Ricardo Andrade Jardí
De Yucatán a Baja California, de Tamaulipas a Oaxaca, de Veracruz a Colima, de Chiapas a nuevo León, la nación entera hacía filas en los centros de acopio para entregar aquello que pudiera servir para emprender y respaldar la valiente decisión de nacionalizar, lo que en realidad siempre fue nuestro, el petróleo, que las trasnacionales sacaban para beneficio propio de nuestro subsuelo, empobreciendo cada día más a los trabajadores mexicanos que arriesgaban su vida para lograr la extracción del hidrocarburo ya tan cotizado en 1938.
Máquinas de coser, la herramienta cotidiana de trabajo, las pocas monedas acumuladas después de la experiencia revolucionaria, la platería, los que la tenían, y en sí todo aquello que la gente pensó de utilidad para la tarea; eran tiempos de agonía, el fascismo desangraba a la república española y el General Lázaro Cárdenas tendía un puente de apoyo, de todo tipo, con el gobierno legitimo de la España democrática. Los comerciantes del imperio, con el petróleo que extraían de México, financiaban el ascenso de Hitler en Alemania y coqueteaban cariñosamente con el conservadurismo italiano y su ultra derecha; los empresarios extranjeros, que al igual que hoy tenían en México todos los derechos y ninguna obligación, vociferaban a todos los vientos: la “ofensa” al pretender quitarles el control de la comercialización y extracción del energético, argumentaban, como hoy, la ruina que significaría dejar la extracción y comercialización en manos de un pueblo que come maíz, el que también está hoy en peligro, y disfruta del chile en sus guisos, vaticinaban la caída cardenista ante la ignorancia de personas que sólo están capacitadas para ser obreros.
Y ahí es donde el cálculo de los “ofendidos” capitalistas perdió piso. Efectivamente, no fue necesario más que la voluntad de un pueblo para que una vez nacionalizado su petróleo se desarrollara la industria más rentable del continente actualmente conocida en el mundo entero como PEMEX.
No es gratuito que hoy, los hijos de la nada, los usurpadores de moda, los adiestrados en las caras universidades del imperio, pretendan vender la idea de que sólo entregando el control de nuestra industria energética alcanzaremos “el progreso”, nada más lejano a la verdad histórica, quienes argumentan esto o son unos ignorantes o son unos cretinos vende patrias.
No hay hoy un solo argumento de peso que justifique con autenticidad el beneficio que puede traer al país el perder el control de la explotación de sus recursos energéticos y, sin embargo, hay decenas de ejemplos de todo lo perdido por aquellas naciones que, enajenadas por el consenso de Washington, han abierto el control de sus energéticos al voraz y criminal capital extranjero.
70 años después nos enfrentamos hoy a una realidad muy parecida a la de hace 70 años… Pero entonces teníamos todo que ganar con la nacionalización de nuestras industrias y hoy tenemos todo que perder si no salimos a defender lo que por derecho nos pertenece y a conquistar los mecanismos que no sigan permitiendo que la cofradía de tecnócratas mediocres siga desangrado la industria nacional para beneficio de un puñado de ladrones empresarios y ex banqueros.
Hoy, 70 años después, nos estamos jugando el futuro de país que dejaremos a las jóvenes generaciones: el de la mentira y la incultura de nuestra desmemoria o un país que recupera su gran memoria histórica y es capaz de defender la dignidad de las futuras generaciones de mexicanos y mexicanas.
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