José Antonio Rojas Nieto
El estudio cotidiano del mercado petrolero, de la dinámica energética mundial, de la marcha de la economía –mundial y nacional– conduce obligadamente al estudio del delicado asunto de la disponibilidad de recursos para impulsar el desarrollo, nuestro desarrollo. Atrás de él está no sólo nuestra viabilidad energética plena y sustentable. También el delicado –delicadísimo– problema del empleo, tanto en el área energética como en el resto de la economía. Sí, el problema del financiamiento de la expansión, petrolera, eléctrica y, en general, económica conduce al delicado asunto de la disponibilidad de recursos financieros para sostener la inversión.
Clásicos y neoclásicos; marxistas y neomarxistas; ricardianos y neoricardianos; keynesianos y postkeynesianos; los de las expectativas racionales e, incluso –para sólo citar un ejemplo más– los cada vez más irracionales (rentistas, especuladores, parásitos), están persuadidos de que sin financiamiento y sin inversión no hay empleo. Eso también lo saben bien los personeros del actual gobierno.
Una proclama seria del “presidente del empleo” exigiría un empleo formal, permanente, estable, bien remunerado. Depende de una inversión formal, permanente, estable, remuneradora, comprometida. Nunca, una volátil, huidiza, informal, rentista, especuladora, parasitaria, tan de moda hoy en el mundo a través de los nuevos fondos de inversión y de los portafolios de acciones y deuda, que día tras día nos penetran cada vez más. Por cierto, la que alientan algunos grupos importantes que respaldan al actual gobierno, desde su campaña. Sin duda. Este tipo de inversión nunca –sí, nunca– será capaz de sostener el tipo de desarrollo que anhelamos.
¿Qué ha pasado con la inversión en nuestro México los últimos años? Veámosla al menos globalmente. Los anexos del Informe presidencial responden con nitidez. En la página 4 de la sección económica del Anexo del Informe (se la llama Economía Competitiva y Generadora de Empleo) se indica que de 1989 a 1994 la inversión total nacional creció a una tasa real de 8 por ciento. Y que de 1995 a 2000, el crecimiento real fue 13.3 por ciento.
¿Sabe usted cuál fue el crecimiento de la inversión en el lamentable sexenio que acaba de terminar? Sí, adivinó. Fue menor, mucho menor a las anteriores, de sólo 4.9 por ciento de crecimiento medio real por año. ¿Y sabe usted cuánto ha crecido en este sexenio del empleo? Lo mismo que en el anterior, apenas 4.9 por ciento, considerando –como se indica en dicha página del Anexo Económico, las cifras preliminares de este año. Bueno, pero permítame acotar algunas observaciones a esta previsión oficial. Los últimos datos oficiales del INEGI indican que en el primer trimestre de este año la inversión creció (primer trimestre de 2007 contra el primer trimestre de 2006) solamente 4.9 por ciento. Y las estimaciones del segundo trimestre indican una tasa similar. En cambio, en el primer semestre de 2006 había crecido 11.3 por ciento (cifra similar al consumo del gobierno pues, recordemos, era año electoral).
Bien. Pues para que se cumpla la previsión oficial de que en todo el año crezca ese 4.9 por ciento y, con ello, iguale –solamente eso– la tasa del anterior sexenio, en este segundo semestre también debe crecer 4.9 por ciento, asunto no tan simple si consideramos la desaceleración industrial de Estados Unidos, indicador con el que tenemos un vínculo muy pero muy fuerte. Pero, además, con ese 4.9 por ciento, difícilmente se crearán los empleos no sólo que permitirán captar la nueva fuerza laboral de este año (más de un millón), sino la subocupada o desocupada que también a decir del anexo económico del primer Informe (página 10) suma 10.3 por ciento del total de la económicamente activa (6.9 subocupada y 3.4 desocupada).
En el año 2000, por cierto, sólo sumaba 9.8 por ciento. Además, en ese mismo año y según el mismo anexo (17), el 79.4 por ciento de la población (de 14 años y más) percibía menos de cinco salarios mínimos de hoy (apenas equivalentes a tres mínimos de 1990; y uno y medio de 1981). Y en este 2007 subió al 80 por ciento, con el pequeño agravante de que el salario mínimo real no se ha elevado un ápice. ¿Qué se ha hecho o qué se hace para alentar la inversión? La respuesta que escuchamos día tras día es la misma: “urgen las reformas estructurales para que el ahorro externo llegue al país”.
¿De qué reformas se trata? Una vez más los textos oficiales: “reforma energética, es decir, plena apertura a inversión privada nacional y extranjera en petróleo y en electricidad”. Me permito acotar: los Pidiregas ya penetraron plenamente, en producción y exploración primaria (la de la renta petrolera) y en generación (la de la renta eléctrica).
Y siguen los textos oficiales (del PRI y del PAN, desde luego, que en este caso son lo mismo, a pesar de la demagogia priísta reciente): “reforma laboral”. Y acoto una vez más, para flexibilizar la contratación, el salario y la jornada; condicionar aún más el derecho de huelga y controlar el diezmado derecho a la organización sindical autónoma. También se ha hablado de la reforma financiera. Pero ésta –como bien se indica en el apartado 2.3 (Sistema Financiero Eficiente) se orienta a “democratizar” (sic) el sistema financiero (el de los bancos ingleses, españoles, estadunidenses, acoto) sin poner en riesgo la solvencia del sistema en su conjunto”, para lograr que todos los estratos de la población (principalmente ese 80 por ciento que percibe menos de cinco salarios mínimos, me permito agregar) ahorre.
No se entiende –de veras que no se entiende– por qué tanta insistencia del Ejecutivo en pronunciar un mensaje para señalar estas terribles realidades, reconocidas en las mismísimas cifras oficiales, pero manejadas en el discurso con una veleidad realmente vergonzosa. ¿Cómo entender esto? ¿Hacia dónde se quiere llevar al país?¿A quiénes se quiere engañar? No se vale. De veras.
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