León García Soler
El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, advierte que subirán impuestos en caso de no aprobarse la reforma energética. Foto: Javier Verdín
En la Iglesia encontró refugio Juan Camilo Mouriño. “El petróleo es un regalo de Dios a los mexicanos, por lo que debemos utilizarlo bien,” diría Carlos Aguiar Retes, de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), después de escuchar el sermón del secretario de Gobernación sobre la reforma energética con inversión extranjera: bienvenida la ayuda tecnológica...“en ese rubro se necesitan las alianzas.” Amén.
Qué curioso, Mouriño y los narcos son los que encuentran refugio en la Iglesia, ¡ahí queda con la institución religiosa!
Ni hablar del establo que nos escrituró el Niño Dios. El clero bendice el retablo del portento de hablar en lenguas, mediante el cual Mouriño y sus compañeros de gabinete dicen no a la privatización y juran que así es porque no se venderá ni un tornillo. Como para retablo de Bosch, jardín de las delicias en el que Agustín Carstens sonríe beatíficamente a los banqueros de la modernidad rentable y ajena; para decir, sin asomo de ironía, que si no hay reforma energética, a mediano plazo tendrían que decidir entre subir los impuestos o hacer ajustes al gasto público federal. Ah, el 40 por ciento del ingreso fiscal proviene de Pemex. Pero la reforma empieza por cambiar el régimen fiscal de la empresa: los ingresos se reducirán si hay reforma. Sin ella, lo que han hecho es dilapidar los miles de millones del auge por los precios altos.
Con calma, para no contribuir a la tristeza o desaliento que oscurece los rostros de Guillermo Ortiz y del gobernador Zeferino Torreblanca, en las imágenes de la convención bancaria acapulqueña. Primero intentar saber qué quiere decir privatizar y qué es lo que nos quieren decir cuando aseguran que no enajenarán ni un fierro viejo. Hace unos días concluía Adolfo Sánchez Rebolledo su artículo de opinión en La Jornada, con un párrafo notable, sin desperdicio: “Nos quieren hacer creer que privatizar es vender, simple intercambio de propiedad. La Constitución es muy clara al respecto: hay actividades reservadas al uso exclusivo del Estado. Abrirlas a los privados es, justamente, privatizarlas.” Vale.
El fisco tendría que encontrar ingresos para sustituir a los que dejará de exprimir del cautivo prodigioso. Por lo menos, tendría que instituir un sistema progresivo, uno en el que efectivamente paguen más los que más ganan. Luego habrá que volver a la bendición clerical a las alianzas. Por lo pronto, preguntarnos cuál es el beneficio que piensan obtener los del dinero, los consejos empresariales exportadores o no, con un juego de birlibirloque en el que nos dicen que si sacamos el tesoro del fondo del mar no tendremos que seguir importando gasolinas; y ponen sordina al incontestable hecho de que durante los pasados 20 años hemos incrementado la extracción y venta de crudo a niveles y precio extraordinarios, pero no hemos construido una sola refinería.
Todo el oro negro que haya en las aguas profundas del Golfo de México no alcanzaría para dejar de importar gasolinas, simplemente, lisa y llanamente, porque no invertimos en construir refinerías. Primero por el cuento de horror de los techos fiscales y las espirales inflacionarias. Luego por la incuria criminal que redujo brutalmente la exploración y dejó de invertir en refinación y ductos, porque los de la ortodoxia económica, neoconservadores del consenso de Washington, antecesores del beatífico señor Carstens, optaron por la irracional explotación fiscal de Pemex y se negaron a instituir un sistema tributario eficiente, capaz, al menos, de incrementar el patético porcentaje del PIB que hoy en día recaudan, uno de los más bajos del mundo. Ahora ponen los bueyes detrás de la carreta y dicen que si no hay reforma no habrá ingresos y tendrían que subir impuestos.
Pobre del pobre que al cielo no va... Los ricos ya adquirieron la tecnología de punta para pasar por el hoyo de una aguja. Los del Consejo Mexicano de Comercio Exterior declaran prioritarias las reformas energética y laboral. Respaldaron, en voz de Valentín Diez Morodo, las acciones del gobierno de Felipe Calderón en el combate al narcotráfico. Pero la violencia y los muertos se multiplican. El Ejército envió 2 mil efectivos a Ciudad Juárez, Chihuahua. El procónsul Tony Garza anuncia nuevo aviso de alerta a los viajeros; los nativos resisten la marginación, en estado de excepción, suspendidas las garantías individuales. La Comisión Nacional de Derechos Humanos señala abusos de militares en las zonas de guerra. Algo se desajustó en la transición de alternante a alternante. No se oye la voz de la CNDH.
A merced de las balas y perdida la brújula del poder laico que permite a los obispos la manipulación semántica de libertad de creencias y “libertad religiosa”; y que alaben “la generosidad” de narcos que hacen obras en sus comunidades y se acercan a los curas para pedir orientación y alivio a sus conciencias. Desestimar el valor de la palabra conduce al caos anarquizante, o al autoritarismo fascistoide.
Las indecisiones entramparon al gobierno de Felipe Calderón y dieron visos de veracidad a las fantasías de una partidocracia incapaz de gobernarse a sí misma. Las tribus del PRD cumplían su ritual caníbal y las izquierdas sobrevivientes se resignaban a seguir el rayito de esperanza encarnado en Andrés Manuel López Obrador. Los diputados del PRI supieron hacer política parlamentaria y actuar con energía en la comparecencia de la secretaria Georgina Kessel y de Jesús Reyes Heroles G.G. Firmes 18 gobernadores priístas, Beatriz Paredes y Manlio Fabio Beltrones. En Boca del Río, Consejo Nacional. Y ganan elecciones para azoro de timoratos que se asustan con la sombra del PRI.
En el PRD, jugada la baza la presidencia legítima se perdió contacto con la realidad, se enajenaron ediles, gobernadores, diputados y senadores elegidos por el voto ciudadano. La constancia de los seguidores se fortalece al culpar al usurpador y denunciar la soberbia de los dueños del dinero invertido para hacerse del poder. Pero la política es proceso continuo; la democracia se debate en el tráfago de elecciones que se suceden con regularidad y casi sin pausa. Es el arte de lo real y lo posible. Un movimiento social de noble y notable impulso se puso el yugo de una certidumbre moral elevada a poder legítimo, sin recursos ni mecanismos para ejercer las facultades que la ley señala. Peor todavía, el conductor vuelve siempre al origen, persigue la eternidad; no el horizonte, el infinito.
La temblorosa reforma energética fue un obsequio de incalculable valor y alcances inconmensurables para López Obrador. Lastrado por la autoproclamación, confirmada por aclamación, con la defensa del petróleo nacionalizado rescataba el gran agitador su probada condición de operador político. En lo real y lo posible, no en la etérea legitimidad fincada en la arraigada, justificada, certidumbre popular en el fraude.
Lástima. La exhibición patética en la disputa interna por el control del PRD; pedestre contienda entre tramposos que se hacen trampa a sí mismos, obligó a López Obrador a refugiarse en el silencio de una superioridad moral incontestable. En la irrealidad. No lo van a dejar solo. Pero podría aislarse porque nada más ve enemigos, traidores, ladrones y cobardes. En cuanto alguien alza la voz, aunque coincidan los objetivos, lo condena, lo aparta de la senda reservada para los puros.
“No es mi destino ser un matamoscas”. Así hablaba Zaratustra. No aspiraba al poder.
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