miércoles, octubre 31, 2007

Acteal es Gaza

José Steinsleger


El galardón De la Concordia (sic) al Museo de la Memoria del Holocausto de Jerusalén (Premio Príncipe de Asturias 2007) requiere de un marco referencial similar al que varios articulistas han empleado para condenar las posiciones negacionistas del crimen de Estado cometido en Acteal (Chiapas) el 22 de diciembre de 1997.

Avner Shalem, director del Museo, dijo en Oviedo: “El mundo no puede tolerar otro genocidio”. Y nada del lento y doloroso exterminio que su país, Israel, intensificaba en esos días sobre un millón y medio de palestinos en Gaza. ¿Por qué? Porque en este mundo o votas “bien” o atentas contra la “seguridad”. Cabe, entonces, preguntar qué resortes confusos subyacen entre quienes deploran la negación del holocausto judío, pero se hacen los suecos frente al holocausto palestino, iraquí, afgano y otros crímenes de Estado que La Jornada ha denunciado en incontables ediciones.

¿Temen, acaso, ahuyentar las inversiones de Israel? No hay que preocuparse. Legítima raíz del “mal”, la lógica del capitalismo no responde a ideología alguna. O, mejor dicho, su ideología gira en torno a la ganancia.

¿Temen, quizá, ser acusados de “antisemitas” o de self-hating jew (judío que reniega de sí mismo)? Ante el público desinformado que siente horror frente a los crímenes antisemitas de Israel (pues van contra sí mismo), el sionismo domina a la perfección el arte de fomentar el complejo de culpa: “… atacamos para anticipar el ataque”, “… sólo nos defendemos”, etcétera.

El año pasado, con motivo del rechazo a la invasión de Israel a Líbano, un grupo de personalidades mexicanas esclareció las cosas, poniendo en su lugar al embajador de Tel Aviv que los acusó de “cómplices del terrorismo”. Porque México, a diferencia de Israel, no es una colonia yanqui. No, todavía. En este país hay resistencia. Y matanzas como la de Acteal buscan intimidarla.

Pero en Gaza el exterminio resulta más eficaz que el de los nazis. Pues a diferencia del sigilo con que Hitler llevó a cabo la “solución final” contra los judíos y otras “razas inferiores” de Europa central, los gobiernos de Israel ejecutan el de Palestina a la vista de todo mundo. Cuentan, para ello, con la complicidad de los grandes medios de comunicación, la memoria selectiva de la “comunidad internacional”, el cínico “humanismo” de premios Nobel de Literatura como Elie Wiesel o Irme Kertesz, y el oportunismo de “pacifistas” como el escritor Amos Oz (también premiado en Asturias) y el periodista David Grossman, quienes calificaron de “guerra justa” la invasión de Israel a Líbano y después se arrepintieron.

¿Qué hubo en Asturias? No, por cierto, una ceremonia sincera para recordar el holocausto judío, sino una operación mediática más para calificar de “único” el crimen de Estado de los nazis. Falso y retorcido enfoque que, paradójicamente, coincide con las tenebrosas posiciones que lo niegan. Así, exclusivismo y negacionismo funcionan como vasos comunicantes.

Por eso, a quienes escamotean la índole compleja de tales tragedias, y sólo atinan a citar los crímenes del extremismo islámico, de Stalin o Pol Pot, preguntamos: ¿a qué mafias obedecen?, ¿a las que lucran con la perversa tergiversación de la ética islámica, judía, cristiana y socialista, o a la de los eruditos palafreneros del sistema que viven de lamer los pluralísimos culos del poder?

Antes que consecuencia de “mal” metafísico alguno, o de los desmanes de la “intolerancia” a secas, las políticas genocidas de los estados siempre han respondido a las necesidades del gran capital. Sin contar el genocidio armenio y las guerras balcánicas a inicios del siglo XX, la de España o la última que arrasó con Yugoslavia, Europa sufrió 65 millones de muertos y 55 millones de heridos en dos guerras mundiales.

Holocaustos de la “civilización” que, como bien señaló el editorial “Recordar el horror” del sábado pasado, conocieron nuestros pueblos durante la conquista. En menos de 150 años (1503-1660), España redujo de 70 millones a 3.5 millones de habitantes la población nativa de América. Y de 1790 a 1861, los esclavos “importados” de África a Estados Unidos pasaron de 697 mil a 4 millones.

¿Qué capitalismo, qué luces de la “modernidad” hubiesen sido posibles sin el genocidio en América, que en África continúa porque a nadie le importa África? ¿No es hora de que los Borbones construyan en cada uno de nuestros países un Museo del Holocausto, a cuenta de las 17 mil toneladas de plata y 200 de oro que se llevaron en el periodo apuntado?

¿Con qué autoridad moral el presidente racista de Francia, Nicolas Sarkozy, impuso la Legión de Honor a Avner Shalom en mayo pasado?

El Premio de la Concordia fue promovido por la derechista Angela Merkel, canciller de Alemania; el genocida Simón Peres, presidente de Israel; el impasible Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas cuando Yugoslavia, Afganistán e Irak eran calcinados por los aviones de la OTAN y Estados Unidos, y el ex presidente de México, Vicente Fox, gran experto en derechos humanos y asuntos mundiales.

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