jueves, septiembre 13, 2007

Impecable y diamantina

Pedro Miguel

Como se acerca el 15 de septiembre me pregunté “¿qué es la patria?”, y mi compatriota Aura Perroni se ofreció para repetir la pregunta a gente diversa. He aquí algunas de las respuestas por ella recabadas.

Paradójicamente, la patria es “varios motivos para el exilio; un espacio al que se pertenece, en el que adquieres cultura, idioma e idiosincrasia; el sitio, la circunstancia, el contexto con el que se escribe la Historia; el mejor pretexto para obtener poder y hacer la guerra”, señala Ana Romeu.

“Patria es una cantina que estaba en el centro de la ciudad de México por los sesentas. Ahí se reunía la clase política mexicana. Servían una bebida muy famosa por sus efectos secundarios, entre ellos: daba identidad de grupo, motivaba hazañas heroicas (aunque no tenían ningún sentido), engrandecía los ánimos territoriales. De ahí salió una frase conocida, ‘La patria es primero’, grito de guerra que vociferaba la clase política para reducir las garantías individuales. La patria se ha convertido en mucho menos de lo que debería ser. Claro que me refiero a la cantina, aquella de los años sesenta, hoy una triste lonchería,” reseña Miguel Ángel Sánchez. Griselda Ramos, por su parte, dice: “Mi patria y mi guitarra las llevo en mí, como dijo Serrat, y se acabó”.

“La patria es todo lo que me ha nutrido. Es la gente que está a mi alrededor, los edificios, la ventanería de aluminio dorado y paredes rosa mexicano, las irregularidades electorales, Acapulco, el tequila o el mezcal. También se podría definir como un lugar surreal y como el lugar en donde he crecido”, afirma Jan Suter. Marisela Flores Garibay la define como “la identidad de cada uno de los miembros de un país, eso es la patria. Tu orgullo, tu raíz”.

Alejandro López asocia la patria con “un lugar por el que sientes arraigo y pertenencia, y con cuyos símbolos culturales te identificas. La palabra me remite más a la comida, a las fiestas y a la gente y no tanto al himno, la bandera o los valores nacionales. Siempre he creído que pertenezco más al México de las multitudes que al de las oficialidades ceremoniosas”. Lourdes Velázquez Sánchez comenta: “La patria es algo que no puedo ver, oler ni tocar. Sé que existe pero no sé dónde está. Desde siempre he escuchado frases como ‘la patria es primero’, ‘somos muy patriotas’, ‘por la patria hasta la muerte’, pero quién en realidad siente la patria. La patria no es otra cosa que una cuestión de fe”.

Iván Juárez recuerda: “Cuando estaba en la primaria solía pensar que era algo acolchonado, apapachable y casi divertido, por aquello de la Suave Patria de López Velarde. Ahora la siento algo áspera y dura, como una roca. Algo que se permea en cada sexenio. La patria me duele cuando se pierde una elección dudosa y cerrada. Aquella vez fue la última que sentí una frustrada y acongojada patria”.

La patria “es la vida sin salmonelosis; es la Independencia sin tifoidea; es México sin cólera”, recapitula Samantha Sánchez, quien está enferma de la panza. “Puede compaginarse con una nación, pero ni siquiera se requiere del Estado para definirla”, reflexiona Ernesto Iturbe.

Karla Pons define: “Es el lugar que se adentra en el corazón como propio, no necesariamente el que nos vio nacer, pero sí en el que hemos pasado los eventos más importantes de nuestra vida. Es una extensión de tierra que tomamos como propia, con derecho, y en la que cual queremos que se rieguen nuestras cenizas”.

Impecable y diamantina, la percibía López Velarde, y quiso la vida que su percepción se nos contagiara a millones desde los primeros años de la escuela, creo que por medio de los libros de texto gratuitos que tenían en la portada a la china de Jorge González Camarena. No sé si las metáforas del zacatecano siguen estallando sin necesidad de explicaciones en la imaginación de los niños actuales, pero por aquel tiempo aún era dable respirar en los rincones de la capital mexicana algunos de los aires provincianos y simples de la Suave Patria. Yo empecé a ser mexicano desde el cuarto grado de primaria (“usted es mexicano desde el primer día que pisó este país”, me escribió hace poco Evangelina, y su mensaje me hizo chillar), pero eso no me quitó lo latinoamericano, y aunque reaccionaba bien al programa afectivo de López Velarde, funcionaba también con el del dominicano Pedro Mir, quien celebraba a la patria pero se dolía de su condición:

Si alguien quiere saber cuál es mi patria / no la busque, / no pregunte por ella. / Siga el rastro goteante por el mapa / y su efigie de patas imperfectas. / No pregunte si viene del rocío / o si tiene espirales en las piedras / o si tiene sabor ultramarino / o si el clima le huele en primavera. / No la busque ni alargue las pupilas. / No pregunte por ella. [...] / No quiera saber si hay bosques, trinos, / penínsulas muchísimas y ajenas, / o si hay cuatro cadenas de montañas, / todas derechas, / o si hay varios destinos de bahías / y todas extranjeras.

Los panistas históricos, que eran unos tipos honestos y comprometidos con el país y con la democracia, pero no tanto con la literatura, prefirieron los adjetivos “ordenada y generosa” para su lema partidario. Pero cuando la actual generación de líderes de Acción Nacional llegó al poder, propició un desorden y una mezquindad como no se habían visto nunca, aunque hay que reconocer que los priístas de la última camada les facilitaron el trabajo. Hace un par de años Enrique Florescano señalaba que el gobierno foxista abandonaba “los símbolos de nación, patria y Estado”. Más grave es que el guanajuatense y su sucesor michoacano no quieran saber nada de los 19 millones de mexicanos que no tienen ingresos suficientes para comer ni de los otros 50 millones que carecen de recursos para cubrir sus necesidades básicas de alimentación, salud, vestido, vivienda, educación y transporte. Para estas multitudes la patria, me temo, no es impecable y diamantina ni, desde luego, ordenada y generosa. A comienzos de este gobierno la Comisión Nacional de Salarios Mínimos decretó un aumento de 57 pesos mensuales a los sueldos básicos, que quedaron, en el mejor de los casos, en mil 517 pesos al mes (136.59 dólares, para que entiendan los lectores extranjeros); los representantes “obreros” ante esa comisión (Adolfo Gott Trujillo y Javier Pineda Serino, quienes de seguro cobran un poquito más) acataron la decisión “para demostrar que el movimiento obrero no será obstáculo para el proyecto de gobierno de Felipe Calderón”.

Ese “proyecto de gobierno” incluye la petición de la Presidencia de incrementar en 58 mil 40 pesos mensuales el salario de su titular para dejarlo en la bonita suma de 277 mil 915 pesos (25 mil 12.30 dólares), incluidas prestaciones, con la salvedad de que el titular del Ejecutivo federal no gasta un centavo de su dinero en alimentos, transporte, salud y vivienda para él y su familia. La patria tal vez no, pero el presupuesto sí que te resultó generoso, Felipe. Y es que

cuando digo patria

no me refiero al taco de carnitas

ni a la fiesta con cohetes y sombreros;

hablo de los infiernos maquileros

nutridos por modernas adelitas.

Hablo del presupuesto que le quitas

al agro y que le das a los banqueros;

hablo de los mendigos casi en cueros

que en el alto te venden las gomitas.

No hablemos de la patria en las alturas

sino de la de abajo, la doliente,

de la que te divorcian tus guaruras,

esa que se quedó sin presidente

y aunque se te acentúen las agruras,

te llama usurpador, y no te miente.

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