Rolando Cordera Campos
Con la reforma constitucional presentada el jueves, algún optimista podría invitar a entonar los salmos de la restauración democrática que viene, pero la verdad es que lo que toca hoy son los responsos por una reforma electoral que en su momento el ex presidente Ernesto Zedillo osó calificar de definitiva. Que no lo era lo sabíamos los mortales y lo confirmaron los primeros consejeros electorales designados por la Cámara de Diputados, cuando al dejar su puesto advirtieron sobre la necesidad de revisar lo hecho y legislado y, en particular, sobre lo que más tarde se probaría letal para el sistema: la relación emponzoñada entre dinero y política, y su inevitable derivación en la emergencia de un poder alternativo en los grandes consorcios de los medios electrónicos.
Los partidos y los legisladores del momento no hicieron caso del pliego de mortaja de aquellos consejeros y optaron por el ahí se va, que el año pasado nos puso al borde del abismo de la confrontación intestina. Esa historia está aún por escribirse, pero no deja de sorprender que a estas alturas todavía haya almas puras del departamento de puntos de vista que insistan en que quien nos puso en peligro fueron el PRD y el abanderado de la coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador.
Si algo pasará a la historia jurídica y política de la época será el dicho del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación de que el ex presidente Vicente Fox y los grupos del dinero habían puesto en peligro la elección por su intervención en ella. En el pie de página del relato, tal vez quede establecido que a pesar de sus dichos el Tribunal decidió declarar presidente electo a Felipe Calderón, dejando a los hermeneutas de ocasión o vocación el resto del enredo. Hoy, la majestad del derecho que según algunos por definición portaba el presidente en turno de la Suprema Corte ha quedado al desnudo, como ha ocurrido con la credibilidad del Consejo General del IFE que muchos veían a prueba de kriptonita gracias a la solidez de la norma. Por su parte, el PAN olvidó, por fortuna momentáneamente, que Felipe Calderón es presidente constitucional, y dejó atrás su show dominical en el Auditorio, mientras que el gobierno anuncia que habrá un mensaje a la nación desde Palacio.
Ante este panorama resulta ridículo abocarse a la busca de conspiraciones cupulares en pos de una normalidad impuesta. Como suena pueril la imitación extralógica, que diría don Alfonso Reyes, de la experiencia argentina con su grito de que se vayan todos. Chusquerías aparte, de las que ahora se apropia el presidente del IFE, lo que tenemos enfrente es un sistema político sin centro que lo articule y sostenga, junto a una situación social que todavía tratan de encauzar los sindicatos que quedan, pero que empresarios cruzados de la libertad de empresa como Larrea o los de Mexicana, se empeñan en llevar a sus últimas consecuencias.
El “topen chivas” que se atribuye al ex presidente Miguel de la Madrid cuando encaró el reclamo social de sus propias huestes encabezadas por Fidel Velázquez, funcionó gracias al propio cacique de la CTM y la debilidad estructural de los trabajadores, junto con la hegemonía del ya flaqueante PRI-gobierno, pero intentar repetir la gesta puede dejar los dichos de Marx sobre las tragedias y las farsas en inocente tira cómica. Pero al parecer son los monitos donde estos condotieros del capitalismo salvaje abrevan.
No es hora de proclamar que la hora llegó, pero sí de insistir en que nuestra normalidad ha sido, a pesar de tanta arquitectura jurídica, el reino de lo anormal. Y que construir otra ruta para la convivencia política y social supone no volver a lo básico del mercado, como proclamaban en su momento de gloria los neoliberales, sino encontrar el eslabón perdido de la cooperación sin emperador sexenal que nos permita entender que lo que nos falta es un pacto social sin el cual todo acuerdo en la cumbre está condenado a ser efímero cuando no autodestructivo.
En el Congreso se parlamenta para reformar y qué bueno. Pero en el contexto de un presidencialismo no sólo oxidado sino corroído del todo, el esfuerzo parlamentario requiere de una contraparte que no puede ser la del Cid mantenido en su montura. Pactar significa reconocer la circunstancia peligrosa en que vivimos y tomarla y tomarnos en serio. Tal vez, sólo tal vez, las faramallas de estos días sirvan para hacernos ver que debajo de ellas sólo hay tinieblas y las peores mañas del gangsterismo que aspira a volverse señor de la guerra apenas le suelten el último lazo que queda.
Bienvenidos legisladores a tierra de indios. De ser así, este periodo de sesiones podrá ser axial. Si no, no queda más que por lo pronto cerrar la comunicación y apagar el radio. Estaremos volando en automático, pero sin piloto.
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