domingo, octubre 14, 2007

Fox, por los suelos - Esculturas incómodas

Cientos de personas derribaron ayer con cuerdas la estatua de Vicente Fox que sería develada este domingo por el acalde panista de Boca del Río, Veracruz, Francisco Gutiérrez de Velasco. Los manifestantes primero arrojaron objetos contra la pieza –obra del escultor Bernardo Luis López Artasánchez– y luego tiraron de ella hasta dejarla en el piso. Al caer, la mano derecha de la efigie del ex presidente –con la “v” de la victoria, gesto característico del guanajuatense– se desprendió del brazo y fue tomada como trofeo por los participantes en la protesta. El edil blanquiazul dijo que la figura será instalada una vez que se restaure; “la volveremos a tumbar”, advirtieron sus opositores FOTO Horacio Zamora Andrés Timoteo Morales, corresponsal

Editorial

El creciente repudio popular que se había manifestado en Veracruz a raíz de que se anunció la develación de una estatua de Vicente Fox Quesada en el municipio de Boca del Río alcanzó su clímax ayer, cuando fue derribada por decenas de priístas, quienes estaban congregados en la plaza donde tendría lugar el homenaje. En días recientes el edil panista de ese enclave porteño había desoído sistemáticamente las expresiones de la población en general, representantes de la oposición y del propio gobernador de la entidad, Fidel Herrera Beltrán, en contra de dicha efigie. Dirigentes de los partidos del Trabajo y de la Revolución Democrática consideraron que el levantamiento de ésta representaba “una ofensa para la ciudadanía”, mientras el mandatario veracruzano calificó el homenaje de “inadecuado” y dijo que podría ser visto por el resto de las fuerzas políticas de la entidad como “acto de provocación”.

El derrumbe de la escultura de Vicente Fox se inscribe en una larga tradición de animadversión en contra de monumentos alusivos a personajes que resultan –por decir lo menos– incómodos a la ciudadanía. Por citar algunos ejemplos cabe recordar la del ex presidente Miguel Alemán Valdés, que se instaló en Ciudad Universitaria en el contexto de la inauguración de ese campus y posteriormente fue incendiada y dinamitada como muestra de repudio; la del conquistador español Diego de Mazariegos, en San Cristóbal de las Casas, derribada por manifestantes indígenas durante la marcha por los 500 años de resistencia indígena, el 12 de octubre de 1992, así como el descontento popular que propició el arribo a México de una escultura de Hernán Cortés, que tuvo que ser renviada a Perú en la década de los 30.

La colocación del monumento foxista forma parte de una campaña emprendida por algunos sectores del panismo para revisar la historia patria y, a guisa de revancha política, ajustar cuentas con el liberalismo: ello contempla la reivindicación de personajes como Agustín de Iturbide –considerado el verdadero “padre de la patria” por ciertas fracciones ultraconservadoras– y el cambio a conveniencia de la nomenclatura urbana.

En ese sentido, es por demás absurdo y lamentable que en pleno siglo XXI se den expresiones de culto a la personalidad de un ex mandatario y que, para tal efecto, se dispendien recursos públicos; es de suponer que la reparación de la escultura foxista correrá por cuenta del erario, lo mismo que el dispositivo de seguridad montado por la alcaldía de Boca del Río para resguardar el maltrecho monumento. Si bien el levantamiento de estatuas en homenaje a personas vivas resulta por lo general polémico y apresurado, en el caso de Vicente Fox lo es aún más: no debe olvidarse que se trata de un hombre cuya reputación e integridad moral son cuestionada por gruesos sectores de la población, sobre todo a la luz de las recientes acusaciones en su contra por enriquecimiento ilícito, pero también por su participación en episodios lamentables, como el desafuero del ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, y su intervención ilegal en los comicios presidenciales de 2006.

Por tanto, si bien el sabotaje a la estatua foxista es, desde cualquier perspectiva, un acto condenable, no puede dejar de mencionarse, por otro lado, la falta de sensibilidad política de las autoridades panistas de Boca del Río al intentar colocar una escultura de tal naturaleza, que representa, como quedó de manifiesto, una ofensa para la comunidad.

Lo que es condenable es que las autoridades utilicen recursos públicos para ponerle una estatua a uno de los peores presidentes de México: ignorante, tonto, inmoral, holgazán, ladrón y traidor a la democracia y al pueblo de México. Ahora que ni perredistas ni priístas se adjudican la responsabilidad sobre el derrumbamiento de la estatua queda claro que es el pueblo, al que nunca le conceden voluntad ni ejecutividad cívica, quien lo hizo. Nada de condenable tiene que el pueblo defienda su dignidad, basta ya de humillaciones, cómo se va a tolerar que haya una estatua de un canalla como ha sido esa chachalaca ladrona, es una verdadera afrenta al pueblo de México, así que nada de condenable tiene, o qué, ¿tenemos que tolerar que las autoridades se sigan burlando del pueblo y aplaudiendo a quienes lo tienen en la miseria?

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