Jorge Lara Rivera
Al concluir la semana, por encima de la cortina de humo tendida para magnificar la propensión pendenciera perredista y desacreditarla como opción democrática, tras la triste comprobación de pobreza en la viciada práctica periodística de los grandes medios televisivos y del sesgo oficialista que la ciencia puede tomar ante el poder, va abriéndose paso la sensata propuesta de un debate nacional en torno a la reforma energética que –en esto coinciden los actores políticos– resulta estratégicamente necesaria para la operación de PEMEX y el futuro próximo de nuestro país.
Es un hecho evidente que la increíble continuidad de cobertura dada por los medios informativos a los problemas internos del PRD y el modo de presentar sus pleitos como grave asunto que daña a la sociedad por el financiamiento público con que cuenta, poco tiene que ver con el interés por informar a la sociedad, ya que nada semejante se hizo en relación con conflictos padecidos por el PAN, el PRI, el Verde Ecologista o Alternativa, por mencionar otros casos conocidos.
Volviendo al punto, entre los sucesos experienciales que preceden al saldo de estos días y que llenan de dudas al ciudadano hay dos “entrevistas” sesgadas, el cerrar de filas de la derecha a través de los pronunciamientos monocordes de gobernadores panistas y organismos oligárquicos (cámaras empresariales y clero incluidos) y la presentación de un dictamen “técnico” cuya objetividad deja que desear.
Las primeras derivan de la rara aparición de Andrés Manuel López Obrador en el duopolio televisivo (Televisa y Televisión Azteca) y constituyen ejemplo sin desperdicio para cualquier estudioso de las escuelas de comunicación y de periodismo del país, sobre lo que NO debe hacerse en el ejercicio profesional. Sucedió que en los dos noticiarios matutinos los entrevistadores, cada cual en su programa y canal, editorializaron sin rubor la entrevista, desvirtuando la rica naturaleza informativa de ésta y convirtiéndola en instrumento grosero de una acometida mediática feroz, destinada a deslegitimar a quien piensa diferente y representa –simpatías o antipatías aparte– una opinión distinta en la compleja discusión del tema del petróleo.
En ellas, como dignos discípulos de la red de medios desinformadores del magnate ultraderechista Murdoch a lo largo y ancho del mundo, los presentadores de noticias (locutores Carlos Loret de Mola –tan limitado y banal– y su émulo de T.V. Azteca, redundante y ripioso), erigidos en opinadores sin más mérito académico o calificación técnica (a juzgar por la cotidiana superficialidad de sus comentarios) que el imperio de la imagen, omnipresente en nuestro tiempo (recuérdese el Big Brother –pero el de 1984 de George Orwell; y el ensayo sobre el homo videns acrítico de G. Sartori) desde la caja enajenante, interrumpieron, rebatieron, acosaron, hicieron comentarios insidiosos, apresuraron, etc., al ‘entrevistado’, impidiendo al público informarse –conocer el punto de vista de aquél y sus argumentos.
Tales conductas –deplorables– irremediablemente nos remiten al recuerdo, fresco aún, de la rabiosa embestida que hace unos meses emprendiera el duopolio y otros medios electrónicos contra los legisladores, como respuesta a los límites y contenciones que osaran poner a la llamada “Ley Televisa”; y en especial, al enmascaramiento hipócrita y machacón que pretendieron darse bajo la bandera de la defensa de la libertad de expresión y del derecho a la información de los ciudadanos. Ahora vemos, bien claro, de qué libertad hablaban y de los derechos de quiénes.
Con relación al dictamen sobre el estado de PEMEX, cabe traer a cuenta un chiste muy socorrido en torno al formidable poder de que dispone nuestro Ejecutivo Federal: sucede en él que, en cierto momento, un titular del Ejecutivo pregunta a su asistente la hora y éste, de muy formal modo, le responde “La que usted diga, Señor Presidente”. La anécdota podría ubicarse perfectamente en cualquier sexenio posrevolucionario hasta nuestros días, a juzgar por el cientificismo con que se ha maquillado al documento técnico presentado por la Secretaria de Energía y el director de la paraestatal de marras. Sucede que el dictamen hace agua, pues contiene verdades a medias, omisiones inquietantes y magnifica la precariedad de la industria más importante de nuestra economía. Es un informe ‘a modo’ que pretende dar consistencia a la idea de una catástrofe inminente, si no se legisla ya a favor de “la participación privada y la inversión extranjera para la modernización de nuestra economía”, eufemismos con los que la oligarquía encubre su voraz afán privatizador y el entreguismo de nuestro patrimonio soberano al capital extranjero.
Ello pone, en entredicho, la validez objetiva de la información contenida en el dictamen hecho público por los funcionarios estos días y evidencia, además de la sumisión e instrumentación de la ciencia, que lo que en realidad se pretende es anticiparse y ganar la percepción social, así como establecer sus propios parámetros como hechos incontrovertibles, de verdad aceptada, para acallar una eventual discusión del asunto; lo dijeron incluso: “el informe pretende servir de punto de partida para la discusión legislativa en torno a la reforma relativa al petróleo”.
Y es que si uno se toma en serio el mentado dictamen, apenas se explica cómo es que México ha podido vivir de su petróleo desde 1938. Tan pobre es la objetividad de esta información técnica, supuestamente elaborada sobre las bases de rigor del conocimiento, por científicos a sueldo del régimen. Por ejemplo, insiste en la urgente necesidad de asociarse con empresas privadas extranjeras para la exploración de aguas profundas, pero resulta que otros expertos, desde los centros de investigación más prestigiados del país, dan cifras escalofriantemente distintas de las ofrecidas por el dictamen a modo; y ante el apremio reformista (léase, privatizador) estos especialistas nos sorprenden diciendo que es falsa la encrucijada y precisan, para comenzar: sólo hemos explorado el 12 % de nuestro potencial petrolífero en aguas someras y de tierra; para continuar esas exploraciones, no nos urge ninguna nueva tecnología porque la que poseemos es actual y tenemos suficientes recursos humanos capacitados que pueden perfectamente realizarlas; en cuanto a la imperiosa inversión requerible para modernizar a PEMEX, bastaría con liberarla de sus pesadas cargas fiscales y cuidar sus cuentas (es decir, evitar tanta ‘transa’). O sea, los dos grandes argumentos sobre los que descansa esta acometida privatizadora no tienen sustento. No existen condiciones reales para hablar de encontrarnos ante una alternativa fatal de tener que escoger entre el desastre, o relacionarnos y asociarnos con las grandes empresas extranjeras y abrir nuestro arcón al saqueo; entonces ¿por qué la urgencia?
Inevitablemente se despierta la suspicacia: ¿Qué es lo que se esconde tras el maquillaje cientificista que nos presenta un paisaje de catástrofe inminente? ¿Por qué, de modo lógico, no se continúa la exploración de aguas someras y de tierra? ¿Qué o quiénes lo impiden y por qué? ¿Quiénes están detrás del ocultamiento de información complementaria útil? ¿Quiénes ganarían realmente en una eventual privatización de PEMEX?
Desde el siglo XIX dos modelos de desarrollo, con elementos valiosos cada cual, han jalonado la historia del país de modo excluyente. Uno de ellos –conservador, hoy perversamente llamado ‘neoliberal’– fue esbozado visionariamente por don Lucas Alamán y que al basarse en la exportación de materia prima y la explotación de recursos naturales y en el éxito del más apto, termina provocando grandes desigualdades, insolidaridad y enajenación cruel; el otro (liberal) enarbolado por Morelos, definido por el Dr. Mora y seguido por Juárez, los constitucionalistas de 1917 y Cárdenas, busca el desarrollo general mediante la producción de bienes y la cooperación de los grupos, pero al tornar su carácter en asistencial y paternalista puede provocar rutinarismo, desgano y la ‘viveza’ de algunos. Ambos han tenido su oportunidad, igual han mostrado fortalezas y debilidades. Han ido y vuelto en nuestra historia y su resultante es el México del presente.
Conviene tener en cuenta que tampoco es nuevo el entusiasmo de las oligarquías por el acaparamiento privatizador, ni el empleo de la ciencia para legitimarse; ocurrió durante la Colonia (la misión cristianizante civilizatoria derivó en expoliación a gran escala; la ruina de África y gran parte de Asia y de Latinoamérica son sus secuelas), fue el señuelo que guió a los franceses eurocéntricos para intervenir en nuestro país, se consolidó durante la dictadura de “Los científicos” con Porfirio Díaz y regresó en los post Chicago boys del neoliberalismo salinista-zedillista (que aparte de malbaratar el país lo compraron con prestanombres –recuérdese Telmex, los Ferrocarriles Nacionales y el Fobaproa) y se ha tornado virulento con el retorno de la derecha al poder desde Fox y su cínica banda de predadores “gerenciales”.
Menos mal que la propuesta del debate nacional va encontrando camino. Es la mejor manera de hacernos –todos– corresponsables en el asunto. Me gusta pensar que es cierto cuanto dice la versión nacionalista de la vieja canción La paloma, la cual concluye: “.../ No te quiebres país,/ aquí está mi canción/ que un águila y una serpiente resguardan la nación.”
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