Matteo Dean*
Con precariado queremos señalar que la precariedad laboral, definitivamente asentada por la temporalidad contractual en puestos que hasta hace poco contaban con contrato por tiempo indeterminado, se asocia cada vez más con la precariedad de los derechos laborales y sociales. Si aceptamos que la afirmación de los derechos sociales, en la materialidad de los servicios ofrecidos por el Estado (en la trayectoria formación, trabajo, descanso), en época fordista por medio de las medidas de corte keynesiano, estaba íntimamente ligada a la existencia de contrataciones y relaciones laborales estables, entonces podemos afirmar que la temporalidad en las condiciones arriba descritas se traslada a la sociedad convirtiéndola en sociedad temporal. Lo que algunos sociólogos llaman “sociedad de lo fugaz” no es entonces sólo la sociedad de los deseos fugaces, intermitentes, saltuarios. Sino que es también la sociedad de los derechos fugaces, intermitentes y saltuarios. En esta sociedad nosotros ubicamos al precariado como aquel sujeto transversal y multifacético que comprende ya no sólo al trabajador sino a cada individuo que entra en algún momento al mundo del mercado laboral: una multitud molecularizada que trabaja y vive de forma precaria, sin garantías laborales, pero tampoco sociales. [...]
No es casual, según nosotros, que a la flexibilidad haya quienes le llamen precariedad. La flexibilidad laboral ha sido a lo largo de estos años demasiadas veces sinónimo de precariedad laboral, desbaratamiento del trabajo, ataque a los derechos de los trabajadores, abuso empresarial. La misma unidad sindical se ha visto gravemente cuestionada por la nueva forma del trabajo: ya no existe, o tiende a desaparecer, la figura del trabajador masificado, que se podía fácilmente organizar y sindicalizar. Hoy existe un universo de trabajadores, de todas edades y extracciones sociales, que se encuentra solo frente al enorme poderío empresarial y del capital, en general. Las anunciadas reformas laborales que el actual gobierno quiere realizar pueden prefigurase como una, no la única, ocasión para generar el debate necesario para resolver la actual situación. El debate en el mundo sindical más democrático y auténtico resulta interesante, porque las posturas que ahí se plantean –cada quien por su lado– tienen temas de interés colectivo. Las dos posturas, la más conservadora, que busca dejar inalterada la actual legislación laboral mexicana, y la más abierta, que propone aprovechar la coyuntura para aportar modificaciones ventajosas para el trabajador, resultan interesantes. La primera porque se pone de forma resistencial frente a reformas que casi seguramente apuntarán a aventajar, una vez más, al capital frente al trabajo. La segunda porque busca aprovechar un debate (que se irá dando conforme avancen las propuestas por parte de la clase política mexicana), para introducir propuestas hechas por y para los trabajadores. Sin embargo, ambas sufren limitaciones importantes. La primera por correr el riesgo de no ver las radicales modificaciones que el mundo del trabajo ha sufrido, por la vía de los hechos, en sus formas. La segunda por el riesgo, posible y quizá muy probable, de llegar a concertaciones y mediaciones que permitan ciertas modificaciones dañinas para el trabajador a cambios de otras más benéficas. En suma, por un lado corremos el riesgo de no querer ver los cambio sucedidos en el mundo del trabajo, por el otro arriesgamos de aceptar que tales modificaciones se queden tal cual con todo y sus consecuencias nefastas.
Sin embargo, quizá hablar de estas posturas puede resultar estéril, puesto que, según datos oficiales de la Secretaría de Economía, tan sólo 19 por ciento de los trabajadores formales mexicanos (cerca de 18 millones) están sindicalizados.
Es para nosotros importante entonces mirar a ese sujeto que llamamos precariado que comprende a los trabajadores sindicalizados, pero también a los no sindicalizados y a los que entran a la llamada economía informal. Con este sujeto dejamos de hablar sólo de derechos laborales y probamos a hablar de derechos sociales o derechos de ciudadanía. Para hacer esto, hay que romper ese vínculo keynesiano entre trabajo y derecho, entre contrato de trabajo y acceso a la esfera del derecho social. Y comenzar a pensar que todo ciudadano tiene que gozar de derechos sociales cuales la formación, el trabajo (o más bien el rédito), el descanso (o más bien el rédito de descanso), pero también la salud, la vivienda digna, etcétera.
Por lo anterior, creemos posible “darle la vuelta a la tortilla” y probar a observar la flexibilidad laboral no como un problema, sino como una posible vía de fuga de la esclavitud del trabajo asalariado. Quizá podamos probar a mirar la flexibilidad que se traduce en tiempos parciales de trabajo, en movilidad, en adquisición de saberes y valorización de los mismos, en explotación de la cooperación social, como ocasión para acercarse al libre goce de la vida, asociando al concepto mismo de flexibilidad el de seguridad social. Un nuevo concepto que no niega la flexibilidad, que no busca conservar lo existente, sino que aprovecha la flexibilidad para alcanzar una nueva seguridad social desligada del trabajo y ligada íntimamente a la vida productiva de cada individuo.
* Fragmento de la ponencia que el autor presentará en el segundo seminario de Economía del Trabajo y Nuevas Tecnologías a realizarse del 13 al 15 de noviembre en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM
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