerdos mínimos de corto plazo, vetos cruzados que llevan a la inmovilidad política y económica y disfrute desmedido de pingues beneficios para quienes han logrado establecer condiciones monopólicas en sus respectivos mercados políticos.
Aquí es no coopelas o cuello. Hay un conjunto de incentivos perversos que juegan en contra de la cooperación, es decir de negociaciones y acuerdos políticos que permitan enfrentar conjuntamente los grandes dilemas sociales que amenazan gravemente distintos ámbitos de la convivencia nacional. Estos provienen de una paradoja. Parece que hay una relación inversa entre aumento de competencia electoral y debilidad de los partidos políticos. La respuesta instintiva ha sido reducir la competencia entre distintas opciones bloqueando la presencia de nuevos partidos, impidiendo candidaturas independientes, cerrando la posibilidad de coaliciones limitadas a algunas candidaturas. Se requiere por el contrario atender al otro lado de la paradoja.
¿Cómo fortalecer el sistema de partidos políticos? Desde luego que no restringiendo su número cuyo efecto sería fortalecer una ya presente oligarquía partidista. Sí en cambio condicionar el acceso a recursos públicos y privados a una determinada validación de esa opción por los ciudadanos. En segundo lugar disminuyendo sustancialmente los recursos públicos y privados a los partidos a partir de definir una distinta y máps sana relación entre las competencias electorales y los medios de comunicación, estableciendo una mejor proporción en el uso de los recursos públicos entre gasto corriente y gasto en inversión de recursos humanos -capacitación, formación de cuadros y publicaciones. En tercer lugar promoviendo con recursos públicos y privados la proliferación de asociaciones ciudadanas -impedidas para acceder al estatus de partidos políticos- y con funciones estrictamente delimitadas de por llamarlo así construcción de ciudadanía fuertemente cargadas al ámbito de la fiscalización ciudadana de candidaturas, compromisos de candidatos, propuestas programáticas y desempeño público. Una cuarta iniciativa sería el establecimiento consensuado entre partidos, autoridades electorales y medios de comunicación de un código de ética política.
Claridad discursiva. Se requiere además fomentar una cultura basada en llamar a las cosas por su nombre. El consenso verdadero sólo surge de la exposición clara de las discrepancias y las divergencias. No del lenguaje de la ambigüedad vestido de aparente sobriedad lingüística que busca encubrir diferencias para simular. Sólo así se podrá disolver al nuevo club de Tobi que ha hecho del cinismo su consigna, del lenguaje cantinflesco su forma de comunicación y de la impunidad política el ominoso signo de nuestro tiempo.
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