Intercambio humanitario en Colombia
Hedelberto López Blanch
Completamente banal y fútil, ha sido la excusa ofrecida por el presidente colombiano Álvaro Uribe para terminar con la mediación que llevaba adelante, con muchas perspectivas de solución, su homólogo venezolano Hugo Chávez, en el afán de alcanzar un canje humanitario de unos 45 rehenes de las FARC por alrededor de 500 rebeldes presos en cárceles del Estado bogotano.
La verdadera razón es que si Chávez lograba el acuerdo, su imagen como estadista latinoamericano e internacional se catapultaría mucho más hacia la cima, lo cual molesta sobremanera al gobierno estadounidense de George W. Bush.
El último pretexto esgrimido por Uribe fue la llamada telefónica que hizo la senadora colombiana, del opositor Partido Liberal, Piedad Córdoba, al comandante del Ejército, Mario Montoya, al cual puso al habla con Chávez quien se interesó por conocer el número de rehenes en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El mandatario colombiano había nombrado a Córdoba para encabezar, a nombre del gobierno, las negociaciones y autorizó en agosto pasado a Chávez para que se convirtiera en facilitador de las conversaciones con las FARC.
Los familiares de los secuestrados y de los guerrilleros prisioneros estuvieron plenamente de acuerdo e hicieron votos porque el litigio se resolviera en el menor plazo posible.
Desde el inicio, el gobierno colombiano puso trabas ante cualquier avance que se lograba, con el velado propósito de atrasar los posibles acuerdos.
Cuando Chávez tomaba una iniciativa para buscar flexibilizar posiciones, siempre se producía una respuesta dura y contraproducente del gobierno colombiano
Uribe se opuso a que Chávez conversara con altos miembros de las FARC dentro de Colombia y amenazó hasta con apresar a Mario Marulanda, jefe del ejercito guerrillero más antiguo de América Latina, si éste salía de los campamentos en la selva colombiana para reunirse con el presidente bolivariano.
En los momentos en que Uribe autorizó las conversaciones, existían contra el mandatario varias acusaciones que lo vinculaban al grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia, encabezado por Carlos Castaño, que cometió masivos asesinatos de campesinos, bajo fabricadas sospechas de colaborar con las guerrillas.
La expectativa de un acuerdo al permitir las actuaciones de Paredes y Chávez, borraron en esos instantes las constantes denuncias sobre las relaciones Uribe-paramilitares.
Pero las conversaciones, pese a los obstáculos de Bogotá, avanzaban no solo a nivel regional, sino también internacional al recibir el presidente venezolano el espaldarazo de numerosas organizaciones mundiales y de varios presidentes, entre ellos el francés, Nicolás Sarcozy.
Resulta bien conocido que el principal aliado de Estados Unidos en América Latina es el gobierno colombiano de Álvaro Uribe, mientras que el de Hugo Chávez se ha convertido en uno de sus principales enemigos al que La Casa Blanca desea derrocar por cualquier vía.
En Colombia también Washington experimenta la forma de controlar por la fuerza a los países de la región con su llamado Plan Colombia, que lejos de combatir el tráfico de drogas (que se incrementa en una espiral indetenible cada día) ha permitido la permanencia de miles de militares norteamericanos en esa nación.
La decisión de suspender las negociaciones sin una consulta previa es, parafraseando al premio nobel de literatura Gabriel García Márquez, La Historia de una muerte anunciada.
Los caminos se estaban mejorando y las puertas se comenzaban a abrir, por tanto no se podía, bajo ningún concepto, permitir que Hugo Chávez alcanzara nuevos méritos internacionales. La orden vino directamente de Estados Unidos y Uribe simplemente fue el ejecutor.
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