Luis Linares Zapata
El pesado camión con materiales de construcción avanza lentamente entre la niebla. Sube la escarpada ruta y se enfrasca con la terca lluvia que oculta los enormes huecos en el pavimento de la carretera. En la bajada, la pendiente coquetea con los abismos y los agotados frenos del vehículo le pueden pasar terrible cuenta, a pesar del esfuerzo del motor para lidiar con el sobrepeso. El destino de su carga, como otras muchas más que por esos parajes se mueven con premura e intensidad por estos gélidos días de montaña aporreada por vientos del Golfo, se usará, sin recato que valga, para comprar el voto de los inminentes electores poblanos.
Los bienes transportados, en este particular caso, fueron después apilados a la intemperie a un costado del auditorio de Huehuetla, una de las muchas cabeceras municipales de la sierra poblana. Se trata, en el malsano recuento final de esta pequeña historia, de asegurar la continuidad de las exclusiones, base de un extendido régimen de privilegios. Completar tan ingrata tarea es, sin miramientos, continuar con la postración de miles de indígenas, sumirlos en la miseria. Mutarlos en seres desvanecidos que habitan esa verde costilla que otea desde lejos al Golfo de México. Lares dejados a la vera de la mínima justicia, la educación, de los servicios públicos o cualquier otro programa productivo de los gobiernos en turno. El desamparo y los sufrimientos serán así destino casi manifiesto.
Con minucioso empeño, los tramposos de siempre acarrearán la grava, levantarán un cerrito de arena, apilarán los ladrillos y pondrán los negros tinacos en tétricas filas a la espera de aquellos futuros usuarios que empeñen su palabra para cambiarlos por votos. Un obsequio del cuestionado góber precioso (Mario Marín) para sus correligionarios de partido (PRI). Pertrechos que con urgencias le solicitan aquellos que pretenden una diputación local o la presidencia de un cabildo cualquiera para librar la cruenta batalla de los pequeños y grandes cubículos de poder.
En esta contienda ningún detalle adicional ha quedado sin ser explorado y cubierto. Por eso se preparó el profesor Alibeth Bonilla, desde que era presidente del tricolor en Caxhuacán, al comparecer, junto con una treintena de familias de la localidad, ante el juez menor de lo civil. Este personaje, ahora candidato a la presidencia municipal (ya la ocupó en una ocasión), cedió parte de un terreno ejidal con una serie de condiciones para los beneficiarios de su altruismo, entre ellas (cláusula 4) la de obligarse a pertenecer, ellos y sus descendientes, al PRI. Si por cualquier causa se desligaran de tal compromiso, perderían todos sus derechos a la donación (cláusula 6). Éste es, qué duda cabe, un documento para la historia del mapachismo que tanto daño hace al proceso democrático de México y un sólido argumento para la continuidad del fraude inveterado desde el cargo público o partidario.
Mientras eso sucede, los lugareños siguen padeciendo las inclemencias del mal tiempo en la sierra poblana. Sus habitantes, acostumbrados por centurias a las penas, contrariedades y los dolores que les impone la naturaleza, persisten y apenas sobreviven a su extrema pobreza. Los niños, con la infame camiseta de raído algodón (parece ser la misma que usan desde el día de su bautizo), resisten con esporádicos temblores corporales el frío que les perfora el aliento y los pulmones.
Toda una región postrada sin remedio aparente debido a la tragedia de los precios del café que se abate sobre una inmensa, bellísima zona del México profundo. Ése que permanece como fantasma de una coreografía que, de repente, entra en escena con típicos trajes multicolores en bailes y fiestas conmemorativas de batallas heroicas. El resultado también de una política agrícola inmisericorde que los abandona a su mala suerte. Sin ayudas, sin salidas, continuarán apelando a sus rituales, a dioses y santos inasibles o a la escasa conmiseración de una conciencia solidaria que les tienda la mano. Abrazados entre sí esperan ya poco de sus autoridades y, por desgracia, mucho de una esquiva divinidad.
Un norte, el número 5 de la temporada, se ha conjurado con la empaquetada humedad de siglos contra las humanidades de totonacas y otras etnias originales de estos casi inaccesibles parajes. Se aparecen, sigilosos y desconfiados, hombres ataviados a la usanza del calzón de manta y mujeres con un blanco tocado de fibra sintética calada. Caminan, descalzos unos y otras con huaraches, en cumplimiento de sus labores cotidianas o emperifolladas para una ocasión especial.
Pero, mientras los poblanos se preparan para sus elecciones del día 11 de los corrientes, en la cúspide de las elites un debate por demás “trascendente” tiene lugar. Alentado bajo cuerda desde la misma Presidencia de la República oficial se desarrolla un pleito de medios que, para su propio mal, inició el ranchero rencoroso y abusivo de Vicente Fox. En el fondo se discute y difunden los abusos que desde el poder depositado en el Ejecutivo federal hizo la tristemente pareja de Los Pinos. No sólo salen a relucir los pequeños latrocinios mal disimulados en comodatos y repartos de ranchos escriturados a hermanos e hijos, sino también, ahora se conocen a detalle, los indebidos trafiques de masivas influencias. Tal disputa se va llevando los últimos jirones de la buena voluntad que a Fox le guardaban algunos mexicanos.
El meollo del cambio prometido se convirtió en espuma. Su administración se deshizo en jirones de frivolidades que salían a raudales desde las famosas cabañas. Sólo resta la intrascendente gritería de un ex presidente que pasará a ocupar el lugar que merece, muy a pesar de los enormes recursos de que dispuso y los beneficios concedidos a los poderosos medios electrónicos. La desigual realidad, en cambio, continuará su marcha por un sistema, por un régimen depredador, patrón de una política económica que va consumiendo, sin conmiseración, lo poco que resta de valor en la vapuleada República de los mexicanos.
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