Por María Teresa Jardí
Mientras en el Auditorio Nacional llenó a tope coreando otra, otra, otra, como los demás, veía regresar a Sabina y a Serrat, seis o siete veces, para ponerse, visiblemente emocionados y agradeciendo al pueblo de México, de nuevo a cantar, pensaba en cómo es posible que un pueblo como el nuestro tan generosamente entregado a los temas de amor libertario esté condenado a ser tan mal gobernado.
Y reflexionando de regreso a casa, a pesar de conservar aún el buen gusto en la boca dejado por el bien logrado espectáculo, en él Serrat y Sabina nos muestran las muchas tablas adquiridas a lo largo de los años, su todavía muy buena condición física y la buena voz que ambos conservan, pero, sobre todo, con el que nos incitan a pensar en que no tenemos las personas porqué dejar de creer en las utopías ni menos aún dejar de sumarnos a la lucha por ese otro mundo que es posible —como busca el capitalismo que hagamos— donde la igualdad de condiciones permita la vida digna para todos y en el que nunca más a nadie le pase por la cabeza que se puede obligar a millones de familias mexicanas a perder generaciones enteras de hijos, nietos y bisnietos por su condena a la pobreza que, convertida en miseria, se torna insuperable. Reflexionaba sobre la gran responsabilidad que como pueblo tenemos en el actuar corrupto e irresponsable que permitimos de los gobernantes y de los partidos y de los empresarios y de los jerarcas de las iglesias y en la pérdida de valores y en los principios que nos hemos dejado arrebatar sin poner la menor resistencia.
El maestro Gilberto Balam Pereira ya lo ha dicho. Pero unas palabras más, ante el autismo de Ivonne Ortega, me parecen obligadas.
Todavía muy recién llegada a Yucatán, como relevo, que no como elegida, que no como la buena que aseguraba el triunfo, que era Sauri, por diversas circunstancias como una pésima campaña de Abreu y una buena venta de Ivonne, Ortega triunfó, pero la que demasiado pronto olvida que ni siquiera en su partido era la elegida por ser la mejor para ganar la elección.
Recién llegada todavía y ya se siente la futura presidenta de México. Está de moda por la llegada de Cristina Fernández. Ya me imagino la ira que debe consumir a la Robles y a la Sahagún el no haberlo logrado ellas, tan corruptas ambas y tan amigas también de la telecracia que se niega a no ser la cabeza de las fuerzas políticas del país y apostaría mi vida, y no la perdería, en que aún creen esas mujeres impresentables que pueden alcanzar su sueño como lo cree sin duda la Gordillo, igual de corrupta, incluso mentalmente, que las anteriores.
No se prestó la Telebasura por décadas a deseducar al pueblo de México hasta convertirlo en el pueblo impensante que todo lo tolera para que ahora no se les recompense de mil maneras y una de ellas es el negocio del Teletón, donde le pagan a la telebasura los que menos tienen, incluso por lo que toca a los recursos que los gobiernos destinan a esa farsa que además impide que los recursos se destinen a la prevención.
Prevenir no vende. Y en cambio mostrar a los niños paralíticos exhibidos como fieras de feria vaya que sí que vende. Y por eso se necesitan niños paralíticos y no prevenir la parálisis. Si se previene el mal se acaba el negocio. Y es difícil sacarle aunque sea un peso a los que menos tienen, porque no tienen, pero vaya que en México han aprendido a hacerlo, el inmoral redondeo es otro ejemplo al respecto. Los que se conduelen con la miseria del otro son siempre los que menos tienen y a esos se destinan las lágrimas de cocodrilo que en show mediático fingen “los famosos”, que, sin duda, cobran por derramarlas.
Show que ahora sabemos que financian por diez años con dinero del erario, que es dinero del pueblo, que manejan como caja chica los gobernantes en México, los gobiernos, a cambio de propaganda, también vuelta a pagar, pero buena propaganda. Exijamos dinero a la prevención y digamos no al Teletón.
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