Por María Teresa Jardí
El domingo tuve la oportunidad --paso mis últimos días en el D.F. antes de regresar a Mérida-- de ir a la Feria de Derechos Humanos promovida por la CDHDF, titulada, este año: "Mi Ciudad. Mis Derechos". Participan, a instancia de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, todos los años, a manera de recordatorio de la celebración de la Declaración de Los Derechos Humanos, que se dio la humanidad, un diez de diciembre, de hace ya demasiados años, no obstante lo cual los derechos humanos han sufrido un retroceso de siglos, en el mundo entero, pero de manera particular en países manejados por mafias como el nuestro.
Varias organizaciones, además de la propia CDHDF, no gubernamentales defensoras de los derechos elementales de la persona e incluso la Escuela Nacional de Maestras de Preescolar, con integrantes muy jóvenes en general con alegres delantales, con cuadritos de vichi blanco y rojos, por ejemplo, e instancias del gobierno del Distrito Federal, sin faltar la policía, en exceso me parece, lo que no deja de ser un peligro, porque siempre se puede ver como una provocación en un evento de esa naturaleza, al que se acerca muchísima gente, también a presentar sus quejas, pero que, debido a la "necesidad cardenalicia de cuidados intensivos" para desviar el caso de pederastia que involucra a Norberto Rivera, se ha hecho necesaria en ese lugar y máxime, cuando debido a la pista de hielo que ocupa gran parte del Zócalo, la Feria se tuvo que montar cerca de la Catedral de la Ciudad de México, desde donde, por cierto, por horas --un sobrino trabajaba en la Feria contando cuentos-- tuve la oportunidad de observar la escasa entrada de feligreses a esa Iglesia. Y, sin embargo, también me tocó también ver una manifestación, por Fray Servando Teresa de Mier, con hombres vestidos de curas, uno con un hábito similar al que portan los franciscanos y otro con el de los dominicos, gritando, por cierto, entre otras muchas, con fanatismo atroz, alguna antigua consigna de la izquierda como: "sí se puede, sí se puede, salió la santa", portando figuras, algunas enormes, la mayoría horribles, una de una calavera pavorosa, sentada en un coche, participante también en la marcha, en cuyo techo iba un hombre que en brazos llevaba un bebé de unos cuantos meses. La que salía era la que llaman la "Santa Muerte", que me dicen que hasta tiene una iglesia en la Colonia de los Doctores. Una marcha de considerables dimensiones, de la competencia a la Católica, casi vacía, luego de los campanazos cardenalicios que, con todo y el vergonzoso pedimento de perdón del autor de la "afrenta" secundaria, acabaron por extinguir lo que pudiera conservar de prestigio la jerarquía de esa Iglesia.
La Feria de la CDHDF atrae muchísima gente, a lo que contribuye sin duda el foro donde participan grupos de roqueros y de raperos e incluso donde se hace una representación teatral, vinculado todo con la necesaria cultura de respeto a los derechos humanos, que no hemos logrado construir y que no vamos a construir, a pesar de los llamados internacionales de alerta, en tanto el tema se deje en manos de los gobernantes incluso pederastas perdonados por la tremenda corte de injusticia. Muy cercano al evento su majestuosa instalación, tan inútil ya ante la renuncia a impartir Justicia de los que ocupan, cobrando muy bien, eso sí, ese lugar. Entre las omisiones de la CDHDF y sobre todo de las ONGs asistentes estuvo desaprovechar el momento para manifestarse ante esa tremenda corte de injusticia, enterrándola, como se hizo, con éxito en Mérida, por ejemplo. Otra ausencia, a pesar de los muchos asistentes, fue la de caras nuevas a pesar de los muchos miles que hacían colas para entrar a la vecina pista de hielo. Pregunté y me explicaron que a los largo de las seis entregas de esa Feria siempre han tenido mucha gente, pero siempre las mismas personas. Es decir, un primer mensaje que deja la Feria es el de la ausencia de convocatoria a los ciudadanos que no necesitan todavía que se les defiendan sus derechos humanos. Aunque se repartían algunos folletos también entre los aspirantes a patinadores y entre los que simplemente querían entrar como espectadores, eran pocos y no conseguían llevar a esa gente a los distintos talleres o espacios donde se obtenía la explicación correspondiente del trabajo en particular de las organizaciones asistentes.
Sorprendentemente concurrido estaba el "Registro Civil" de la boda, donde los que quería se "casaban" con un cordón formado por un mecate delgado con cazuelitas y otros enseres pequeños de cocina, como rodillos, por ejemplo, colgados del mecate. Sombrero de copa para el contrayente y velo de novia para la novia y, quizá, lo que define mejor los contrastes económicos en nuestro país, era ver a las parejas, algunas de las cuales con años viviendo juntos, queriendo renovar sus votos, en ese registro de mentirijillas, ante la imposibilidad, por razones económicas, de hacerlo en una Catedral, sorprendente gratamente, tan vacía.
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