León García Soler
Informe, no
Envilecimiento de la separación de los poderes
Ruth Zavaleta y el senador panista José González Morfín, luego de la ceremonia de entrega del primer Informe del presidente Felipe Calderón Foto: José Antonio López
Como en los versos a Sánchez Mejía: Eran las cinco en punto de la tarde... en todos los relojes. Seguramente asistió Felipe Calderón al inicio del periodo de sesiones de la legislatura, sesión de Congreso general que presidió la diputada Ruth Zavaleta, de la bancada del PRD, electa por unanimidad, quien anticipó vísperas al rendir protesta con el brazo izquierdo en alto. Y ni así pudo disipar la suspicacia de los puritanos del movimiento: ante la puerta Mariana de Palacio Nacional espera el mismo que se tiró al piso para impedir el paso a Ernesto Zedillo.
Era otra la puerta, la de Honor, por la que entra nada más el Presidente de la República. A lo mejor por eso se plantarán hoy, 2 de septiembre, ante la Mariana, con la idea de que Felipe Calderón tendría que usar esa puerta, porque ellos no lo reconocen ni reconocerán como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. ¿Informe en dos tiempos? No, el de la obligación constitucional habrá sido entregado a la diputada Zavaleta, quien la recibiría con la mano izquierda y posiblemente evitó dirigirse a Felipe Calderón como ciudadano Presidente de la República, o señor Presidente, o titular del Poder Ejecutivo de la Unión. Averígüelo Vargas. O mejor todavía, averígüelo Manuel Espino, el conducatore del PAN, quien olvidó que el Presidente de la República despacha en Palacio Nacional y no predica en el Auditorio Nacional.
Tantas idas y venidas, tanta desvergüenza a partir del arribo de Vicente Fox a los pasillos de San Lázaro, donde esperó al mensajero fatal: “No hay condiciones, señor presidente”, sentenció Carlos María Abascal. Y el pálido mandatario se quedó a las puertas del salón de sesiones. No asistió al inicio del periodo legislativo; entregó el informe escrito y salió a hurtadillas de la historia, a la que pretendió tomar por asalto con el expediente de echar al PRI de Los Pinos. Y ahora que no tenemos a los bárbaros, ¿qué habremos hecho ayer sábado al dar las cinco en punto de la tarde? Con el brazo derecho en alto, Santiago Creel ya había protestado presidir el Senado de la República. Y mientras la transición espera el retorno del fantasma de Comonfort, los sonámbulos de la pluralidad se conforman con la amenaza de autogolpe de Estado, a cargo del despechado consejero electoral Ugalde, quien topó con la decisión perdida el día de las elecciones, pero enturbia todavía más lo empantanado al declarar que cesar a los consejeros equivale a confesar que hubo fraude el 2 de julio de 2006.
A las cinco en punto sabrían los ciudadanos ajenos pero arrastrados a la marcha de la locura si hubo Informe o no, si fue estrictamente por escrito o se entregó con un par de frases dichas, o unas cuantas palabras de saludo al Poder Legislativo a través de la diputada Zavaleta. La tempestuosa disolución de la obligación impuesta al titular del Ejecutivo de informar al pueblo soberano, por conducto del Poder Legislativo, sobre el estado que guardan los asuntos de la nación, envileció la separación de poderes al trastocar el sistema de pesos y contrapesos; al confundir la dignidad del mandato popular y la austeridad republicana con una ríspida pugna en el ánimo de quienes han llegado a llamar “sumisión” a toda palabra, o gesto protocolario al menor asomo de civilidad en el trato entre representantes de poderes. Desde luego en público y, sobre todo, ante las cámaras imperiosas de la televisión.
En privado, la voluntad de poder se reduce a fantasioso y angustiante golpe de Estado contra el gobierno del que forman parte, contra la pluralidad de partidos políticos elevados a entidades de interés público en la norma suprema. Comonfort en Tacubaya y el poder constituido como acción de semovientes que dan vueltas a la noria. Eran las cinco en punto de la tarde y la otrora afamada crónica parlamentaria quedó reducida a nota de color, luego a relato circense de calambures, pancartas y sonoras bofetadas que no dejan huella alguna, ni un ojo morado; uno que otro rasguño y alguna torcedura al rodar por las alfombras los representantes de la soberanía popular. Hay reforma electoral en puerta, labores primigenias para la reforma del Estado, pero en San Lázaro hubo formalidad vacía y en Palacio Nacional habrá hoy domingo un mensaje presidencial a la nación. Informe, no. Aunque la diputada Zavaleta haya recibido el documento entregado como manda la ley.
En la era del espectáculo, ante el imperio de la televisión y la inmediatez, anticipada, identificada por Mac Luhan con su “el medio es el mensaje”, no queda ni el recurso de la imaginación, del artilugio capaz de transformar pobre palabrería en retórica rica y convincente. Los navegantes de nuestra transición en presente continuo han dado en insinuar que nos convendría cambiar del régimen presidencial al parlamentario; otear en busca de la fórmula que nos elude para lograr el portento de revivir la fuerza presidencial que nos empeñamos en acotar y luego en reducir a nada, a las gesticulaciones grotescas y la incontinencia verborreica del Macabeo abajeño. La rebelión del infantilismo democrático minó la institución presidencial, pero dejó intacto el despropósito de evadir que el poder constitucional se reduce a ejercer las facultades que la ley le señala, ni una más, nada más. Hasta ayer a las cinco en punto de la tarde los arrepentidos rebeldes habían vuelto a ser ranas pidiendo rey: hay que fortalecer al Presidente, dicen.
Ya hay quienes hablan del inminente retorno de la Presidencia Imperial. Enrique Krauze, historiador integrado a las tareas de la reforma del Estado, sabe de dónde viene la frase y conoce las debilidades de un parlamentarismo adoptado a contracorriente del propio proceso histórico; en ocasiones, de alguno de cuño original y sólidas bases socioculturales: efímeros gobiernos que caen uno tras otro para dar paso al siguiente. Afortunadamente, Manlio Fabio Beltrones reivindicó para el Senado el esfuerzo de retomar y afianzar la reforma del Estado, y han incorporado a esa labor a valiosos académicos, políticos y estudiosos del poder que Maquiavelo liberó del misterio teológico para revelar la razón de Estado, la razón del Estado.
En vísperas del Informe que será entregado por escrito y siguió al que no se dio hace un año con Vicente Fox, las ataduras de la ortodoxia fiscal que Francisco Gil dejara atadas y bien atadas obligan a presentar el amargo subejercicio del gasto público como logro de la disciplina, prolongación del portento que reduce el déficit fiscal para aproximarlo al cero anhelado. Pero el crecimiento de la economía apenas supera 2 por ciento, el del empleo es de cero, nulo en términos reales. Y al filo de la era del conocimiento el gobierno invierte cada vez menos en educación, y a pesar de logros y reconocimientos 80 por ciento de jóvenes en edad de recibir educación media y superior no tienen acceso a las aulas. ¿Dónde está el Estado?, pregunta Juan Ramón de la Fuente, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ayer, a las cinco en punto de la tarde, los mexicanos debiéramos haber oído la respuesta en voz del individuo en quien se depositó el supremo Poder Ejecutivo de la Unión.
“The answer my friend is blowing in the wind”, diría Bob Dylan. Pero aquí y ahora soplan vientos de fronda.
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