Intervención del vicepresidente de los Consejos de Estados y de Ministros, en la tercera jornada del VII Congreso de la UNEAC. 3 de abril de 2008. La Habana.
Carlos Lage Dávila
Tengo la costumbre, en eventos como este, mientras transcurren las intervenciones de escribir mis impresiones, y cuando se terminan los eventos, consciente de que no tiene ningún valor, las rompo. En esta ocasión, me siento en la obligación de decir algo y como no se me ocurre otra cosa, voy a leer estas notas que escribí mientras escuchaba las intervenciones de ustedes.
He leído con detenimiento todos los documentos de este Congreso incluyendo los de cada comisión y no tengo dudas en calificarlos de profundamente revolucionarios y, en consecuencia, críticos.
Estoy satisfecho con haber dedicado unas pocas horas de mi tiempo a lo que vine: a escuchar, a aprender. Me ha sido útil oír ideas nuevas y otras, no tan nuevas; me ha sido útil escuchar conceptos que me parecen correctos y otros, que necesito más tiempo para meditarlos. Me distancio del pesimismo de unos pocos —dos o tres, por suerte—; me identifico con el optimismo de muchos, la inmensa mayoría. Comprendo la impaciencia de todos porque es la nuestra. Me alienta la fe de muchos, la inmensa mayoría, o todos. Me preocupan los que piensan que bajos precios y altos ingresos son fruto de decisiones burocráticas y no de lo posible.
Nada puede entenderse ni nada puede criticarse con la crudeza necesaria si olvidamos nuestro pasado reciente, si olvidamos de dónde venimos.
Venimos de la ausencia dramática de alimentos y medicamentos, de calles desoladas, de noches oscuras, de doble moneda, que es como doble bandera, con la atenuante de que ambas son nuestras.
Venimos, y en alguna medida aún estamos, en un período histórico de casi dos décadas en que nos propusimos sostener un ideal de justicia que ya no era posible defender. Y lo logramos, para asombro de todos y de nosotros mismos. ¿Por qué? Porque creemos en lo que defendemos. Porque no tememos. Porque hemos tenido a Fidel.
La doble moral, las prohibiciones, una prensa que no refleja nuestra realidad como queremos, una desigualdad indeseada, una infraestructura deteriorada, son las heridas de la guerra, pero de una guerra que hemos ganado.
Estoy convencido de que la Revolución tiene hoy más fuerza que nunca para encontrar respuestas a las preguntas y solución a los problemas; incluso, a las preguntas y los problemas que brotan de las fecundas y lúcidas mentes de los delegados al Congreso de la UNEAC. Lo haremos.
Me siento hoy, lo digo sinceramente, más orgulloso que nunca de los escritores y artistas de Cuba.
Muchas gracias.
3 de abril de 2008. Palacio de las Convenciones, La Habana.
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