Alfredo Jalife-Rahme
No es lo mismo el abordaje conceptual de un geoestratega que el de un vulgar fiscalista neoliberal con visión de hormiga.
En la misma línea de pensamiento del británico sir Halford Mackinder, cuyo concepto del “corazón eurasiático” ha configurado la política exterior de la dupla anglosajona desde la Primera Guerra Mundial, los geoestrategas de Estados Unidos Heinz Alfred (alias Henry) Kissinger y Zbigniew Kazimierz Brzezinski han expresado que quien controle los hidrocarburos euroasiáticos habrá dominado el mundo.
Este trascendental axioma geoestratégico lo ignoran los muy primitivos neoliberales del duopolio del PRI y el PAN, sumado de los desviacionistas del PRD.
Después de la catástrofe militar de la dupla anglosajona en Irak sería conveniente ajustar el axioma geoestratégico del petróleo euroasiático, donde se concentra 65 por ciento de los hidrocarburos “convencionales” –es decir, de fácil acceso y extracción–, con un axioma reformado que incluya los hidrocarburos “no convencionales” –de difícil acceso y extracción, a un costo muy superior– de Canadá, México y Venezuela, que el régimen torturador bushiano busca capturar con el fin de mitigar su adicción energética con dos métodos: 1. El “convencional”, que enarbolan el ASPAN (Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte), el Comando Norte y el Comando Sur, y 2. El “no convencional” de la amenaza del terrorismo texano con máscara islámica de Al-Qaeda y montaje hollywoodense.
En este tenor, el británico John Gray, un autor de tintes apocalípticos, titula su artículo en The Observer. “Quienes controlen el petróleo y el agua controlarán el mundo”. Su estrujante tesis, que de cierta manera marca el sentir geopolítico de la decadencia británica y de sus petroleras BP y Shell, la resume el rotativo: “nuevas superpotencias compiten por los recursos en disminución, mientras Gran Bretaña se ha convertido en un jugador menor. El resultado puede ser letal”.
Muy “menor”, pero todavía la “pérfida Albión” asesta excelentes golpes contra los cándidos países latinoamericanos, como acaba de ser expuesto el cuantioso fraude de la trasnacional pirata española Repsol, en connivencia con las cleptocracias de Perú y México, lubricado por el presunto agente británico David Shields (alias Shell), con travestismo de “experto” petrolero, quien acabó vendiendo gas y sobre cuya identidad maligna ya habíamos alertado con antelación (ver Bajo la Lupa, 9-1-08). Bajo advertencia no hay engaño.
No es ningún secreto exponer que en la etapa neoliberal las trasnacionales españolas (v. gr. Santander y Repsol) constituyen las “mulas de Troya” (con el debido respeto, pero no dan para “caballos”) de Gran Bretaña en Latinoamérica. Nunca hay que perder las proporciones: la España aznarista es el “país pirata” que usa Gran Bretaña para apoderarse de una parte sustancial de las joyas geoestratégicas de Latinoamérica.
John Gray aduce persuasivamente que “actualmente se libra una carrera por los recursos mundiales que se asemeja al “gran juego” en las décadas que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. Hoy, como ayer, el premio más codiciado es el petróleo y el riesgo es que, conforme la contienda se caliente (sic), no siempre será pacífica”.
Moraleja: Gran Bretaña –extensivo a EU– venderá muy cara su derrota energética después de haber dominado y minado el mundo durante dos siglos, gracias al control de los hidrocarburos mediante sus trasnacionales petroleras BP y Shell –extensivo a las trasnacionales estadunidenses Exxon Mobil, Chevron-Texaco, Conoco Phillips y Halliburton.
El “gran juego” decimonónico –concepto acuñado por el autor británico Rudyard Kipling en la novela de geopolítica imperial Kim, que evidencia las guerras que libraron Gran Bretaña y Rusia por el control de los hidrocarburos centroasiáticos –se ha complicado a juicio de John Gray: “hoy existen nuevos jugadores poderosos, y no solamente el petróleo está en juego”.
Muy realista, el autor comenta que “ahora, Gran Bretaña importa poco, y China e India, que fueron países subyugados durante la fase final del ‘gran juego’, han emergido como actores principales”.
Llama la atención que Gray no cite para nada a Estados Unidos, que, a nuestro humilde entender, representa el clon del destino geopolítico de la decadencia energética británica.
Remarca que han desaparecido para siempre “los días cuando el petróleo convencional era barato”. A diferencia del siglo XIX y en resonancia con nuestra tesis sobre los hidrocarburos “no convencionales”, la “batalla no se encuentra únicamente enfocada al petróleo de Asia central, y se extiende desde el Golfo Pérsico hasta África y Latinoamérica, aun a los glaciares polares, y también constituye una batalla por el agua y el desabasto de los minerales vitales. Por encima de todo, el calentamiento global incrementa la escasez de los recursos naturales”.
Se mofa del “capitalismo global”, el cual, por cierto, se ha vuelto el hazme rreír de moda :“estamos lejos del mundo fantasioso de hace solamente una década, cuando los gurús de moda peroraban sabiamente sobre la economía del conocimiento. Entonces, nos aleccionaban, las materias primas no importaban más (¡súper-sic!). Eran las ideas las que movían el desarrollo económico (…) Actualmente, la economía del conocimiento fue una ilusión creada por el petróleo barato cuando los auges eternos acaban en lágrimas”.
Como todos los geoestrategas saben, “el petróleo permanece en el corazón del nuevo “gran juego”, y hoy es más importante que nunca”, y su “nueva fase” empezó en 1991, con la primera guerra del Golfo, de Daddy Bush y el premier británico John Major (nota: coincidentemente, ambos socios del insolvente Grupo Carlyle; ver Bajo la Lupa, 26-3-08) contra Irak, que “fue nada menos que una guerra del petróleo”, así como la reciente invasión anglosajona a Irak, en 2003.
En forma interesante, se suma a la tesis en boga sobre la excesiva dependencia del petróleo por cada soldado estadunidense, según un reciente reporte del Pentágono: “con su compleja logística y exagerada vinculación al poder aéreo, los ejércitos de alta tecnología son extremadamente intensivos en energía”.
Admite la “decadencia occidental” y el papel determinante de Rusia, Venezuela e Irán, pero coloca como el “mayor jugador” a China, que “ha apostado todo en su crecimiento económico”, tan dependiente de los energéticos y del agua, cuando los glaciares del Himalaya comienzan a derretirse prematuramente.
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