“Hay encuentro”, pese a maniobras de los poderosos por evitarlo, dicen en Vícam, Sonora
Delegados de EU, Canadá, México, Centro y Sudamérica, reunidos con el propósito de entenderse
Hermann Bellinghausen (Enviado)
Más de mil integrantes de diferentes etnias asisten al Encuentro de Pueblos Indígenas de América, en Vícam, Sonora Foto: Víctor Camacho
Vícam, Sonora, 12 de octubre. En palabras de don Félix Serdán, el Encuentro de Pueblos Indígenas de América es “hermoso”. Su alegría irradia más allá de su cuerpo cada día más breve. Es el más viejo aquí, y el más pequeño. Por lo mismo, el veterano luchador jaramillista, zapatista desde 1994, es el más grande –en los distintos sentidos de esta palabra– en esta reunión continental, donde predominan los delegados jóvenes del norte, el centro y el sur de América, y él ocupa una silla más entre los mil 500 asistentes.
Contrasta con la filosófica pesadumbre de don Juan Chávez, quien con palabra paciente y espaciada, a la sombra de un cobertizo cerca de la vía del tren, lamenta la desinformación, las mentiras y las amenazas del gobierno y los medios para distorsionar lo que sucede hoy en Vícam. Pero como en una matriushka de paradojas que se contienen una a otra, el representante purépecha declara satisfecho: “hay encuentro”. Es decir, las falsedades malintencionadas y las divisiones entre indígenas que provoca programadamente el poder no lograron impedir la realización de este cónclave internacional. Reconoce que por momentos, el Congreso Nacional Indígena temió que la sede tuviera que cambiar. Estaban preparados para esa eventualidad.
“Vamos a aprender a vivir”
Julio Sandoval, veterano dirigente de los triquis en el exilio bajacaliforniano y ex preso político, tampoco es ajeno a las paradojas. En un receso habla sobre la dolorosa situación de su pueblo, el rosario de muertes cobardes en que están atrapados sus hermanos en las lejanas sierras de Oaxaca, las cuales irradian sobre la diáspora triqui en el Distrito Federal, el valle de San Quintín, los campos de Sonora y Estados Unidos. Y con suaves lágrimas de pena, exclama convencido: “pero hay solución. Nos vamos a hablar y entender. Los triquis vamos a aprender a vivir”.
Estos tres hombres, que no nacieron ayer, muy bien cifran las coordenadas de las luchas indígenas por defender su dignidad, sus derechos y libertades, su resistencia de siglos que ya mira amanecer el horizonte de una vida diferente, mejor, para las comunidades del país y el continente.
Toda la tarde de ayer, delegados y delegadas de Canadá ofrecieron elocuentes autorretratos de sus pueblos humillados y despojados. Esta mañana lo hicieron los representantes estadunidenses, y por la tarde toca el turno a los de Centro y Sudamérica. Historias tan distintas y sin embargo tan iguales que han venido a encontrarse en la cuenca del río Yaqui, a sumar sobrevivencias y la determinación de no perder nunca más las claves de su futuro.
En el otrora Día de la Raza prosiguen las historias y testimonios de los pueblos originarios. El dolor de los lakota y omaha, expulsados a Nebraska de sus suelos en Dakota, en voz de mujeres jóvenes que tienen a sus espaldas una manta con el rostro de Leonard Peltier, líder indígena que lleva más de 30 años en prisión, más que por un asesinato que no cometió, por el hecho de representar una esperanza para sus pueblos. En él encarnan todos los presos políticos de Estados Unidos.
Historias que quieren caminar juntas y sumar una nueva creación milagrosa, la unión de todos, al centenario prodigio de su sobrevivencia, que es su invención mayor hasta hoy. La resistencia puede ser un dolor, y también una obra de arte más allá de la justicia negada, el despojo de ríos, lagos y planicies sagrados por parte de empresas mineras o eléctricas (como Pacific, Gas and Electric), parte del “colonialismo energético” que lamenta Estella de la Mañana, muchacha achinawi que acusa al gobierno de Estados Unidos de convertir sus lagos sagrados en centros turísticos.
Las migajas de las reservaciones convertidas en casinos para blancos, y que en México han tenido aliados y consumidores tan conspicuos como la ex funcionaria foxista Xóchitl Gálvez, quien fuera titular de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), y como tal, “ingeniera” de la cooptación y división de los pueblos desde Chiapas hasta Sonora y Coahuila.
Sin referirse directamente a ello, Juan Chávez considera que la CDI heredó del Instituto Nacional Indigenista el papel de “la peor desgracia”, a largo plazo, para los pueblos del país. Corrupción, división, debilitamiento, deseducación, “integración” desintegradora. Clive, representante diné, la nación india más numerosa de Estados Unidos, con una mazorca de maíz de colores entre las manos, coincide con la representante hopi en desconocer a los “gobiernos” indios creados por el Estado para dividirlos y permitir la venta “legal” de sus territorios. Por lo mismo declara: “Nosotros desconocemos al gobierno de Estados Unidos”.
¿Qué tan diferentes son estas experiencias a las de los yoreme en Sonora; los tzotziles en Chiapas o los triquis y mixtecos en Oaxaca? Hoy mismo, El Imparcial de Hermosillo publica grandes fotos del gobernador Eduardo Bours “hablándoles por su nombre” a los espléndidos caballos de su vastísimo rancho, donde la yegua Ángela lo tiró hace poco y le fracturó cinco costillas. El mandatario también se retrata con su team de caballerangos, para que no se diga que no se junta con el pueblo trabajador.
En este escenario, las tristes palabras optimistas de Juan Chávez y Julio Sandoval adquieren un sentido casi cósmico. “Lo que nos falta a los triquis es valor para corregirnos, amarnos y unirnos. Si Dios me presta vida, en eso voy a trabajar de ahora en adelante”, dice Sandoval entre sonrisas y lágrimas contenidas.
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