Aguerridos y gritones panistas cobijaron al mandatario en su breve comparecencia
Júbilo fugaz, una tenue llamarada blanquiazul iluminó el salón y luego se consumió
ROSA ELVIRA VARGAS
Presurosos y mostrando el índice en señal de victoria ya habían pasado Juan Camilo Mouriño, César Nava y Germán Martínez. A grandes trancos, los tres buscaban alcanzar a Felipe Calderón quien, rodeado de escoltas militares y de diputados, salía del salón de plenos. Enseguida, con un paso más lento –aunque también con notoria urgencia por marcharse–, el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, prodigaba saludos.
–¿La forma en que se resolvió la entrega del Informe allana la aprobación de la reforma fiscal? –alcanzaron a preguntarle.
–Casi, casi –respondió.
Involuntariamente, ese intento del funcionario por mostrarse críptico resumía la tarde de este sábado gris.
Porque ayer, “casi, casi”, Felipe Calderón cumplió con su propósito de ocupar la “máxima tribuna del país”. Estuvo cerca cuatro minutos exactos.
Y también, “casi, casi”, alcanzó a dirigir un mensaje porque, claro, a comparación del primero de diciembre, cuando en ese mismo lugar apenas logró, contra viento y marea, rendir protesta como Presidente de la República, ayer hasta tuvo tiempo de sobra para expresarse y, de nuevo, tender la mano del diálogo.
“Casi, casi”, el de ayer fue un triunfo para el PRD, que de ese modo consiguió impedir (¿?) el linchamiento desde los medios de comunicación, sobre todo los electrónicos, y salvar el costo político y electoral que les habría significado, por ejemplo, apoderarse de la tribuna de San Lázaro o intentar a toda costa que Calderón no ingresara al recinto legislativo.
Y para Acción Nacional representó también, “casi, casi”, un triunfo político “tomar la plaza”, así fuera para dejarla de inmediato.
En esos ocho minutos que estuvo Calderón en el salón de plenos se cumplió también, “casi, casi”, con un guión que se terminó de escribir poco antes del inicio de la sesión.
Las tres fuerzas políticas que hacen mayoría culminaron una negociación que había metido al país durante un mes en un debate más político que de interés ciudadano, más de medición de fuerzas que de intento real por dar cívica sepultura a esta fecha, y que de una buena vez significara, realmente, el fin del presidencialismo prepotente y fútil.
Porque además, y ahí están las crónicas de los días previos para demostrarlo, en las bancadas tampoco había –y en la del PRD mucho menos– uniformidad de criterios y sí, en cambio, un auténtico conflicto por imponer voluntades con acciones diversas en este día. Al final se impuso el cálculo político y los legisladores de ese partido se retiraron del salón.
Desconfiados por naturaleza, en esos días algunos manifestaron resquemor. Quizá por ello el gesto de Javier González Garza de recibir al pie de la escalinata a Ruth Zavaleta, una vez que ella leyó los argumentos para levantarse de la presidencia del Congreso, tenía significados más allá de la caballerosidad.
En política no hay casualidades, por lo que difícilmente alguien podría creer que con el breve, parco y hasta púdico acto de ayer –con el antecedente del año pasado, cuando Vicente Fox ni siquiera entró al salón de plenos– ya se puso fin al servilismo y a la chocante inclinación al jefe del Ejecutivo en turno.
Permanecieron algunas prácticas, restos de cortesanía impostada de marcialidad, de aferramiento a una pleitesía que nada tiene que ver con tratar como ciudadano al presidente de México.
Así, cuando se decidió suprimir de la imagen oficial de televisión los motivos de la presidenta de la Cámara, la perredista Ruth Zavaleta, para no recibir el Informe, de nuevo quedó de manifiesto que en un sector del poder existe la determinación de que éste debe mantenerse como el Día del Presidente.
Dígalo además si no el hecho de que esta vez en el palco de honor, ubicado justo a la derecha de la puerta de acceso al salón de sesiones, todas las sillas estaban ocupadas y casi nadie era conocido.
Apenas eran identificables los líderes del PRI, Beatriz Paredes; del PAN, Manuel Espino; de Convergencia, Luis Maldonado, y del Panal, Jorge Kahwagi, en animada tertulia. También Alonso Lujambio, ex consejero electoral y actualmente presidente del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), y Juan Ignacio Zavala, cuñado de Calderón.
Los demás, se revelaría minutos después, eran todos aguerridos y gritones militantes del PAN convocados, precisamente, para dar la gritona bienvenida a Felipe Calderón cuando entrara al recinto y marcar la señal a los legisladores de su partido para una ovación. Y resultó, “casi, casi”, en una aclamación, júbilo fugaz y comedido. De instantes.
Y él, que apenas podía moverse entre tanta escolta del Estado Mayor Presidencial y diputados designados para integrar las comisiones de cortesía, se dejó envolver por esa atmósfera. Se sabía entre los suyos y correspondió a los vítores, a las manos que se extendían, a las sonrisas que lo recibían como al panista que es presidente de México. No más.
Hoy, en Palacio Nacional, Calderón también será aclamado. Pero esa experiencia no podrá sustituirla por la de este sábado, cuando –como hace nueve meses–, “casi casi” se le hizo cumplir con su intención de presentarse ante el Poder Legislativo.
Así, una vez que se ubicó a un lado de Cristian Castaño, presidente en funciones del Congreso, el trámite transcurrió en lo que dura un suspiro.
Calderón, por medio de un micrófono inalámbrico, explicó que en esa caja roja llevaba el texto de su primer Informe de gobierno y lo entregó. No hubo atril ni himno ni jefe militar inconmovible a su espalda. Hiló el mensaje y se retiró envuelto de nuevo en la ovación de los panistas.
Frente a él, de pie, los legisladores blanquiazules aguardaron a que transcurriera ese trance y las bancadas que habían decidido permanecer en la ceremonia aparentaban falta de interés, sobre todo el PRI, en su cómodo rol de gozne .
Cuando todo hubo concluido, cámaras y micrófonos buscaron a los actores centrales de este arreglo. Era natural. Pero muchos más buscaban las luces de los reflectores, “casi, casi”, por instinto.
Políticos al fin.
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