Miguel Concha
El 28 de octubre se cumplen 100 años del nacimiento de don Sergio Méndez Arceo. Entre reclamos de “queremos más obispos al lado de los pobres”, que brotaban de miles de gargantas plurales, su cadáver fue sepultado en la catedral de Cuernavaca el 6 de febrero de 1992.
Ocasión entonces ésta propicia para recuperar oportunamente la memoria de su vida y pensamiento, y para poder aquilatar así con mejor perspectiva la trascendencia de su personalidad. Por este motivo, varias organizaciones sociales y eclesiales de defensa y promoción de los derechos humanos y de educación para la paz, convocaron hace un año a la celebración de un jubileo, junto con la Fundación Méndez Arceo y la Red de Grupos y Comités de Solidaridad Internacional Óscar Arnulfo Romero.
El 26 de octubre, a las 12 horas, se dará cierre a la celebración de este año jubilar, con una misa presidida por el actual obispo de esa diócesis, y la presentación posterior del libro testimonial Los volcanes de Cuernavaca, recopilado por la investigadora Lya Gutiérrez Quintanilla.
Un mexicano con conciencia histórica de su país; un latinoamericano de mente y corazón; un hombre liberado en su edad madura por su conversión a la fe cristiana, y escrupulosamente respetuoso de la conciencia y la libertad de los demás; un compañero desde el Evangelio con las luchas por la liberación de los pueblos; un eclesiástico fiel a la reforma del Concilio Ecuménico Vaticano II; un obispo corresponsable de toda su Iglesia; un cristiano universal; un padre de la Iglesia latinoamericana; un hombre auténtico que siempre se midió con la altura de su vocación en Cristo el “patriarca de la solidaridad liberadora”, como resumió el día de sus exequias el obispo de Sao Felix de Araguaia, Brasil, don Pedro Casaldáliga, fueron estos los calificativos que se volvieron a escuchar el pasado miércoles por la noche para definir su trayectoria, en el justo homenaje que se le rindió en el Club de Periodistas.
Aludiendo al anillo que el papa Pablo VI entregó a los obispos al final del Concilio, como símbolo de sus desposorios espirituales con cada una de sus diócesis, el actual obispo de Saltillo recordó esa noche que don Sergio, para explicar con honestidad su libertad de palabra al interior y al exterior de su Iglesia –donde no faltan los arribistas, que a costa de sus responsabilidades quieren ser arzobispos, cardenales y hasta papas–, solía repetir con honestidad que él, como ordena uno de los 10 mandamientos, “no deseaba la mujer de su prójimo”.
De hecho sólo fue durante 30 años, y eso en medio de incomprensiones y conflictos, el séptimo obispo de Cuernavaca. Ello le bastó para dejar un recuerdo imborrable entre creyentes y no creyentes, cristianos de otras iglesias y religiosos de otras confesiones, a quienes siempre convocó para construir otra historia, en beneficio de los excluidos.
A todos ellos don Sergio, en primer lugar, les predicó con su actitud abierta y comprensiva, y después con su palabra, llena de caridad cristiana con quienes luchan por su liberación. No quiso, en efecto, ser por ambiciones personales un “perro mudo” en una comunidad que con tristeza muchas veces paradójicamente describió como “la Iglesia del silencio”.
Como hombre visionario y carismático, después de su renuncia a la diócesis de Cuernavaca –que le fue admitida sin tardanza– continuó su labor pastoral, dedicando su vida a la promoción y a la práctica de la solidaridad a través del Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina, que hoy honoríficamente preside monseñor Samuel Ruiz, y de la Red de Comités de Solidaridad Óscar Arnulfo Romero, de los que durante una década fue presidente.
A finales de los años 80 ya había más de 40 comités de solidaridad en 15 países de América, Europa y Asia. En México acompañó además varios procesos solidarios, iniciados por grupos eclesiales y civiles.
Algunos de éstos fueron el Comité Manos Fuera de Nicaragua, para apoyar la resistencia del pueblo nicaragüense contra los ataques de la contrarrevolución financiada por el gobierno de Estados Unidos desde Honduras; el Movimiento Va por Cuba, que promovía la solidaridad con el pueblo cubano resistiendo al bloqueo económico de Estados Unidos y sus países satélites, que se negaban a tener relaciones comerciales con la isla; la creación de un amplio movimiento de solidaridad con el pueblo de El Salvador, mediante las comunidades eclesiales de base, y la creación de un Comité de Ayuda a los Refugiados Guatemaltecos.
También las visitas a las comunidades de refugiados y migrantes que se organizaron en torno al Movimiento Santuario de Estados Unidos, principalmente en California, y varias campañas y acciones urgentes, denunciando las atrocidades de los regímenes militares del Cono Sur. Por último, la fundación de la Casa de la Solidaridad, que ahora lleva su nombre, en la antigua Escuela de Trabajo Social Vasco de Quiroga, en la ciudad de México.
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