Raúl Zibechi
La aplastante victoria del presidente ecuatoriano Rafael Correa en las elecciones para la Asamblea Constituyente celebradas el 30 de septiembre, y el anuncio de la reactivación del Banco del Sur, que debería estrenarse a comienzos de noviembre, representan dos contundentes victorias de las fuerzas sociales y los gobiernos que quieren romper con el neoliberalismo. Encarnan, por lo tanto, un nuevo revés para la Casa Blanca en la región.
El tamaño de la victoria popular en Ecuador hace pensar que el ciclo de protestas y movilizaciones que arrancó en ese país con el levantamiento indígena de 1990 aún no ha concluido. El oficialista Acuerdo País y las fuerzas que apoyan al presidente suman alrededor de 85 asambleístas en 130, lo que revela el alcance del triunfo popular. Los viejos partidos de la derecha oligárquica fueron barridos del escenario. Pero la cuestión no queda ahí. Alberto Acosta, economista vinculado a los movimientos ambientalistas e indígenas que por ser el candidato más votado será el presidente de la Constituyente, señaló que se trata de desmontar el modelo neoliberal.
Anunció que pretende declarar a Ecuador “libre de explotación minera a cielo abierto” y que no se van a explotar los yacimientos petrolíferos en el Parque Nacional Yasuní, por contener una de las zonas con mayor biodiversidad del mundo. La nueva relación de fuerzas permitirá reformar el sector financiero, el cual provocó la crisis más profunda que vivió el país, en 1999, que llevó a la dolarización. Pero las medidas anunciadas suponen un cambio fundamental respecto al pasado reciente. El solo anuncio de que 99 por ciento de las ganancias extraordinarias de las petroleras quedarán para el Estado exime de cualquier comentario.
Es cierto que en Ecuador quedan temas pendientes, entre ellos el debate sobre la plurinacionalidad, que hace ya casi 20 años el movimiento indígena llevó al escenario político en ancas de sus levantamientos. Y, sobre todo, no debe olvidarse que en los 90 se aprobó una nueva Constitución, que no generó cambios de fondo. Como muestra el caso boliviano, donde la Constituyente está empantanada y muy cerca del naufragio, la introducción de reformas por esa vía no garantiza que los cambios se hagan realidad. Pero es evidente que la relación de fuerzas se sigue modificando, tanto en el país como en la región.
En efecto, la consolidación del gobierno de Correa será un freno a la política estadunidense de desbordar el conflicto colombiano al área andina y usarlo como modo de expandir el militarismo. La gira que el secretario de Defensa de Bush, Robert Gates, emprendió a comienzos de octubre por El Salvador, Colombia, Chile, Perú y Surinam revela la inquietud existente en la Casa Blanca. El objetivo, como advirtieron diversos analistas, fue rearmar el rompecabezas regional. Al parecer, uno de los objetivos trazados, construir una base militar en Perú ante la posible anulación del contrato de la base de Manta en Ecuador, no habría sido conseguido. La gira muestra el vivo interés que tiene la administración de Bush en consolidar sus alianzas en la región andina, que resulta primordial para sus intereses.
Por otro lado, la tenacidad del presidente Hugo Chávez consiguió destrabar los debates y negociaciones sobre el Banco del Sur. La nueva entidad debería haber comenzado a funcionar a mediados de este año, pero las desavenencias con Brasil la fueron postergando. En una cumbre de presidentes de los países involucrados (Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela) se firmará el acta funcional del banco, el próximo 3 de noviembre. Tendrá sede en Caracas y subsedes en Buenos Aires y La Paz. Esta nueva entidad comenzaría a desplazar a otros organismos financieros como el Banco Interamericano de Desarrollo, que vienen jugando a favor de Estados Unidos y las multinacionales.
Aún quedan varios temas por ajustar: cuánto aportará cada país y, sobre todo, el alcance de la propuesta. El objetivo de Chávez y Néstor Kirchner, impulsores del Banco del Sur, es promover una completa restructuración del sistema financiero regional, que incluye dar un salto cualitativo en el proceso de integración y llegar a contar con una moneda única regional. Para ello prevén la creación de un fondo de estabilización y garantía que fortalezca la autonomía respecto de los mercados globales y los haga menos dependientes de sus oscilaciones, a la vez que contribuyan a reducir las asimetrías y proveer financiamiento a las obras de infraestructura que aceiten la integración energética.
Aunque el proceso aún es inicipiente y camina con dificultades, los avances son innegables. Cada país tendrá un voto, en contra de lo que sucede en los organismos financieros internacionales, donde los votos son proporcionales a los fondos aportados. Es ésta una clara victoria del proyecto venezolano. Las dificultades provienen de que la construcción de una nueva arquitectura financiera regional supone derrotar a los grandes grupos financieros multinacionales que tienen vasta presencia en la región, de modo muy particular en Brasil. Las dificultades para que el parlamento de Brasilia apruebe el ingreso de Venezuela al Mercosur son una clara muestra del poder que estos grupos tienen en el país más importante de la región.
Lo sucedido estas semanas en Ecuador y en la región sudamericana representa un claro impulso de los procesos de cambio alentados por Bolivia, Ecuador y Venezuela. Es evidente que surgirán nuevas resistencias en cada uno de los frentes abiertos. La habilidad mostrada por la derecha boliviana para hundir uno de los principales proyectos de Evo Morales, como la Asamblea Constituyente, puede ser un buen espejo de lo que le espera a Correa.
El caso del Banco del Sur es bastante más complejo, ya que las resistencias son menos ostensibles y mucho más diplomáticas, pero tal vez más potentes. Sin embargo, ambos casos están mostrando que aún existe fuerza social y política en la región para seguir disputando proyectos con las derechas y el imperio.
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