Marcos Roitman Rosenmann/ II
Si se trata de poner el acento en la pertenencia de América Latina a Occidente, es en este contexto donde observamos la construcción del proyecto de la derecha española. Queda claro que estamos en presencia de una propuesta política. Según sus autores, América Latina: una agenda de libertad es un diagnóstico desde el cual se definen problemas, se observan amenazas y se visualizan las oportunidades para el futuro del subcontinente. Es, por tanto, un estudio de prospectiva de fuerzas políticas. La definición cobra así relevancia para proyectar su programa político. Es una definición ideológica.
Su inicio es peculiar. Occidente es un sistema de valores universales, ¿cuáles? Para la derecha, tres dan lugar a esta construcción: 1) Las ideas nacidas en Grecia como superadora de la monarquía de origen religioso y mágico. Aparición de la polis y el Ágora, desde la cual se distingue el orden de la naturaleza y el orden social. La noción de semejanza, de igualdad ante la ley y la idea de libertad. 2) Los aportes de Roma, el derecho, esencial para la humanidad, delimita lo tuyo y lo mío. Permite individualizar la vida, porque la propiedad ya no se confunde con el magma comunitario, dirán sus redactores. Así, se extiende la idea de un derecho superior, perfecto e inmutable, un derecho natural del que el derecho positivo no es más que una aproximación, se lee en la agenda; y 3) los valores procedentes de la tradición judeocristiana, “cuyo valor fundamental a los efectos que aquí interesan es la idea de compasión, concepto que va más allá de la justicia propia de la tradición romana”... donde se unen: “i) el relato bíblico de la creación que hace hermanos a todos los hombres; ii) la idea de tiempo lineal y no circular que hace posible la idea de progreso; iii) la idea de la dignidad esencial del ser humano, universal”, factores necesarios para facilitar que el “no matarás no rija sólo para los judíos, sino para toda la humanidad. Algo por completo novedoso en comparación con otras civilizaciones. Tanto en el antiguo como nuevo testamento”.
Además, sobre estos tres pilares, dicen, se asienta la idea de persona. Ser libre, previo a cualquier construcción política. Y por arte de birlibirloque dan un salto al presente y extrapolan dichos valores a un régimen en el cual sintetizan las premisas: la democracia liberal.
Éste, alegan, condensa lo anterior por cuanto elige a sus gobernantes, limita las decisiones a un estado de derecho, garantiza el derecho a la vida, la igualdad ante la ley, las libertades de reunión, asociación y culto, la tolerancia y pluralismo. Además de reconocer el desarrollo del pensamiento científico y crítico y el método racional. No sin dejar de lado que en el orden económico “se traduce en la economía de mercado”, capacidad de emprender y comerciar, factor de pluralismo e iniciativa, complemento obligado de la libertad y la propiedad. Bajo esta enumeración de cualidades, Occidente se yergue en patrimonio de la humanidad expandiéndose a lo largo de la historia, por ende: “América Latina es el fruto histórico de esa expansión a fines del siglo XV”. Donde lo más relevante de dicha “incorporación de todas esas sociedades a la idea de Occidente se produjo mediante la extensión del cristianismo”.
Pero por la supremacía frente a otras civilizaciones se encuentra amenazada por quienes desean retrotraerla al magma comunitario de El salvajismo o La barbarie. Las experiencias del comunismo sin ir más lejos. “En América Latina hubo dictaduras, totalitarias o no, y represión. Pero han sido periodos limitados en el tiempo (...) La aspiración ha sido siempre retornar a formas de gobierno democráticas.” Sobre este principio, subrayan los redactores, el proceso de inserción de América Latina a Occidente ha sido imperfecto e incompleto, pero por su historia y su tradición, por sus aportes a la creación, al pensamiento y la cultura es una parte de él. Sin embargo, ahora toca dar un nuevo impulso para evitar caer otra vez en el salvajismo.
El camino es incorporar los países a la modernidad y ello pasa por aceptar la agenda para la libertad. Su itinerario se traza en el apartado “¿Dónde estamos?” Su redacción presenta un cuadro cuyo objetivo es mostrar las amenazas que se ciernen en el horizonte para cumplir objetivos políticos.
Se inicia con una afirmación: “En el último tercio del siglo XX había razones para que América Latina tuviera confianza en sí misma”. Sus argumentos son cuantitativos: índices educativos, de salud, tasas de alfabetización o mortalidad. Factores que los equiparan, según los autores, a los países desarrollados en los años 80.
Asimismo, señalan que sus instituciones políticas y su proceso de industrialización y modernización se extendió en los años 50 y 60, pero, a diferencia de otras zonas de Occidente, fracasaron a la hora de crear condiciones de bienestar y calidad de vida. Pretexto para la propagación de los movimientos revolucionarios, que a la vez generó golpes militares.
Por suerte, constatan, en los años 80 las transiciones, “con la anomalía irritante de Cuba”, supusieron un cambio acompañado “de un descrédito del nacionalismo económico fundado en el proteccionismo comercial, la sustitución de importaciones y la hipertrofia del sector público. Todo ello seguido del respaldo del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, que apoyaron las reformas liberales en los años 90. Lamentablemente se aplicó de manera deficiente y parcial el consenso de Washington”. Ha sido esta circunstancia nuevamente, según la derecha española, lo que lleva a cobrar fuerza a “partidos y movimientos que apelan a las emociones, antes que a la razón para el apoyo popular”. Es el “discurso viejo y falaz del nacionalismo económico, de la retórica antimperialista, del victimismo histórico, cuando no del racismo inverso que niega la raíz europea de las sociedades americanas” lo que pone en riesgo el futuro. Además, estos movimientos están anclados a fórmulas fracasadas y ajenas a la tradición liberal latinoamericana. No son viables. “Si dan crédito a estos espejismos y abandonan los esfuerzos reformadores, la región corre el riesgo de perder otro tren hacia la modernidad.” Por ende, hay que profundizar en las reformas liberales y los valores occidentales antes que sea demasiado tarde.
El problema es grave, aunque “los regímenes democráticos se generalizan, persisten los problemas de inestabilidad política, fragilidad democrática y falta de confianza en las instituciones.” En este contexto se esconde la amenaza colectivista: “movimientos, pues no cabe identificarlos como partidos políticos, continuadores de grupos revolucionarios que proclaman su adhesión a las doctrinas de la izquierda radical del siglo XX ... Esta izquierda tiene un proyecto... el socialismo del siglo XXI”.
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