Andrés Soliz Rada
“Aquí no matamos perros, matamos collas. Viva la Nación Camba” (Grafiti en la ciudad de Santa Cruz”. “Así van a sufrir los perros de la media luna” (Grito de enardecidos “Ponchos Rojos” contra dirigentes cívicos de cuatro departamentos del país, al degollar dos canes en Achacachi) –La Razón, 23-XI-07--).
El profundo odio entre sectores de la sociedad boliviana se origina en la conquista hispana que no exterminó a todos los indios, como hicieron los ingleses en Norteamérica, sólo porque eran irremplazables en los infernales socavones potosinos. El 6-08-1825, nació un remedo de República, gobernada por continuadores del coloniaje, encomenderos y saqueadores de minas, de la que se excluyó a los aborígenes (90 % de la población).
Los españoles, al no traer a sus mujeres al Alto Perú, generaron un mestizaje que se fortaleció con el tiempo. Contingentes indígenas protagonizaron heroicas rebeliones, como la de Tupaj Katari, de 1781, que pese a ser anterior a la Revolución Francesa, es ignorada por el eurocentrismo. Mestizos e indígenas combatieron en la guerra de la independencia (1809-1825). El mestizo Andrés de Santa Cruz y Calahumana fue Presidente de Perú (1826-1827), Bolivia y de la Confederación de ambos países (1829-1836). Aymaras y quechuas respaldaron al Presidente Belzu (1848-1855) y fueron el corazón de la resistencia a Melgarejo (1864-1871), quien encabezó el asalto a las tierras de comunidad.
La historia de Bolivia es la historia de indo mestizos e intelectuales de capas medias por construir un Estado nacional incluyente. Con luces, sombras y traiciones, como la del general Pando (1899-1904) a Pablo Zárate Willca, como la mezcla de sangres de todas las regiones en las guerras internacionales, como la defensa del patrimonio nacional de Busch (1937-1939), como el congreso indigenista de Villarroel (1945), como la cuota de sangre de la guerra civil de 1949, y como el acontecimiento central de nuestra historia, la Revolución del 9-04-52, se busca estructurar la bolivianidad.
Infelizmente, el nacionalismo visionario de Montenegro, Céspedes, Almaraz y Zabaleta se convirtió en su antítesis con Sánchez de Lozada, luego de pasar por el pragmatismo de Paz Estensoro, que terminó respaldando al gonismo neoliberal. Las nacionalizaciones del petróleo de Toro (1937), Ovando (1969) y Evo Morales (2006), el despertar del cholaje encabezado por Carlos Palenque (1988-1997), las justas reivindicaciones autonomistas y el indigenismo insurgente son los nuevos actores del interminable drama nacional.
Evo hereda el pasado de un país dividido por el odio, pero con aportes de heroísmos y esperanzas. Los bolivianos podemos unirnos, como ocurrió en la épica batalla de Villamontes (1936), que impidió el descuartizamiento del territorio, o ahondar nuestras diferencias, como ocurre con el irracional proyecto de sub dividirnos en 36 naciones y con los enfrentamientos entre citadinos y gente del campo. Lo anterior pasa por terminar con la exclusión indígena, revalorizar nuestras culturas milenarias, como lo hace la nueva Constitución del MAS, pero sin destruir las bases de la convivencia nacional. El autonomismo es positivo, pero no es casual que Sergio Antelo, ideólogo de la Nación Camba, llame al Estado boliviano “Estado Canalla”, en coincidencia con el fundamentalismo indigenista.
Detrás del “grafiti” de Santa Cruz están las Petroleras y terratenientes racistas. Detrás de los degolladores de Achacachi se encuentran decenas de ONG financiadas por el Imperialismo. Lo importante es que la idea de Patria ha sido arrebatada por el pueblo indo mestizo de manos de los constituyentes impostores de 1825 y ese pueblo sabrá defenderla con el coraje de nuestros mártires que nos encargaron defender la unidad nacional.
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