Luis Hernández Navarro
Este primero de septiembre se libró una batalla central para el futuro de Felipe Calderón: el de su legitimidad como mandatario. El hombre de Los Pinos no pudo evitar el pleito. No tuvo la fuerza para hacer lo que hacen los que mandan: fingir que este asunto no forma parte de la agenda política nacional.
Para ganar esta pelea, el jefe del Ejecutivo necesitaba que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y sus aliados aceptaran que es legítimo, o, al menos, reventarlos internamente para que una parte lo reconociera. Quiso, pero no pudo hacerlo.
Este “Día del Presidente” no fue del presidente. Felipe Calderón entró al Palacio de San Lázaro, pero no pudo pronunciar el tradicional mensaje ritual. Apenas si emitió unas breves palabras. Una parte muy significativa del Congreso de la Unión, que representa 15 millones de votos, no estuvo allí cuando el hombre de Los Pinos entregó su Informe. Le hizo el vacío.
La fuerza simbólica de esa ausencia no puede despreciarse. Una importante coalición política institucional, con capacidad para descarrilar iniciativas legislativas, le dijo a Felipe Calderón que no lo reconoce como jefe legítimo del Ejecutivo. En el momento de la verdad, el PRD no se dividió. Con disciplina, todos sus legisladores abandonaron la sesión. Los Pinos perdió esa partida.
En esta ocasión, Andrés Manuel López Obrador ganó. Desde Presidencia se dijo que el primer mandatario “rebasó por la izquierda” al sol azteca. Se apostó a que Nueva Izquierda lo reconocería sin ambigüedad alguna y el Peje quedaría aislado. Nada de eso aconteció. Los únicos que se creyeron lo del “rebase por la izquierda” fueron los encargados por Los Pinos de propalar la especie. Nueva Izquierda se quedó sin capacidad para maniobrar en este round y debió plegarse –al menos por el momento– al mandato que miles de ciudadanos fijaron durante la constitución de la Convención Nacional Democrática.
Para poder presentarse en el Congreso de la Unión, el panista michoacano debió pagar un precio muy alto. Su presencia fue uno de los componentes de un paquete de negociación del que forman parte las reformas hacendarias y electoral. Para sacarlas adelante ha debido acceder al recambio de consejeros y magistrados de los órganos electorales que le otorgaron su impugnado triunfo. Las cabezas rodando de la nomenclatura electoral federal son, como se ha dicho hasta la saciedad, la evidencia de la suciedad de las elecciones del 2 de julio de 2006.
Durante nueve meses, Felipe Calderón ha estado aislado de la ciudadanía. Realiza sus actos públicos en medio de protestas que cuestionan su legitimidad, protegido por el Estado Mayor Presidencial. No puede presentarse tranquilamente en ningún lado. Las expresiones de descontento en su contra no cesan, ni siquiera en el extranjero. El fantasma de la ilegitimidad y la violación a los derechos humanos lo persigue adonde se para. Este primero de septiembre no fue la excepción. Alrededor de San Lázaro se levantaron vallas metálicas y pusieron cercos policiacos para resguardarlo.
A falta de contacto directo con la población, el jefe del Ejecutivo se comunica a través de los medios de comunicación electrónicos. Su presencia y la de su gobierno se promocionan en la televisión como si se tratara de un producto comercial que se publicita ante los consumidores. Su nombre se ha convertido en una marca más de las muchas que se ofrecen a los espectadores cautivos. Cambió la máxima bíblica de “dejad que los niños se acerquen a mí” por la de “dejad que las cámaras se acerquen a mí”.
Este 2 de septiembre Felipe Calderón dará su Informe a la televisión en cadena nacional. En la pantalla no corre peligro de interpelaciones ni expresiones públicas de desaprobación. Allí nadie le va a responder ni lo va cuestionar. Tendrá un auditorio a modo, invitado para aplaudir. Frente a él no se encontrarán los integrantes de un poder autónomo, sino “la audiencia” que, como única opción de réplica, tiene la de apagar la radio o la televisión.
Este primero de septiembre, el gobierno de Felipe Calderón incumplió dos acuerdos pactados con los partidos. En contra de lo establecido, en lugar de guardar silencio el mandatario habló en el pleno durante unos minutos. Y mientras Ruth Zavaleta, la perredista que dirige la Cámara de Diputados, pronunciaba un discurso antes de la llegada del michoacano, Cepropie y el duopolio televisivo bloquearon la emisión del acto para no transmitir sus palabras.
Sin que se haya pronunciado una sola frase sobre el estado que guarda la nación, este primero de septiembre arroja una radiografía precisa de las circunstancias que vive. Nueve meses después de la toma posesión de Felipe Calderón el pleito de la clase política sigue. La crisis de las elites permanece. Ante una parte muy importante de la población, el jefe del Ejecutivo carece de legitimidad. La herida sigue abierta.
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