Javier Jiménez Espriú*
Mientras los legisladores se enfrentan en bizantinas discusiones en torno a los tiempos, duraciones y formas para el debate sobre las iniciativas que alrededor de Petróleos Mexicanos envió el Presidente de la República a las Cámaras, el país en su conjunto, a través de toda clase de organizaciones y desorganizaciones, sea en forma tendenciosa o bien intencionada, da su opinión.
Programas de radio y televisión de todo signo, enterados comentaristas, y otros no tanto, pero que se expresan como si lo estuvieran; empresarios y políticos interesados en el tema, transeúntes a quienes un reportero casi les introduce el micrófono en la boca, expresan personalmente, en mesas de discusión, conferencias, seminarios, etcétera, lo que cada quien piensa que es bueno para la patria o conviene a sus personales intereses, buscando convencer a la mayoría de que les asiste la razón y de que quienes no están de acuerdo con su posición son retrógrados o vendepatrias, según el caso.
Dentro de tantas manifestaciones, me referiré al seminario que en el Palacio de Minería organizó el 17 de abril la Academia de Ingeniería de México –agrupación de seriedad probada e indiscutible, que agrupa a profesionales de alto nivel– bajo el título: Aportaciones al debate sobre la reforma energética: los hidrocarburos, primero de una serie de tres foros, habida cuenta de que una reforma energética no puede constreñirse a reorganizar Pemex.
El citado seminario reunió un elenco particularmente interesante: un ex director general de Pemex (Francisco Rojas), dos directores de las subsidiarias de la paraestatal (Carlos Morales, de PEP, y José Antonio Ceballos, de Pemex Refinación); Lorenzo Aldeco, subdirector de Planeación de Pemex Petroquímica; el doctor Heber Cinco Ley, director general del Instituto Mexicano del Petróleo, y otros expertos en la industria petrolera: ingenieros Enrique Vázquez, José Garaicochea, Eduardo Loreto, José Gómez Cabrera, Carlos Morán y el que esto escribe, todos miembros titulares de la academia, con excepción de Rojas, Garaicochea y Aldeco.
Las presentaciones, todas cuidadosamente elaboradas, dan cuenta, unas de la posición oficial en apoyo total a la iniciativa –las de los funcionarios de Pemex–, y las otras, sin excepción, de una posición crítica sobre buena parte de las propuestas contenidas en la iniciativa, algunas francamente severas, que, independientemente del curso de los debates legislativos, deben ser tomadas en cuenta en una discusión seria y profunda, como exige lo delicado del tema en discusión.
Las presentaciones y las opiniones ahí externadas, que se pueden consultar en el portal de la Academia de Ingeniería (www.ai.org.mx), no son el punto de vista de ésta, sino de sus miembros participantes, pero se trata de profesionales cuya currícula avala también su seriedad y compromiso.
Aceptando la conveniencia de una nueva organización para Pemex, con un régimen fiscal que le permita trabajar como empresa y un marco regulatorio que le dé flexibilidad para atender eficientemente sus funciones sustantivas: financiera y operacionalmente, algunas propuestas de la iniciativa preocupan profundamente.
La posibilidad de contratos de régimen especial, “de riesgo” para la mayoría de los ponentes –aunque no lo consideran así quienes presentan la iniciativa–, la cesión a la participación privada de la construcción y operación de refinerías y ductos, la extremada urgencia de “incurrir”, como le llaman a las grandes profundidades del océano, en busca de reservas antes de prepararnos tecnológicamente como exigen y permiten las circunstancias y el control de la empresa por unos cuantos personajes designados directamente por el Presidente de la República, fueron los temas que recibieron las más duras críticas y oposiciones.
Los 50, 70, 120 días de debate que acuerden los legisladores son asuntos cuantitativos que, superada la posibilidad de una aprobación rápida y sobre las rodillas, no tienen importancia frente a los asuntos cualitativos de enorme trascendencia para el futuro desarrollo de la nación y la preservación, para los mexicanos, y sólo para nosotros, de ese patrimonio extraordinario que nos legó la naturaleza, aunque lo haya escriturado, según López Velarde, el Diablo.
Ahí está el enorme compromiso con la nación de los legisladores y ahí están, para su conocimiento y atención, las Aportaciones al debate… de la Academia de Ingeniería de México.
* Miembro de Honor de la Academia Nacional de Ingeniería. Premio Nacional de Ingeniería Mecánica y Eléctrica y de Ramas Afines 1998. Ex director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM y ex subdirector comercial de Pemex
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