Luis Hernández Navarro
La colombiana Virginia Vallejo es una mujer peculiar. Nacida en 1949, dotada de una belleza notable, fue presentadora de televisión, modelo, actriz y reportera. En julio de 2006 un avión de la DEA la sacó de su país natal para que declarara en Estados Unidos en el juicio contra los hermanos Rodríguez Orejuela. Era, además, testigo clave en el asesinato de un candidato presidencial y la masacre del Palacio de Justicia.
Célebre más por su vida amorosa que por sus cualidades profesionales, Virginia fue una verdadera diva. Cortejada por hombres del poder y del dinero, en 1982 cayó profundamente enamorada de otro personaje singular: el narcotraficante Pablo Escobar, jefe del cártel de Medellín. Durante más de cinco años fue su amante.
Al calor de la intimidad, la presentadora de televisión se enteró de la obra y milagros de su amado capo. También de la de muchos de sus amigos, importantes políticos incluidos. Supo así los estrechos lazos que unen con la droga al actual presidente de Colombia, Álvaro Uribe.
Muerto Pablo Escobar, guardó silencio durante 20 años. Hasta que en 2007 publicó Amando a Pablo, un libro escandaloso, no por las aventuras sentimentales que narra, sino porque presenta una dramática radiografía de los vínculos que existen entre la droga y la política en Colombia.
Exiliada en Miami, declaró el año pasado al periódico El País que “el narcoestado soñado por Escobar en Colombia tiene más vigencia que nunca”. Según ella, “los narcotraficantes prosperaron en Colombia no porque fueran unos genios, sino porque los presidentes eran muy baratos”.
Virginia Vallejo asegura que Pablo Escobar idolatraba a Álvaro Uribe. Cuando el hoy presidente era director de Aeronáutica Civil, concedió decenas de licencias para pistas de aterrizaje y centenares de permisos para aviones y helicópteros sobre los que se construyó la infraestructura del narcotráfico. “Pablo solía decir –declaró al diario español–: ‘si no fuera por este muchacho bendito, tendríamos que estar nadando hasta Miami para llevar la droga a los gringos’”.
A la agencia Efe le confesó que Carlos Holguín, ministro de Justicia, es la cuota en el gobierno colombiano de los narcotraficantes del cártel de Cali, y que el asesor presidencial José Obdulio Gaviria es primo de Pablo Escobar.
Los testimonios de la diva sobre el mandatario colombiano coinciden con buen número de investigaciones. Unos años antes, en 1987, el periodista Fabio Castillo publicó el libro Los jinetes de la cocaína. Allí documenta cómo, siendo Uribe alcalde de Medellín en 1982, cortó el listón con el que se inauguró un programa de viviendas de bajo costo financiado por Pablo Escobar.
En marzo de 2002, el periodista Al Giordano escribió en Narco News un reportaje titulado “La subida de Uribe desde Medellín: el precursor del narcoestado”. Entre otras revelaciones, Giordano mostró un documento firmado por el jefe de la DEA Donnie R. Marshall el 3 de agosto de 2001, que notificaba la captura de varios aviones con cargamentos de insumos para la producción de coca. Las naves se dirigían a Medellín, a nombre de una empresa llamada GMP Productos Químicos. Las 50 toneladas del precursor químico eran suficientes para fabricar 500 toneladas de hidroclorato de cocaína, con un valor en la calle de 15 mil millones de dólares. El dueño de la empresa era Pedro Juan Moreno Villa, jefe de campaña presidencial, ex secretario de gobierno y, por mucho tiempo, mano derecha de Álvaro Uribe Vélez.
En 2004 la revista Newsweek dio a conocer un informe de inteligencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos que ubica a Álvaro Uribe en el lugar 82 de una lista de los 104 personajes vinculados con el negocio de la cocaína en Colombia. Según el documento, el hoy mandatario “ha trabajado para el cártel de Medellín y es amigo cercano de Pablo Escobar.”
Los periodistas Joseph Contreras y Fernando Garavito publicaron en 2002 Biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez, el señor de las sombras, detallada investigación de la trama secreta que muestra el poder detrás del poder del presidente colombiano. La investigación narra con lujo de pormenores las relaciones de Uribe con el narcotráfico. La aparición del libro obligó a Fernando Garavito a salir exiliado de su país.
¿Por qué, a pesar de las múltiples evidencias que ligan al mandatario colombiano con el tráfico de cocaína, Estados Unidos no hace nada contra él? Pues porque es el principal y más fiel aliado de la administración de George W. Bush en la región.
No lo es de toda la clase política estadunidense. En abril de 2007 Al Gore, el hoy premio Nobel, se negó a participar en una conferencia sobre medio ambiente realizada en Miami para no sentarse al lado de Álvaro Uribe, por los vínculos del presidente con los grupos paramilitares.
El señor de las sombras es también el mejor amigo de Felipe Calderón en Sudamérica. A pesar de las continuas declaraciones de Los Pinos sobre la guerra sin cuartel contra el narcotráfico, la política colombiana de “seguridad democrática” es tomada como ejemplo a seguir por la administración calderonista. Por eso la cancillería mexicana no ha expresado una sola protesta por el asesinato de cuatro jóvenes en Ecuador, a manos del ejército colombiano. Una vergüenza.
No sólo, sino que además México se opuso junto con el país terrorista Estados Unidos a condenar la violación de Colombia en territorio ecuatoriano en la OEA. Afortunadamente, los demás países latinoamericanos que sí tienen vergüenza y les interesa su soberanía lograron la condena, con lo cual Estados Unidos se quedó con un palmo en la nariz y México despojado de toda dignidad.
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